jueves, 27 de julio de 2017

8va. Fil(m)osofía "La Mina" - El hombre que vio demasiado


EL HOMBRE QUE VIO DEMASIADO
Trisha Ziff (2015)


Cada evento, cada obra puede ser analizada desde distintos ángulos, en este caso percibimos tres discursos en el documental que se traducen para nosotros en tres líneas a reflexionar: el trabajo laboral, como factor que construye la identidad personal; determinado fotoperiodismo, como estetización de la violencia, humanización de la tragedia; y la vivencia de la muerte por un lado, como reflejo de una situación en nuestro país, la violencia contra la libertad de expresión, y por otro, como una situación propia de la vida, la violencia de la muerte accidental, “sales y no sabes si regresas”.

Así, en estas líneas se pretende recordar y compartir algunas de las ideas que en comunidad formamos durante nuestra 8va. Fil(m)osofía. Con relación a la vivencia de la muerte coincidimos en que las fotografías de Metinides posibilitan varias lecturas, una de ellas: “podrías ser tú”, al ver retratada la muerte del otro cabe la posibilidad de la identificación, reconocer que también a nosotros podría pasarnos y en cierta forma sentirnos aliviados porque no ha sido así. Otra lectura que encontramos en torno a la muerte se refiere a cómo ha cambiado el trabajo del fotoperiodista, especialmente el de nota roja, la violencia ha incrementado y ya gran parte de los casos retratados no muestran violencia y muerte accidental, sino narco ejecuciones o víctimas del crimen organizado, lo cual conduce al recordatorio de que este documental ha sido dedicado a los más de 165 fotoperiodistas asesinados en nuestro país desde el año 2000. Lo que a su vez nos remite a la violencia contra la libertad de expresión, censura y autocensura debidas a todo tipo de intereses inmiscuidos, entrando en juego la ética del periodista, quien decidirá qué divulgar o no, qué información transmitir o no.

Para reflexionar sobre la cualidad artística o no en el trabajo de Metinides, nos acompañó como invitada especial Ana Paulina Mendoza*, licenciada en Letras Españolas y maestra en Artes, de la UG. Al respecto y sin poner en duda lo artístico en las fotos de Metinides, que claramente se manifiesta en su composición, afirmamos que no se trata de una estética improvisada, que no se trata de un momento aleatorio, sino por lo contrario, ha sido buscado y tuvo un encuentro afortunado. Consecuentemente estas fotografías antes que ser testimoniales, probablemente formen parte, aún inconscientemente, de un mecanismo de control al funcionar como dispositivos que muestran “lo moral y lo inmoral”, lo que se debe hacer y lo que no, con sus respectivas consecuencias, porque la violencia contiene un mensaje y para hacerlo llegar tiene que ser evidente, ser vista, convirtiéndose entonces la fotografía en documentación, foto que documenta y no apela a la sensibilidad del observador, sino que tiene la finalidad de advertir y provocar al espectador.

En cuanto al trabajo, todos coincidimos también en que la actividad laboral de Metinides se volvió su vida –como nos pasa muchos de nosotros–, el fotoperiodismo es su vida desde niño, y esto nos hizo preguntarnos cómo es que los adultos a su alrededor lo dejaron trabajar y más aún ¡fotografiando muertos!, desde antes, ¡¿cómo es que lo dejan ver cine violento?!… A lo cual respondimos que todo cambia, el contexto socio-político se modifica, la concepción de la infancia es otra, el valor del trabajo también… Pero, ¿realmente ha cambiado todo esto?, hoy día hay muchos niños que trabajan, de hecho la explotación infantil es grave problema en México y en cierto sentido la violencia se ha normalizado. Probablemente lo que ha cambiado es la forma en que lo mostramos o no, la manera en que nos expresamos al respecto: “Ahora somos políticamente correctos”, expresó certeramente uno de nuestros participantes.

Y es que en la historia de la humanidad técnica, tecnología y trabajo –desde esta perspectiva simbolizados en el cartel del documental con las manos de Enrique Metinides que sostiene su primera cámara– han transformado no sólo a la naturaleza, al ambiente natural, sino que simultánea y correlativamente la vida de las personas, nuestra manera de ser y estar en el mundo. La tecnología crea nuevas realidades, modifica el contexto a partir de nuevos paradigmas, que en nuestra época son, entre otros: inmediatez y consumo. La prensa no escapa de esto, tal vez la intención no es humanizar ni estetizar, sino garantizar la venta de los impresos llamando la atención del público sobre los hechos apelando a su gusto o morbo por la violencia.

