Puesto
que la realidad del hombre es radicalmente convivencial,
no hay
creación humana sin la ulterior mostración de lo creado,
y esto
no es sino amor y pedagogía.
Pedro Lain
Entralgo
Las cualidades más
excelsas del ser humano son: razón y libertad, entendimiento y voluntad. Aun
cuando se trata de facultades inherentes a hombres y mujeres, para que estos
lleguen a ser humanos deben desarrollar y educar dichas facultades. Es decir
que, todos nacemos con entendimiento y voluntad; al nacer todos somos individuos
pertenecientes a la especie humana. Será cuando desarrollemos y eduquemos
nuestro entendimiento y nuestra voluntad que obtendremos la distinción de seres
humanos. De manera que la educación nos guía el tránsito de individuo a
ser humano.
En otras palabras, el
ser humano no es ser humano sólo por naturaleza, también lo es por vocación. Así,
la más radical y básica de las vocaciones del ser humano radica en la vocación
de ser humano, en la inclinación por desarrollar y formar su entendimiento y su
voluntad a través de la educación.
A esta vocación primera
y universal la llamo vocación ontológica. En tanto que, desde este punto de
vista, la finalidad de la educación en general consiste en concretar la
vocación ontológica de llegar a ser humano.
Ahora bien, esta
vocación genérica es fundamento de la vocación personal. Entendiendo por
vocación personal la inclinación por aplicar las propias facultades de
entendimiento y de voluntad en determinada dirección o área. La vocación
personal consiste en la decisión y en el acto de vivir como como matemático o
bombero, como deportista o carpintero, como artista o profesor… La vocación
personal se halla íntimamente ligada con la vocación profesional.
La vocación personal es
la especificación, tipificación o personalización de la vocación ontológica. Y
estando entretejida con la vocación profesional, su desarrollo marca la
finalidad de la educación académica. Al respecto, cabe decir que el
autoconocimiento constituye el cimiento más firme y fructífero de nuestra
elección sobre la profesión u oficio a que dedicaremos nuestra vida. Esto
significa que el conocimiento de sí en la identificación de intereses,
capacidades, aptitudes y actitudes, incluyendo la indagación sobre la historia
personal, confluye positivamente en la selección de la actividad profesional.
Con base en lo
anterior, dentro de la vocación personal se ubica la vocación docente, la
vocación de enseñanza. Inclinación natural para dedicarse a la actividad
profesional de enseñar que entraña dos supuestos: saber, poseer conocimientos;
y, gusto por entregar a otro lo que se sabe. Este segundo supuesto implica el
establecimiento de una relación interpersonal entre educador y educando.
Relación maestro-alumno cuya estructura es mayéutica, o sea que el maestro
ayuda a su alumno en el alumbramiento de algo –una
verdad, un modo de ser, por ejemplo–, que de algún modo ya estaba contenido en
la mente, en el alma del educando. Sin embargo, la enseñanza no es puramente
mayéutica, porque cuando el maestro enseña, da algo al discípulo, quien
difícilmente o nunca alumbraría frutos de verdad en ausencia de lo que su
maestro le dio. Mente y alma del educando son fecundados por la palabra y el
ejemplo del educador.
Si el carácter de la
enseñanza fuese puramente mayéutico, sería válido afirmar que el preceptor es
estéril, que no crea técnica ni intelectualmente. Como la enseñanza no se
reduce a mayéutica puesto que sólo aquel que se está creando a sí mismo
promueve con singular eficacia la formación de quienes conviven con él como
pupilos, es evidente que el docente enseña y crea a la vez. De hecho, en el
orden de la creación intelectual, lo creado cobra figura definitiva únicamente
cuando su autor lo expresa, cuando lo enseña, comparte con otro. Aún más, el
profesionista se perfecciona continuamente con el ejercicio de la enseñanza.
A su vez, es erróneo
afirmar que el educador elige en cada caso a quién puede enseñar y a quién no.
Cuando el educador vive una genuina vocación docente, no enseña exclusivamente
a quienes él elige como alumnos, antes bien, acepta como discípulo a cualquiera
que acuda a él. Probablemente cuando el oficio pedagógico es entendido en su
sentido aristocrático, cuando el docente elige como discípulos a quienes juzga
superdotados intelectual y moralmente, se alcance con frecuencia mayor altura
intelectual. Aunque el modo de enseñanza social, cuando el educador acepta como
alumnos a quienes le eligen para formarse, presenta siempre más alta perfección
moral porque parte del reconocimiento de todo ser humano en su dignidad.
Por último, con
relación a la vocación docente, su más alto fin consiste en que el discípulo se
posea a sí mismo en la verdad, que logre un cierto grado de autoconocimiento
que le permita ejercer saludablemente sus facultades de entendimiento y de
voluntad, su razón y su libertad. ¿Cómo concretar dicho fin? Compartiendo el
saber que se posee, enseñando los conocimientos que se tienen de forma
orgánica, incorporándolos a las vivencias, a la viviente realidad del educando.
Y, especialmente, enseñando ignorancias, enseñando al alumno a plantearse los
problemas que su nivel intelectual e histórico le permitan. Vivir con autoconocimiento
requiere por igual saber e ignorar, saber y reconocer que no se sabe todo, que
para saber es necesario problematizar y preguntar.
Enlazada con nuestra
vocación ontológica y con toda vocación personal, se halla la vocación social.
A la naturaleza humana pertenece el convivir; además de racionales y libres,
somos seres sociales, políticos. Toda vocación personal y dentro de ésta, toda
vocación profesional, nos habla de las actividades que realizamos para vivir o
como forma de vida, con un sentido de donación. Desarrollamos nuestro
entendimiento y nuestra voluntad, los educamos y aplicamos en determinada
dirección o área por, con y para otros. Consciente o inconscientemente nuestro
ser, estar y hacer es siempre social. En todo momento y situación somos,
estamos y hacemos por, con y para otros. Identifico esta com-presencia con el
término de vocación social, que en el caso del docente se expresa como donación
del propio saber, y que en el caso de los seres humanos en general alcanza su
más loable estado cuando hace confluir a la vocación ontológica y a la vocación
personal en contribución al bienestar de la comunidad.
Karla Portela Ramírez
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