viernes, 5 de enero de 2024

Vocaciones humanas (por qué estudio filosofía y quiero enseñar lo que aprendo)

 




 


Puesto que la realidad del hombre es radicalmente convivencial,

no hay creación humana sin la ulterior mostración de lo creado,

y esto no es sino amor y pedagogía.

Pedro Lain Entralgo

 

Las cualidades más excelsas del ser humano son: razón y libertad, entendimiento y voluntad. Aun cuando se trata de facultades inherentes a hombres y mujeres, para que estos lleguen a ser humanos deben desarrollar y educar dichas facultades. Es decir que, todos nacemos con entendimiento y voluntad; al nacer todos somos individuos pertenecientes a la especie humana. Será cuando desarrollemos y eduquemos nuestro entendimiento y nuestra voluntad que obtendremos la distinción de seres humanos. De manera que la educación nos guía el tránsito de individuo a ser humano.

 

En otras palabras, el ser humano no es ser humano sólo por naturaleza, también lo es por vocación. Así, la más radical y básica de las vocaciones del ser humano radica en la vocación de ser humano, en la inclinación por desarrollar y formar su entendimiento y su voluntad a través de la educación. 

 

A esta vocación primera y universal la llamo vocación ontológica. En tanto que, desde este punto de vista, la finalidad de la educación en general consiste en concretar la vocación ontológica de llegar a ser humano.

 

 

Ahora bien, esta vocación genérica es fundamento de la vocación personal. Entendiendo por vocación personal la inclinación por aplicar las propias facultades de entendimiento y de voluntad en determinada dirección o área. La vocación personal consiste en la decisión y en el acto de vivir como como matemático o bombero, como deportista o carpintero, como artista o profesor… La vocación personal se halla íntimamente ligada con la vocación profesional.

 

La vocación personal es la especificación, tipificación o personalización de la vocación ontológica. Y estando entretejida con la vocación profesional, su desarrollo marca la finalidad de la educación académica. Al respecto, cabe decir que el autoconocimiento constituye el cimiento más firme y fructífero de nuestra elección sobre la profesión u oficio a que dedicaremos nuestra vida. Esto significa que el conocimiento de sí en la identificación de intereses, capacidades, aptitudes y actitudes, incluyendo la indagación sobre la historia personal, confluye positivamente en la selección de la actividad profesional.

 

 

Con base en lo anterior, dentro de la vocación personal se ubica la vocación docente, la vocación de enseñanza. Inclinación natural para dedicarse a la actividad profesional de enseñar que entraña dos supuestos: saber, poseer conocimientos; y, gusto por entregar a otro lo que se sabe. Este segundo supuesto implica el establecimiento de una relación interpersonal entre educador y educando. Relación maestro-alumno cuya estructura es mayéutica, o sea que el maestro ayuda a su alumno en el alumbramiento de algo una verdad, un modo de ser, por ejemplo–, que de algún modo ya estaba contenido en la mente, en el alma del educando. Sin embargo, la enseñanza no es puramente mayéutica, porque cuando el maestro enseña, da algo al discípulo, quien difícilmente o nunca alumbraría frutos de verdad en ausencia de lo que su maestro le dio. Mente y alma del educando son fecundados por la palabra y el ejemplo del educador.

 

Si el carácter de la enseñanza fuese puramente mayéutico, sería válido afirmar que el preceptor es estéril, que no crea técnica ni intelectualmente. Como la enseñanza no se reduce a mayéutica puesto que sólo aquel que se está creando a sí mismo promueve con singular eficacia la formación de quienes conviven con él como pupilos, es evidente que el docente enseña y crea a la vez. De hecho, en el orden de la creación intelectual, lo creado cobra figura definitiva únicamente cuando su autor lo expresa, cuando lo enseña, comparte con otro. Aún más, el profesionista se perfecciona continuamente con el ejercicio de la enseñanza.

 

A su vez, es erróneo afirmar que el educador elige en cada caso a quién puede enseñar y a quién no. Cuando el educador vive una genuina vocación docente, no enseña exclusivamente a quienes él elige como alumnos, antes bien, acepta como discípulo a cualquiera que acuda a él. Probablemente cuando el oficio pedagógico es entendido en su sentido aristocrático, cuando el docente elige como discípulos a quienes juzga superdotados intelectual y moralmente, se alcance con frecuencia mayor altura intelectual. Aunque el modo de enseñanza social, cuando el educador acepta como alumnos a quienes le eligen para formarse, presenta siempre más alta perfección moral porque parte del reconocimiento de todo ser humano en su dignidad.

 

Por último, con relación a la vocación docente, su más alto fin consiste en que el discípulo se posea a sí mismo en la verdad, que logre un cierto grado de autoconocimiento que le permita ejercer saludablemente sus facultades de entendimiento y de voluntad, su razón y su libertad. ¿Cómo concretar dicho fin? Compartiendo el saber que se posee, enseñando los conocimientos que se tienen de forma orgánica, incorporándolos a las vivencias, a la viviente realidad del educando. Y, especialmente, enseñando ignorancias, enseñando al alumno a plantearse los problemas que su nivel intelectual e histórico le permitan. Vivir con autoconocimiento requiere por igual saber e ignorar, saber y reconocer que no se sabe todo, que para saber es necesario problematizar y preguntar.

 

 

Enlazada con nuestra vocación ontológica y con toda vocación personal, se halla la vocación social. A la naturaleza humana pertenece el convivir; además de racionales y libres, somos seres sociales, políticos. Toda vocación personal y dentro de ésta, toda vocación profesional, nos habla de las actividades que realizamos para vivir o como forma de vida, con un sentido de donación. Desarrollamos nuestro entendimiento y nuestra voluntad, los educamos y aplicamos en determinada dirección o área por, con y para otros. Consciente o inconscientemente nuestro ser, estar y hacer es siempre social. En todo momento y situación somos, estamos y hacemos por, con y para otros. Identifico esta com-presencia con el término de vocación social, que en el caso del docente se expresa como donación del propio saber, y que en el caso de los seres humanos en general alcanza su más loable estado cuando hace confluir a la vocación ontológica y a la vocación personal en contribución al bienestar de la comunidad.

 

Karla Portela Ramírez