Lo cierto en todo esto, una vez más coincidimos todos los presentes, es que se trata de un documental muy bien realizado sobre un gran personaje, Enrique Metinides como excelente narrador que posee admirable dominio de la imagen y en ningún momento censura, sino sugiere. Pero, ¿qué hace tan buen fotógrafo a Metinides?, ¿qué hace único su trabajo?,  ¿su personalidad? Recordemos que ha decidido nunca viajar en avión, que evita salir a carretera y de noche, en general exponerse a cualquier situación de peligro; pensemos también en sus colecciones asombrosas de juguetes, ranas y otros objetos, la forma en que archiva y resguarda sus fotografías… ¿Qué es lo determinante, la personalidad de Metinides determina su trabajo o su trabajo ha determinado su personalidad e incluso su vida? Porque bien dicen algunos que al inicio uno “toma un trabajo” y después éste acaba por tomarlo a uno. 




(*) Colaboración de Ana Paulina Mendoza Hernández.
Licenciada en Letras Españolas y Maestra en Artes, por la Universidad de Guanajuato.

La fotografía desempeña una función de testimonio, de documento que informa y registra un hecho específico. A lo largo de la historia, el trabajo en la fotografía periodística se ha desempeñado en mostrar imágenes de conflictos políticos y desastres naturales. La cámara se convierte en un elemento indispensable para registrar hechos de gran impacto en la historia de la humanidad, de eventos que no son parte de lo cotidiano pues marcan a la historia y trascienden: las guerras, los movimientos sociales, las catástrofes producidas por la naturaleza, etc.

El trabajo fotográfico de Enrique Metinides reside en el periodismo, sus composiciones fotográficas están vinculadas con el cine negro, captan el instante preciso de la muerte y la muestra en su apogeo en distintos escenarios como incendios, suicidios, accidentes automovilísticos, aéreos, choques, atropellamientos y rescates de montaña.

Enrique Metinides también conocido como “el niño”, nació en la Ciudad de México en el año de 1934, sus fotografías además de vincularse con el periodismo también son consideradas obras de arte por su composición, su línea temática y el impacto social y político que éstas tienen. Su trabajo como fotógrafo lo inició desde que era niño (razón de su pseudónimo) ya que laboraba inicialmente como ayudante de un fotógrafo de periodismo sensacionalista.

A partir de entonces, se encargó de retratar por mucho tiempo sucesos en el diario La Prensa, mostrando el lado más cruel de la ciudad de México, plasmando en imágenes asesinatos, muertos, incendios y catástrofes de toda índole. Metinides realiza fotografías de sucesos espectaculares pero siempre con una composición que no cae en el escándalo, maneja una estética que transforma lo horroroso en bello. Las imágenes de Metinides tienen un fuerte valor expresivo como suceso trágico, sus fotos son estructuras narrativas que nos cuentan una historia sobre las distintas maneras que existen para morir.

Enrique Metinides expone emociones de situaciones que caen en las tragedias humanas,como lo dice Baudrillard: “la condición humana sólo es posible cuando los seres vivos están unidos por sentimientos violentos de repulsión, de desagrado” y precisamente las fotografías de Metinides son parte de esa unión. Los espectadores van formando un pacto con la realidad, una realidad oscura, triste y trágica que es plasmada en su periodismo fotográfico. Su trabajo consiste en plasmar cadáveres, formar parte de la escena del crimen en el momento indicado.

La fotografía se construye de instantes, pero su complejidad consiste en perpetuar el instante por mucho tiempo. El objeto fotografiado cambia de contexto, ya no es lo que fue, eso pasa con el trabajo de Metinides cuando los hechos criminales se vuelven un acto estético y el retrato de la muerte reside en una obra de arte. Sus fotografías plasman con claridad el deceso de la condición humana.



jueves, 6 de julio de 2017

7ma. sesión Fil(M)osofía "La Mina" UNA FILMOSOFÍA CANÍBAL

Una filmosofía caníbal


Alan Quezada Figueroa



La degustación del dedo de su propia hermana fue para Justine el punto de arranque que la llevó a conocer su naturaleza caníbal, éste es el momento cumbre de la ruptura con toda su historia tal como la conocía. Así como Justine se introdujo en un mundo que no había imaginado antes, con su regularidad vegetariana, Fil(M)osofía, en su séptima edición dio un vuelco en cuanto al tema de la película que decidimos reflexionar colectivamente. Se trata de Voraz (2016), filme problemático por los excéntricos rumores sobre los desmayos en Toronto y la promesa de una brutalidad sólo hallada de manera básica dentro del filme.

Fue a partir de tal controversia que comenzó nuestro recorrido por las entrañas de Voraz. Quizá la película no cumple con aquel grado de horrorismo que la publicidad de aquella bolsa de papel para el vómito nos hizo esperar, sin embargo, nos ofreció una multiplicidad de tópicos en los que hallamos refugio. Si bien estamos acostumbrados al horror hegemónico al estilo Hollywood de tintes splatter y soft gore, nuestra película permite que el horror surja desde nosotros mismos, es decir, desde aquello que somos, o mejor, creemos ser, y el momento en el que descubrimos que nuestro supuesto orden cotidiano está cimentado en puras fantasías. Como institución primera nuestros padres son los encargados de dar una base firme a nuestras creencias posteriores, sin embargo, nos enfrentamos al derrumbe piramidal de todo posible aprendizaje y tradición: comer tantos vegetales para venirse a entrar de que es una carnívora insaciable, además de carne humana y no obstante con eso, ser un caníbal de abolengo.

Quizá de algún modo el género humano es más cercano al caníbal que a otras de las figuras de horror que nos ha dado el cine y la literatura —aunque bien hemos de recordar que el canibalismo sí se ha presentado en nuestro género en diversas culturas o situaciones particulares (piénsese en los sobrevivientes de los Andes)—. A partir de nuestra construcción social podemos notar un canibalismo político y económico que absorbe hasta las relaciones humanas, tal como aquella mordida que le da Justine a su compañero de juego erótico, mismo al que le corta el labio en esa pulsión tan cercana entre erotismo y hambre.

Hombres lobo, vampiros, zombis y monstruos diversos han aparecido en infinidad de narrativas, todas ellas denotan cierta riqueza relativa a sus orígenes humanos, de los que no se pueden desprender. Frente a estos, el caníbal aparentemente no tiene mayor complejidad que la de comer carne humana, sin embargo, piezas como Voraz nos ofrecen la posibilidad de otras lecturas contemporáneas que ya en su tiempo nos ofreció la magistral representante del género: Holocausto caníbal (1980) de Rugeiro Deodato y la basada en hechos reales: El caníbal de Rotemburgo (2006), de Martin Weisz. El canibalismo que nos presenta la directora de nuestro filme nos sigue sumergiendo en la clásica discusión sobre si el cuerpo es el que domina a la mente o la mente domina al cuerpo; lo que sí es cierto es que el cuerpo nos representa un límite, tanto de uno mismo, como hacia los demás. Los límites del deseo deben terminar en mi corporalidad, sin embargo, el canibalismo es la transgresión que se salta esos límites.

Se presentó también una cierta lectura feminista que apunta a diversos momentos de la película: desde aquella técnica para orinar parada en la que es instruida Justine, hasta el poder de ser proveerse sus propios alimentos provocando accidentes automovilísticos, sin mencionar que en el género es más recurrente que esas acciones sean representadas mediante la figura masculina, además de ser una mujer quien dirige y hace el guion. A pesar de no ser esa la motivación de la directora, nuestra filmosofía nos permite multiplicar la discusión por diversos lados, de tal manera que frente a nuestro actual contexto el tema no se excluyó.

La voracidad ante el deseo de la primera experiencia sexual de Justine desató el ánimo, no sólo de su carnalidad, sino la de su compañero de habitación, quien a pesar de ser homosexual cayó en el deseo de compartir el acto con nuestra protagonista; Adrien es contenido por sus prejuicios, pues menciona que le ha costado tanto trabajo declararse abiertamente homosexual como para mantener relaciones sexuales con una mujer. Él finalmente cedió ante el deseo, la carne es carne y su carne se utilizó también como eso: carne, que se manifestó igualmente como alimento para satisfacer el hambre de una caníbal hambrienta.

Voraz nos ofreció una amplia posibilidad de reflexión a partir de su riqueza múltiple. Pudimos cerrar —que no concluir— nuestra sesión poniendo el acento en una cuestión quizá un tanto paralela, que refiere al señalamiento ético respecto del otro y el llamamiento político a la comunidad, en tanto que podríamos admitir que habitamos en un capitalismo caníbal en el que la enajenación hacia nosotros mismos ha hecho que nos visualicemos como objetos de consumo, desde las relaciones laborales hasta las interpersonales, han reflejado una suerte de consumo del otro como medio para los propios fines. Espacios como Fil(M)osofía dentro de Cine La Mina, son un llamado a crear esa suerte de comunidad más allá del canibalismo consumista, porque nos permite ofrecer nuestra palabra y nuestra escucha al otro, en función de la construcción del nosotros. La figura del caníbal es quizá una potencia para comprendernos a nosotros mismos y nuestro entorno.

¡Compartamos la carne y la palabra, la cena está servida!