jueves, 5 de marzo de 2020

Lo que necesitamos para escribir, para que la pluma se suelte y no soltarla...


Lo que necesitamos para escribir, 

para que la pluma se suelte y no soltarla…


(leyendo "El libro vacío", por Josefina Vicens) 


San Jerónimo escribiendo, Caravaggio, 1605


La escritura es ante todo un proceso creativo. Estoy de acuerdo en que la creatividad crece y fluye solamente en un ambiente tranquilo, relajado, sin preocupación ni presión alguna del tipo: tiene que ser extenso y bello, profundo y simple a la vez…

Asimismo, detrás, delante, sobre y alrededor del acto de escribir está siempre, manifiesto o no, el acto de leer…

Igualmente escribir y vivir van de la mano, no se escribe sino lo que se vive, se siente y piensa; se habla, se escribe sobre la propia vida y todo lo que ello implica…

El acto de escribir puede llegar a ser tan complejo que requiere tener raíz, origen en una fuerte pasión, un interés y gusto que tendrá el impulso necesario, la fuerza indispensable para llegar hasta el final de la página y hasta la última de ellas, si ha nacido de la incomodidad y molestia, de la carencia o falta. Quizá sea este el lado obscuro de la escritura: nace de un sentimiento negativo.

En mi opinión, la escritura no es búsqueda por librarse de la estrechez de los límites de la vida, trascender la propia muerte, la escritura no es medio para evadir el vacío, por lo contrario, para mí la escritura es una forma de afrontar ese vacío que representa la inconsciencia, la incomprensión de un suceso, una vivencia o fenómeno. La escritura es sumergimiento y reflexión en el vacío de la vida, que no es la muerte sino la inconsciencia respecto a qué sucede y por qué, que estoy haciendo y para qué, esto delimitado dentro de un área o aspecto de la realidad, se trata de lo abstracto en lo concreto o viceversa, lo concreto en lo abstracto.

¿Cómo decirlo de manera que resulte claro y no ambiguo? De acuerdo con el prólogo escrito por Aline Pettersson en gran medida “El libro vacío” responde a una temática en auge durante su redacción, el existencialismo, a la vez que apunta a la obsesión por el acto de morir que manifestaba la autora, Josefina Vicens. Todo esto, en mi perspectiva, ejemplifica que una persona se siente movida a escribir en respuesta a la exigencia por llenar el vacío debido a la inconsciencia o incomprensión de un área particular de la realidad que interesa o gusta a nivel personal.

Así, la escritura es sin excepción alguna subjetiva e intersubjetiva; lo primero porque la escritura es siempre en el fondo un asunto personal, vital, la personalidad del autor, aún en el caso de textos académicos, se asoma siempre por los intersticios; lo segundo porque el escritor no escribe para sí, sino para los demás, probablemente es esto lo que complica tanto el acto de escribir, elegir las palabras exactas, justas y precisas, encontrar en uno la sensibilidad y agudeza necesarias para expresar lo personal en forma universal.

Además, constantemente rondarán en la mente del escritor, formuladas de una u otra forma, las preguntas: ¿cómo perciben los otros mi esfuerzo?, ¿se perciben los resultados, son susceptibles?, ¿puedo decir que he trabajado y justificar mi cansancio?... –Preguntas a las cuales agrego en este momento unas más: ¿será por esto que queremos, que buscamos ser publicados?, ¿para que vean que sí trabajo y lo hago bien?... Me pregunto cómo será escribir con la intención de ganar un concurso, ser reconocido con un premio o al menos una mención…–

Sin duda escribir exige libertad y ésta enfrenta barreras, algunas de ellas son la inexorable muerte y lo circunstancial, que la autora, Josefina Vicens parece afrontar en “El libro Vacío” y “Los años falsos”; afrontamiento que se da creativamente, la escritura como un ejercicio de consciencia, un intento por comprender que si bien no alcanza la victoria sobre la muerte ni las circunstancias, si da espacio a una liberación del propio sentir y pensar, con el que curiosamente se identificará el lector, porque la escritura tal vez sea entre otras cosas, un espacio en el que encuentro a la humanidad en mí y yo en ella, donde las propias maneras no son realmente propias, sino compartidas, universales e intemporales. Seguramente esto influye en la transformación de un libro en obra y por qué no, una obra maestra. 

Comenzar con un tienes que hacerlo es para mí, el peor inicio, mejor sería un quiero hacerlo rotundo y fuerte, aunque paciente a la vez porque las palabras no fluyen siempre en forma suave y continua, antes bien su fluir suele exigir descansos, pausas cortas y largas. Escribir es un proceso, se recolectan ideas, pensamientos y luego se ciernen, se depuran para cobrar forma paso a paso.

Otro aspecto más en el acto de escribir consiste en un cierto dejar de vivir en la cotidianidad y con los otros porque se tiene que cumplir, o se siente así, una tarea superior; dedicarse a la escritura implica ajenidad respecto al derredor e incluso consigo mismo, es por ello que por momentos y regularmente en forma abrupta quien escribe requiere una comprobación de la propia existencia física, es como si hubiera un desajuste entre lo que soy y lo que me representa, explica José García –personaje central en “El libro vacío”–.

¿Existe un sistema para escribir? ¿Qué podríamos hacer sino escribir de nuestra vida, de lo que es en realidad nuestra vida? No podríamos contar otra cosa. La grandeza que distingue a la obra maestra del simple y llano diario radica en la forma de la expresión y el juego sabio con que sutilmente se oculta el autor detrás de las palabras, las descripciones, las sentencias que al leerlas parecen ser mías, ser propiedad del lector y no del autor.

José García en esos dos cuadernos que representan para él agridulce martirio, cree haber plasmado sólo desvaríos sin valor alguno, en realidad, al relatar el paseo nocturno, la espontánea noche de fiesta que ha tenido con su esposa, cómo ha logrado cubrir la cuenta en el bar; al reconocer que en ocasiones se arrepiente de haberse casado; la forma en que describe su vida laboral, un día de oficina; cómo la incertidumbre y angustia aumentan conforme los hijos crecen; al recordar el que fue su primer amor, una relación envuelta en abrazos y rechazos con una mujer mayor que él; cuando se cuestiona de regreso a casa sobre la fraternidad, el amor a la humanidad; la manera en que verbaliza el sofocamiento debido a la rutina, cómo lo que unos llaman estabilidad y seguridad para él es cobardía y agonía; pero sobre todo cuando reflexiona sobre su soledad y muerte, cómo será cuando muera, si alguien lo notará, si su esquela se perderá entre las páginas del periódico y sólo será una más… En todas, en cada de una de estas narraciones que parecieran ser un diario, por lo que José García las ningunea y desprecia, sin darse cuenta ha escrito ya ese libro que tanto persigue, ¿o es el libro lo que lo persigue a él?

Pero nuestro autor, continuará su búsqueda preguntándose primero por el tema, cómo elegirlo para que interese a los demás, porque se requiere tener algo que decir, subraya, es necesario encontrar el qué contar y el cómo, qué se dirá y qué palabra lo refleja con nitidez y exactitud…

Tal vez algo cierto en torno a la escritura sea que en ella musa y oficio se entrelazan, que lo escrito siempre es un tejido de experiencia, conocimiento e imaginación.


"Reading woman on a couch", Isaac Israels