domingo, 21 de mayo de 2023

Café filosófico #40: ¿Por qué tengo que arreglar los desastres de otros?

 

¿Por qué tengo que arreglar los desastres de otros?
Café filosófico #40

 



Una de las diferencias entre el café filosófico y la charla con amigos consiste en que rebasamos la expresión de la opinión personal, nos esforzamos por fundamentar nuestras proposiciones con argumentos claros y precisos, al tiempo que además de ser críticos con la exposición de los otros, somos autocríticos, cuestionamos y analizamos nuestras ideas, reconocemos que no sabemos todo y estamos abiertos a aprender compartiendo.


En nuestra vivencia, durante el año que hemos compartido en la Biblioteca del Centro Cultural de Cajicá, observamos un desenvolvimiento óptimo de nuestro proyecto como Casa de la Filosofía, aunque no explícita y sistemáticamente, puesto que en estas conversaciones participamos personas y no máquinas, sí de forma orgánica y espontánea, natural, nuestro ejercicio filosófico cada vez es más claro y distinto, ordenado y profundo. En gran medida esto es resultado de tres ingredientes: la participación regular, constante de la mayoría de los integrantes; el destacado trabajo de animación, moderación que realiza Leonardo; y, especialmente el fortalecimiento continuo de nuestro espíritu filosófico, curioso e inconforme, anhelante de comprensión y transformación de la realidad.

 

De manera que en nuestros encuentros cada vez se identifican con mayor facilidad cinco momentos o etapas que a continuación describimos, tomando como ejemplo nuestro café filosófico #40, cuya pregunta guía y detonante fue: ¿Por qué tengo que arreglar los desastres de otros?

 

Analizar la pregunta

- Comenzamos por el término “tengo”; distinguimos entre “tener” y “deber”.

“Tengo” refiere la imposición de alguien más y el establecimiento de una jerarquía: quien dice qué tengo que hacer y yo que tengo que obedecer.

“Debo” refiere lo que podríamos llamar una imposición propia y conlleva implicación, además de responsabilidad.

- En cuanto a la palabra “arreglar”, nos parece que supone un mal, la presencia o existencia de algo que esta mal.

* Con respecto a lo anterior, llama la atención que nos enfocamos en los verbos, en las acciones.

 

Respuestas

- Si me afecta directamente, sí tengo que arreglarlo, incluso me nace el deber de arreglarlo.

- Si no me afecta directamente, ¿no actúo, no participo? Idealmente también actuaría porque soy un ser social, soy comunidad. Por ejemplo: ante el problema de los animales callejeros, que incluso pueden convertirse en ferales, una posibilidad de arreglar o contribuir a la solución de este desastre generado por otros y que no me afecta directamente, es el voluntariado.

* Evidentemente se dijo mucho más. Para fortuna nuestra casi todos los asistentes en algún momento toman la palabra y muchos de ellos intervienen más de dos o tres veces. Lo que presentamos aquí son las intervenciones que nos parece sintetizan el pensar y el sentir del grupo.



 
Nuevas preguntas

En torno al análisis de la pregunta inicial:

- Cuando hablamos de “arreglar” y suponemos que algo está mal, toca preguntarnos ¿por qué está mal?, e incluso, ¿qué es el mal?

- ¿Qué es un desastre? ¿Según quién algo es un desastre? ¿Segú yo?, ¿y entonces hablamos desde la subjetividad? O, ¿según el grupo, la sociedad, la comunidad a que pertenezco?, ¿tratándose entonces de un desastre objetivo?

- ¿Quiénes son “los otros”? ¿Otros individuos humanos menores o mayores de edad? ¿Otros seres vivos?

Sobre las posibles respuestas:

- ¿En qué consiste ser social? ¿Qué es la comunidad?

- ¿Qué es lo político?

* Sí, somos filósofos, bien dicen que de filósofos todos tenemos un poco. En consecuencia, por cada reflexión surgen más preguntas.

 

A manera de conclusión, al menos provisional

Somos seres sociales, vivimos en interdependencia con las otras personas y con la naturaleza en general. Contribuir al arreglo de los desastres, independientemente de quién los produjo, es parte de nuestro ser social y político. Cada uno de nosotros, como individuos, podemos implicarnos desde el contexto en que nos encontramos, en que vivimos: Miro qué puedo hacer, cómo puedo ayudar; observo mi contexto, mis circunstancias y mis posibilidades, decido y actúo.

Si no me implico, soy un idiota. No implicarse es no ser libre; no implicarse significa ser esclavo porque conlleva sujetarse a los otros. El idiota no hace nada con lo que están haciendo de él.

 

Recomendaciones filosóficas

- Con relación al estar implicados, fue asociado con la idea de “estar arrojados en el mundo”, de Martin Heidegger, y su concepción del ser humano.

Para saber más: https://filco.es/heidegger-ser-humano/

- Sobre nuestro ser social y político, es imprescindible la lectura del libro “Política”, de Aristóteles.

Para consultar:

https://www.culturagenial.com/es/el-hombre-es-un-ser-social-por-naturaleza/#:~:text=En%20su%20obra%20de%20filosof%C3%ADa,necesaria%20para%20el%20ser%20social

- En cuanto a la figura de “el idiota”, como aquel que se distancia y no se implica, nos ubicamos en la noción de la polis griega, la Grecia clásica.

Véase: https://www.lamarea.com/2019/11/09/la-democracia-de-los-idiotas-idiotes-lo-comun-y-lo-propio/

- Al abordar la idea de “el idiota”, el que no se implica y guarda distancia, tocamos lo que podría ser llamado la fragmentación de la sociedad como consecuencia de la especialización en la producción, vinculado con el modo de producción capitalista analizado en la mirada de Karl Marx.

Para profundizar:

http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/formacion-virtual/20100720062844/boron.pdf

 

Por último queremos subrayar que las ideas contenidas provienen en su totalidad de la voz de nuestros integrantes, de quienes participan y dan vida a nuestro café filosófico cada lunes a las seis y media de la tarde. Nuestra contribución consiste en convocar, animar y moderar; algunas veces, como ésta, también en ordenar y plasmar por escrito las ideas y los sentires compartidos. Ciertamente somos grupo, somos comunidad.

 

 




Karla Portela R. y Germán Leonardo Cárdenas V.

Casa de la Filosofía

Cajicá, Colombia

 

 

 

 

 

lunes, 1 de mayo de 2023

Nostalgia, ¿nuestra vida antes de estar aquí?

 

Nostalgia, ¿nuestra vida antes de estar aquí?

 



 

Comenzamos explicando cómo sería la dinámica de ésta nuestra quinta visita: “Primero escucharemos una canción; al terminar comentaremos qué historia narra, qué nos cuenta; enseguida redondearemos nuestros comentarios en un concepto, el cual nos servirá para definir el tema de nuestro café filosófico.” La canción previamente elegida por nosotros fue De Ushuaia a La Quiaca, interpretada por Gustavo Santaolalla; conviene aclarar que seleccionamos una composición instrumental considerando que las palabras de una u otra forma delimitan la imaginación.

 

Una vez que escuchamos la canción, y en continuidad de lo dicho, algunos de los participantes intervinieron tras preguntarles qué vino a su mente mientras escuchaban: “música española”; “un paisaje, naturaleza”; “una milpa, un sembradío”; “sensación de tranquilidad porque armoniza el ambiente”; “un laúd, una guitarra”; “nostalgia, tristeza, mirar hacia el pasado”; “un violinista, un arco en tensión”; “una historia de amor con un inicio nostálgico y un desenlace positivo.” Al respecto, observamos que si bien, fueron pocos quienes comentaron qué historia o imagen les narra la canción, los demás asentían a uno u otro comentario; particularmente coincidieron en que se trata de una canción nostálgica.

 

Con base en lo anterior, procedimos a sintetizar en un concepto todo lo que había sido comentado: nostalgia. El argumento de esta conceptualización fue que a través de toda la canción se percibe un sonido constante, al que se suman variaciones, es decir, que se trata de un movimiento variable que expresa fuerza. Llegados a este punto, les planteamos la posibilidad de que ese movimiento variable y fuerte se dirigiera hacia adelante o hacia atrás, hacia el futuro o hacia el pasado. La tendencia dominante, prácticamente unánime fue “hacia el pasado”, porque eso es la nostalgia, mirar hacia el pasado y eso fue lo que resaltaban a lo largo de toda la sesión.

 

Fue entonces que la mujer más joven del grupo preguntó: “¿Cómo se define la nostalgia?” Así, arribamos al tema de nuestro café filosófico, la nostalgia. Compartimos ahora parte de nuestra reflexión grupal: la nostalgia se relaciona con el tiempo y detona tanto pensamientos como sentimientos, que pueden ser negativos o positivos. Nosotros escogemos cuáles; tenemos la capacidad de elegir. Cuando los pensamientos y sentimientos son del pasado, son recuerdos; de manera que la nostalgia es una remembranza. Ahora, si esa remembranza implica añoranza, entonces es nostalgia; y, cuando la remembranza va acompañada de tristeza, entonces es melancolía.

 

Cabe decir que reiteradamente se trajo a colación la frase “todo tiempo pasado fue mejor”. Esto porque, de acuerdo con algunos de los participantes, la remembranza trae consigo la sensación de que el pasado fue o es mejor que el presente y que el futuro. Aunque la comparación entre pasado y presente suele tener una connotación negativa y resultar odiosa, ¿la verdad es que todo tiempo pasado fue mejor? Curiosamente, la misma persona que comenzó afirmando la superioridad del pasado, por momentos se cuestionaba e incluso afirmaba lo contrario al decir que “no todo tiempo pasado fue mejor”.

 

Sin duda, todos los presentes participamos de la actividad, de la reflexión grupal, aunque de distinto modo; algunos participan con su escucha atenta, otros parecen acompañarnos con su mirada, afortunadamente la mayoría interviene con palabras[i], aunque unos hablan más que otros, y entre ellos hay quienes tejen su comentarios siguiendo un eje, un hilo que por instantes parece perderse, para recuperarse con mayor claridad, nitidez que se plasma en comentarios como el siguiente: Los recuerdos son la banda sonora de tu vida y tú la eliges; elegimos qué recordar, por lo tanto sentir nostalgia es una decisión. De hecho, nosotros le damos significado a los eventos y mediante los recuerdos podemos resignificarlos. Los recuerdos forman parte de la identidad.

 



A manera de cierre, por último, preguntamos ¿para qué sirve sentir nostalgia? Por ahora encontramos al menos tres posibles usos de la nostalgia: puede funcionar como látigo para autoflagelarse o para golpear a otro; puede servir de remo para moverse, progresar, avanzar, tomar decisiones en el futuro; o bien, la nostalgia puede ser un ancla que nos estanque, nos justifique para permanecer inmóviles y hundirnos. La cuestión ahora sería autoexaminarnos y distinguir si efectivamente está en nuestras manos elegir qué sentir y qué hacer con lo sentimos.

 

Karla Portela R. y Germán Leonardo Cárdenas V.

Casa de la Filosofía

Cajicá, Colombia

 

 

 

 

 



[i] Sin menosprecio de la escucha atenta y la compañía visual, decimos “afortunadamente” porque si la mayoría no interviniese con palabras, resultaría imposible construir un diálogo y desarrollar el café filosófico.