Preguntar es un arte
Preguntar es más que buscar respuestas. Es un ejercicio de pensamiento, una práctica que afina la escucha y la mirada. Todos los seres humanos deseamos saber, y en ese deseo, cuestionamos. Pero la capacidad de preguntar no siempre está igual de viva: puede estar más o menos desarrollada, estimulada o consciente.
Querer saber implica reconocer que no sabemos. En ese gesto humilde comienza la filosofía, pero también toda posibilidad de encuentro. Preguntar para reafirmar lo que creemos saber es un obstáculo para el ejercicio del pensar. Por eso, el primer criterio de una buena pregunta es no querer demostrar nada ni enseñar algo.
Preguntar es un arte porque requiere delicadeza para no agraviar, sutileza para no invadir, y sensibilidad para abrir un espacio de diálogo donde la otra persona pueda desplegar su propia reflexión. No se trata de interrogar ni de poner a prueba, sino de acompañar el proceso de quien busca comprender, ayudarle a clarificar sus ideas, a conocerse, a mirarse con otros ojos.
Una pregunta bien formulada no impone, sino que dispone; no conduce, sino que invita. En la pregunta auténtica hay hospitalidad: se abre un lugar para que el otro sea.
Ejercitar la capacidad de cuestionar no consiste en tener una lista de preguntas prefabricadas, sino en reconocer los fines del preguntar. Preguntar mal puede confundir, herir o cerrar caminos; preguntar bien puede transformar, alumbrar, revelar lo que permanecía oculto.
Filosofar es también ejercitar el no saber: preguntar no para demostrar, sino para descubrir; no para enseñar, sino para aprender a ver. Y en esa apertura, cuando preguntamos con atención y respeto, la respuesta del otro se convierte en espejo. De algún modo, nos devuelve cierta luz que nos ayuda también a comprendernos.
Preguntar, entonces, no es un gesto menor: es un modo de cuidar el pensamiento y de cuidar al otro. Preguntar bien es un arte que nos humaniza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario