domingo, 22 de febrero de 2015

¿bueno o malo por naturaleza?

¿El hombre es bueno o malo por naturaleza? 

Sobre el origen de la agresión. 


Que cada quien elija y decida ser ético, fue dicho en la anterior publicación, presenta dos dificultades: la primera, ¿por qué habrían de hacerlo cuando lo contrario parece reportar "mayor ganancia"?, ¿por qué orientar su libertad hacia la voluntad social cuando creen que "el que no transa, no avanza"? 

Momento en que se depositó la confianza y la esperanza en que actuarán con ética, porque es parte de su naturaleza humana, porque esta se los reclama, en el sentido de que la virtud ética es natural al hombre porque responde a su necesidad de pertenecer al grupo, porque es parte de su naturaleza sociable, de su natural y esencial sociabilidad.  

Se aborda ahora la segunda dificultad: ¿en tal confianza y esperanza en la actuación ética de las personas, no subyace la concepción sobre la bondad natural del hombre? Recuerdo las palabras de algunos alumnos: “… pero usted está dando por hecho que el hombre es <bueno por naturaleza> y la verdad es que no; para confirmar que el hombre es malo, solo hace falta ver las noticias… así que no creo que nos interese ser éticos, al menos no a la mayoría…”

Me imagino, nos imagino en el salón… bien dicen que “si las paredes hablaran…” más que todo lo que enseñamos y aprendemos allí, sobre nuestro temario, lo que hace inolvidable, invaluable a ese lugar, es lo compartido, lo vivido junto a ellos, con ellos… Así me explico la recurrencia de su recuerdo… mi constante referencia al salón de clases, donde nos imagino, y en este momento, frente a este “nudo”, no les pido que guarden silencio porque no es necesario, en su curiosidad silenciosa, todos le miran y en la expectativa sobre quién es, qué hace aquí, en cuanto inicio la presentación surgen en sus rostros distintas expresiones: “Hoy es un día muy especial. Les presento a Erich Fromm. Ya nos conocíamos desde hace varios años, pero fue hace poco que platicamos, precisamente y entre otras cosas, sobre el origen de la agresión: ¿el hombre es bueno o malo por naturaleza? Por favor escuchen.”

(Veo en mi mente a E. Fromm frente a ellos, platicando, de pie, caminando, de pronto sentado, nuevamente de pie, escribiendo en el pizarrón… casi puedo escuchar su voz, ja, hablándonos en español…)


Erich Fromm. Fuente: Biografías y Vidas.

“Nadie puede sorprenderse de que en la actualidad se trate cada vez con mayor frecuencia el problema de la agresión: tenemos guerras detrás de nosotros, vivimos guerras en el presente… -alguien interviene y dice, ¡sí, qué tal nuestra guerra contra el narco!-… Al mismo tiempo los hombres se sienten impotentes para cambiar en algo la situación… Y entonces resulta comprensible que los hombres quieran saber, por un lado, de dónde viene la agresión, y por otro lado se muestren muy proclives a aceptar teorías que afirman que la agresión no es algo que produzcan los hombres mismos ni que tenga su base en las condiciones sociales, sino que nace de la naturaleza misma del hombre.”[1]  

Es así que frente al origen de la agresión encontramos dos posturas, ya consabidas: el hombre es malo por naturaleza, la agresión es innata, y lo contrario, el hombre es bueno por naturaleza. En cuanto a la primera posición, explica E. Fromm, se hizo muy popular a raíz de un libro escrito por Konrad Lorenz, “El pretendido mal - La historia natural de la agresión”, quien afirma “… que la agresión la produce en forma continua y espontánea el hombre en su cerebro, y que es herencia de nuestros antepasados animales y su monto va aumentando sin cesar si no se le abre una válvula de salida. Si se le da una oportunidad, se proyecta al exterior, pero si las oportunidades son muy escasas o no existen, la agresión acumulada termina por producir un estallido.”[2]

Consideración de la agresión como innata al hombre que “… se aproxima, en cierta manera, a la anterior teoría del instinto de muerte. El supuesto de Freud de la década de 1920 fue que en cada hombre, en todas las células, en toda sustancia viva existen dos instintos: el de vida y el de autodestrucción. Y este impulso a la autodestrucción –o mejor dicho el instinto de muerte-, se expresa dirigiéndose hacia afuera y entonces se manifiesta como destructividad, o hacia adentro, y entonces aparece como una fuerza autodestructiva, que lleva a la enfermedad, al suicidio, o, mezclada con impulsos sexuales, al masoquismo.”[3]

Desde esta perspectiva la agresión, como natural al hombre, no está condicionada por las circunstancias, no hay algo que la produzca, sino que al hombre solo le cabe propiamente elegir entre dirigir ese instinto de aniquilación y muerte contra sí mismo o contra otros, -elección a todas luces, realmente trágica-. Por lo tanto, continua E. Fromm, la guerra sería inevitable, como la existencia de autoridades coactivas que deben controlar al hombre, protegerlo de su propia agresividad.

Sobre la segunda posición, la otra idea: “… el hombre es bueno por naturaleza, solo es malo debido a circunstancias sociales. Y cuando cambien las circunstancias, se podrá reducir la maldad y la agresividad del hombre, e incluso borrarlas de la faz de la tierra… Esta fue la opinión de los filósofos iluministas en Francia, y ese punto de vista optimista se refleja incluso en parte de la obra de Karl Marx y en las convicciones de los primeros pensadores socialistas.”[4]

Sin embargo, ambos punto de vista contienen parciales exageraciones, afirma nuestro invitado y continúa: “Por mi parte, adopto aquí una tercera posición, aunque me ubique más cerca de la segunda que de la primera. Ante todo, parto de la consideración de que el hombre es mucho más destructivo y cruel que el animal. El animal no es sádico, no es hostil a la vida, pero la historia humana es un documento de la inimaginable crueldad y la extraordinaria destructividad del hombre… Pero creo que las raíces de la agresividad no residen en la animalidad del hombre, sino que al ser mayor la agresividad humana que la de los animales, la primera debe originarse en las condiciones específicas de la existencia humana. La agresividad es mala, la destructividad es mala… pero es humana. Es una posibilidad que reside en el hombre, en todos nosotros, y que se manifiesta cuando uno no se ha desarrollado de una manera más adaptada y madura.”[5]

Lo anterior significa que la agresividad está presente en nuestro cerebro como un mecanismo que en cualquier momento puede ser estimulado como posibilidad, pero que si no se produce ningún estímulo, si no hay factores desencadenantes, no se almacena y tampoco fuerza a comportamiento alguno. En palabras de E. Fromm: “… la agresividad del hombre es una posibilidad que reside biológicamente en el cerebro, pero no constituye una necesidad. No se manifiesta si no es activada por determinadas circunstancias que sirven a la conservación de la vida. Es muy importante afirmar esta idea contra la tesis conductista, según la cual la agresividad solo es algo aprendido y el hombre solo se vuelve agresivo debido a las circunstancias. La cosa no es tan simple, pues si solo tuviera que aprender la agresividad frente a las circunstancias, esta no se movilizaría en forma tan rápida e intensa como de hecho ocurre e incluso debe ocurrir. En cambio sucede que la agresividad preexiste biológicamente como disposición, como posibilidad…”[6] 

Además, si la agresión fuese innata al hombre, siempre reaccionaría con agresión a los ataques, y no es así, algunas veces responde con huida. A su vez, si la agresión fuera natural, sería la misma en todos; lo que tampoco sucede, no es la misma en todos los individuos, ni en todas las culturas y sociedades.

En suma al respecto, el hombre no es bueno ni malo por naturaleza; la agresividad no es innata al hombre, tampoco reside en su naturaleza animal. No obstante, la agresividad es humana, porque su posibilidad reside biológicamente en el hombre y se detona a partir de las circunstancias, en las condiciones específicas de la existencia humana. Donde la marginación es una de tales condiciones, puesto que atenta contra la necesidad emocional de pertenecer al grupo.

Contrarrestar la marginación, evitar la agresividad, una razón más por la cual vincular nuestra la libertad personal con la voluntad social, un nuevo motivo por el cual nuestra praxis educativa estimula la acción dirigida, la acción con sentido, hacia la comunidad empática, la comunidad abierta.

Praxis educativa siempre en la conciencia, en la vivencia de nuestra libertad, de nuestra posibilidad de embellecer o afear el mundo, porque capaces así, habla P. Freire, de intervenir el mundo, de comparar, juzgar, decidir, romper, escoger, capaces de grandes acciones, de testimonios dignificantes, los seres humanos se definen como seres éticos, pero los seres éticos también pueden romper con la ética, también son capaces de impensables ejemplos de bajeza e indignidad.

Cada uno de nosotros decide libre y responsablemente 

vivir con ética o vivir en su transgresión.




[1] Fromm, Erich. "El amor a la vida". Ed. Altaya. España, 1993. Pág. 72
[2] Ibíd. Pág. 72 y 73
[3] Ibíd. Pág. 74 y 75
[4] Ibíd. Pág. 76 y 77
[5] Ibíd. Pág. 76 y 77
[6] Ibíd. Pág. 80

domingo, 15 de febrero de 2015

conciencia social (conducta ética - libertad auténtica)

Debemos tener en cuenta, interviene F. Larroyo,  que el fenómeno ético se mueve por modo necesario en la relación que existe entre individuo y colectividad, puesto que es impensable sin una conciencia, sin un “yo”, que toma alguna actitud frente a su mundo circundante, frente a los “otros”. Actitud que en rasgos generales se plantea en dos alternativas: armonizar los fines concretos, los intereses personales, la libertad personal, con los de la comunidad, con la voluntad social, o romper esta concordancia haciendo prevalecer lo propio sobre lo colectivo.

Es decir que cada individuo es libre de asumir la actitud que decida y actuar conforme a ello; cada uno elige y decide hacia dónde quiere orientar su libertad, hacia dónde dirige sus acciones, qué sentido quiere darles, ético o no ético.   

Cabe entonces preguntarnos, ¿qué argumentar para que decidan dirigir sus acciones hacia la comunidad abierta?, ¿cómo persuadirlos para que vinculen su libertad con la voluntad social?, ¿qué “enseñarles” para que su libertad de querer y de actuar se traduzca en conducta ética?

Este es el segundo paso en la consecución de nuestro fin: reconocer nuestra naturaleza social, desarrollar una vivencia consciente sobre la necesidad que tenemos unos de otros. -Escribe F. Larroyo, “Sobre esta base se levanta el imperativo categórico (mandato incondicionado) de la moralidad, el imperativo válido en absoluto: obra y quiere en el sentido de la voluntad social pura.”-[1]

A la vez que aprendemos a vivir dando sentido a nuestras acciones, reflexionando y actuando para lograr nuestros fines, les haremos ver que su autorrealización siempre tiene lugar en el otro, que todas sus acciones explícita o implícitamente siempre se dirigen a los demás, teniendo como fin inmanente y transcendente su asociación con las otras personas. Así, en la comprensión de que la propia vida siempre es compartida, siempre es vida social, aprenderemos a convivir.

Coincide con nosotros E. Coreth: “El hombre vive en el mundo; su autorrealización está referida a su mundo. Solo se realiza <a sí mismo> cuando lo hace en <su otro>. Ahora bien <lo otro> del hombre es primariamente el <otro>: el semejante que nos sale al encuentro como un ser espiritual-personal de idéntica especie y valor, nos habla, se nos abre y nos incita a creer, confiar, querer y amar. Solo en la realización personal el hombre llega a su pleno desarrollo.”[2]

De manera que cada individuo siempre está ordenado al otro, solo en el otro se encuentra a sí mismo. Solo trascendiéndose en busca del otro realiza su propio ser. La consecuencia inmediata de esto, explica E. Coreth, es una ordenación mutua entre individuo y comunidad. Donde cabe aclarar, “Una comunidad no es nunca una realidad subsistente en sí misma que elimine al individuo en su autonomía personal, sino que se realiza en una pluralidad de individuos. Así, tampoco el ente comunitario es una realidad subsistente y absoluta a la que pueda ser sacrificada la persona particular. Más bien cada comunidad y sociedad consta de personas concretas, y un ente comunitario como tal se reduce a los individuos que lo forman. Tiene una función de servicio y ayuda, no solo por lo que hace a las condiciones materiales de vida -en las que el individuo está orientado a la colaboración de una comunidad-, sino también en lo referente al despliegue ético espiritual plenamente humano.”[3]

Así, como hilos que se entrelazan, les haremos saber, sentir, que todos sus deseos, propósitos y acciones tienen efectos, consecuencias, resultados tanto en ellos mismos como en los demás, que todo su hacer y dejar de hacer, toda deliberación, elección, decisión y acción prevé cambios en interacción continua del yo y el mundo. Sabrán y sentirán que el progreso y bienestar del yo se liga al movimiento de las cosas y las personas, del “no-yo”, que “El interés, la preocupación, significan que el yo y el mundo están comprometidos recíprocamente en una situación que se desarrolla.”[4]

Simultáneamente identificarán que su mayor interés, la actividad que se distingue entre todas las que realizan, que es perceptiblemente significativa para ellos, que les importa más por las consecuencias que produce, que ese interés, que esa actividad es su “vocación personal”. Y que esta se abraza con el servicio a los otros, con la “vocación social”; porque la vocación, me ha re-enseñado J. Dewey, consiste en una forma de actividad continua que dedica las capacidades personales a la obtención de resultados, pero sobre todo, ante todo, dada nuestra naturaleza social, que presta servicio a los demás.

Sonrío al pensar en ella, esto ya me lo había enseñado mi mamá, quien en alguna ocasión, en una de nuestras tantas conversaciones sobre “todo y nada”, en las que paradójicamente nos enseñamos y aprendemos tanto, me dijo: “todo trabajo, toda profesión u oficio, al fin de cuentas… es servicio”.

¿Podrá alguien demostrar lo contrario? Por lo pronto, E. Coreth, lo confirma: partiendo del hecho de que el individuo siempre está referido a la comunidad y sociedad, a su asociación con los demás,  de que solo en ella consigue su plena realización humana, “Dentro de la comunidad está llamado a contribuir a favor de los otros. Cada uno tiene que contribuir según sus posibilidades al bienestar común.”[5]

 
Acción dirigida, acción con sentido en la continuidad del correlato:
Individuo, humano-singular, persona
Colectividad, humano-universal, comunidad
- Intersubjetividad monádica
- Libertad personal
- Intereses propios, individuales
- Bienestar individual
- Vocación personal
- Intersubjetividad social
- Voluntad social
- Intereses compartidos, colectivos
- Bienestar común
- Vocación social
Cuando el individuo dirige sus acciones hacia la satisfacción y solución de necesidades y problemas personales.
Sentido inmediato que de no trascender, en caso de no ir más allá, “aísla” a la acción; perdiendo el individuo su posibilidad de humanización, alejándose de la autorrealización. 
Cuando el individuo dirige sus acciones hacia la comunidad, en el servicio y ayuda para las demás personas.
Sentido transcendente, en que la vocación personal contribuye al bienestar común; en que el individuo se humaniza, se autorrealiza, en la vivencia de sí mismo como parte del todo y el todo como parte de él.
Conducta no ética
Conducta ética

En esto consiste la libertad auténtica que tanto menciono, cuando lo que hacemos tiene sentido, cuando sabemos lo que hacemos, entendemos y proponemos, Esta es la libertad auténtica: conocer lo que hago y realizar el acto por su sentido. Donde mi libertad de querer y de actuar coinciden -hago lo que hago porque quiero, porque lo elijo-. Lo contrario sería actuar ciega, inconsciente e ininteligentemente, diría J. Dewey; hacer porque me obligan, sin entender, sin comprender, “movido” por argumentos ajenos, sin conocimiento de causa, cuando el actuar no es acción, sino reacción.

No obstante, tal libertad auténtica es plena, se traduce en autorrealización solamente cuando mi voluntad se vincula a la voluntad social, cuando mi vocación personal se dirige al servicio de los demás, a la vocación social; me autorrealizo solo cuando mis actos volitivos, mis acciones dirigidas, eligen y concretan la voluntad social, solo entonces mi conducta es ética.

Llego a ser lo que soy, ser humano, solo cuando reconozco que no hay un “yo” sin los “otros”, que se trata de “nosotros”; soy humano solamente en la vivencia de que persona y comunidad son una y la misma realidad.

Consecuentemente, la verdadera praxis educativa consiste en: enseñar y aprender con palabras y actos, en el conocimiento y la experiencia, a vivenciar el proceso que hace de la simple acción, una acción dirigida, con sentido; enseñar y aprender a vivir y convivir libremente, en libertad auténtica, con fundamento en la conciencia de qué se hace y para qué, en todo momento asumiendo responsablemente las consecuencias; pero sobre todo,  siempre, en y hacia la asociación armónica con los demás, en y hacia la comunidad abierta, porque “mis intereses”, mi existencia individual, solo es posible dentro de los intereses de la comunidad, de la voluntad social, porque nos necesitamos, estamos juntos y convivimos todo el tiempo.  

De esta forma, los dos pasos propuestos para que la libertad de cada uno se vincule a la voluntad social, para lograr que sus acciones se dirijan a la integración de la comunidad empática, para que decidamos y actuemos con ética, a saber, los pasos: “capturar su interés haciendo de sus actividades, actividades dirigidas, acciones con sentido” -enseñar a vivir-, y; “reconocer nuestra naturaleza social, desarrollar una vivencia consciente sobre la necesidad que tenemos unos de otros” -enseñar a convivir-, coinciden el sentido de la filosofía y de la educación, que se desdobla en “concientizar para la libertad auténtica” -enseñar a vivir- y “transformar la realidad en algo mejor, en armonía total, comunidad empática, abierta” -enseñar a convivir-. 
 
Ética, Filosofía y Educación AUTÉNTICAS
ÉTICA
FILOSOFÍA
EDUCACIÓN
Cómo lograr, cómo persuadir para que los individuos  actúen éticamente:
Sentido de la filosofía:
Autorrealización, concretar la vocación ontológica: “llegar a ser lo que se es”, ser humano:
Primer paso - capturar su interés haciendo de sus actividades, actividades dirigidas, acciones con sentido.
Concientizar para la libertad auténtica.
Aprender a vivir.
Segundo paso - reconocer nuestra naturaleza social, desarrollar una vivencia consciente sobre la necesidad que tenemos unos de otros.
Transformar la realidad en algo mejor, en armonía total, comunidad empática, abierta.
Aprender a convivir.

Reitero, hoy realmente sé que filosofía, educación y ética son lo mismo. Subrayo, en esto consiste la verdadera praxis educativa, enseñar y aprender a vivir y convivir, que se muestra simultáneamente como praxis pedagógica y ética.

Continúo jugando con estos hilos en mis manos y en este juego-reflexión, preveo dos dificultades, encuentro dos nudos; el primero, en definitiva, somos libres, cada quien elige y decide ser ético o no, ¿por qué habrían de serlo, sobre todo cuando lo contrario parece reportar “mayor ganancia”?, ¿por qué habrían de orientar su libertad hacia voluntad social, hacia la comunidad abierta, cuando creen que “el que no transa, no avanza”?

Lo sé, algunos eso creen, aunque se equivocan. Confío en que preferirán ser éticos, tengo la esperanza de que actuarán con ética, repito, no porque les demos a conocer la virtud, no porque les expliquemos lo que deben hacer, sino porque es parte de su naturaleza humana, porque esta se los reclama.

La virtud ética no es artificial, no es un deber impuesto por el grupo en que vivimos, tampoco se deriva ni desprende de ciertas potencias en el hombre; antes bien, la virtud ética es natural al hombre porque responde a su necesidad de pertenecer al grupo, porque es parte de su naturaleza sociable, de su natural y esencial sociabilidad; desde la cual el ser humano “… no existe, sino que coexiste con los demás, esto es, con otras personas… La persona está abierta a su medio físico, a la verdad de su conocimiento, y además posee una apertura constitutiva y dialógica (coexistencia) al tú y a los otros. Las relaciones con los demás son parte sustancial de la vida humana.”[6]

Además, y en consecuencia de lo anterior, el desarrollo, la vivencia de la virtud ética no constituye un objetivo empírico-práctico, no es medio, es un fin en sí, un valor absoluto que atiende a la naturaleza humana, que afecta al hombre en cuanto hombre, esto es, que le lleva a la realización plena de su ser propiamente humana.    

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Sobre la segunda dificultad trata la siguiente publicación…





[1] Larroyo, Francisco. Los principios de la ética social. Ed. Porrúa. México, 1971. Pág. 222
[2] Coreth, Emerich. ¿Qué es el hombre?. Ed. Herder. España, 1991. Pág. 219
[3] Ibíd. Pág. 229
[4] Dewey, John. Democracia y educación. Ed. Morata. España, 2004. Pág. 113
[5] Coreth, Emerich. Op. Cit. Pág. 229
[6] Larroyo, Francisco. Op. Cit. Pág. 223


martes, 10 de febrero de 2015

♂ ♀

Hombres y mujeres,
antagónicos-complementarios


Partimos del mismo origen; compartimos la falta, la carencia, necesitamos uno del otro; hombre y mujer se necesitan y anhelan mutuamente. 

Su antagonismo radica en la forma en que asumen el vacío: ella lo acepta, desde que es “ella” sabe y reconoce “su falta”, quizás gran parte de lo que hace se dirige a la satisfacción de tal carencia; él lo niega, desde que es “él” “no sabe” ni reconoce que también está falto, cada vez que algo le enfrenta a su vacío, “escapa”….  

Ella acepta la falta como parte de su ser… Y al faltarle “algo”, tendrá que buscar; no está predeterminado qué es ser mujer, no hay un referente universal…

Él no quiere ni necesita saber de su falta; reconocer que necesita de otro le hace “menos hombre”; él sí tiene un referente universal: los hombres son fuertes, autosuficientes, poderosos, dueños de sí, inquebrantables y firmes.

Mientras que para ella necesitar de otro es algo “natural”, “parte de ser mujer”, para él es una “amenaza”, algo que atenta contra su “carácter  de hombre”… 

Porque reconocer  “la falta” es muestra de debilidad, necesitar de otro refleja falta de autosuficiencia, solo los débiles necesitan de alguien más… Debilidad, falta, carencia, insuficiencia permitida únicamente al “sexo débil”, no al “sexo fuerte” puesto que evidentemente contraría su esencia viril…. Amar representa una herida narcisista: no soy autosuficiente, necesito de otros…

Así, él se niega a reconocer que la necesita, amar le recuerda su inconsistencia; ella le pide que la ame, lo cual se traduce en que abandone su posición de amo, que acepte su falta, su carencia, su “debilidad”... Paradójicamente, cuando el hombre se mueve de su lugar de amo, se reconoce “falto y débil”, es entonces que deviene en hombre…

Hombres y mujeres, antagónicos que se complementan…














sábado, 7 de febrero de 2015

AMAR complejo y profundo

Inevitable amor… inevitable hablar de amor…
(segunda de dos partes)


AMAR complejo y profundo


Somos ante todo sociales; el ser humano es social: todas y cada una de sus actividades están asociadas con las de otros porque depende de las expectativas, exigencias, aprobaciones y condenas de los demás, y no puede realizarlas sin tener en cuenta la de los otros; consecuentemente el ambiente del ser humano es social: piensa y siente lo que han de ser sus acciones en relación con los demás, afirma John Dewey en coincidencia con la teoría de la sociabilidad natural en el hombre, que Aristóteles abrevia en la sentencia: “el hombre es un animal social” (zoon politikón).

Dimensión social del hombre inseparable de la vida política, puesto que al no poder bastarse por sí mismo, el individuo se ve en la necesidad de asociarse, crear un grupo, una ciudad, un Estado…


Sin abordar, al menos por ahora, el ríspido tema de la política, lo cierto es que a nuestra esencia corresponde la sociabilidad, el “yo” existe donde existe el “Otro”: cada “yo” se construye en el campo del “Otro”, somos y existimos en el vínculo social, escribe Jacques Lacan…

Así, partiendo de esta premisa: “necesitamos de los otros”, cuando la razón enfría la pasión y cual entomólogo examina cada una de las mariposas que sentimos en el estómago al estar frente a  la persona amada, termina por concluir: amo porque carezco, amamos porque “necesitamos”, amamos porque somos seres carentes, lo nuestro es “ser indigente”…

La razón nos “abre los ojos”, la fábula del amor romántico se descubre, se derrumba ante la carencia y la idealización; aquí nace una de las definiciones más conocidas sobre el amor:

Aimer, c'est donner ce qu'on n'a pas à quelqu'un qui n'en veut pas.
Amar es dar lo que no se tiene a quien no es.

Jacques Lacan 

Carencia que damos, depositamos en el otro esperando -o incluso exigiendo- que colme ese vacío (amar es dar lo que no se tiene…), que nos dé aquello que necesitamos, que nos hace falta; lo cual supone que esa persona tiene y puede darme lo que yo no tengo, es entonces que idealizamos al amado (…a quien no es)

Con base en esta definición del amor, ¿se supondría entonces que estamos con el otro, que le amamos porque nos da lo que queremos y no tenemos?, ¿y qué es eso que nos da, cosas materiales como "ser proveedor” o inmateriales como "ser protector”?... No, el amor no es algo “tan simple”…


Hasta aquí en este intento por comprender qué siento, qué sentimos, encuentro dos versiones, dos conceptualizaciones  del amor: “amor romántico” y su opuesto, que bien podría llamarse “amor no-romántico”.

Dos discursos sobre el amor, dicotomía que en mi perspectiva entraña una visión fragmentaria de la más compleja y profunda vivencia del ser humano: AMAR.

Estamos habituados a percibir y catalogar en fragmentos, pares de opuestos rivales e irreductibles entre sí. Donde siempre se tiene que optar por una alternativa que inmediata y tajantemente excluye a la otra. ¿Esta vez se supondría que tengo que optar por defender el “amor romántico” o bien, el “amor no-romántico”?

No, no  es así, reitero y subrayo AMAR no es “tan simple”…. La realidad, nuestra percepción y vivencias no se escinden en pedazos, fragmentos, polarizaciones…. Dejemos la visión parcial y fragmentaria, asumamos el amor como lo que “realmente” es: un complejo en que coexisten mitos, fábulas, análisis racionales filosóficos y psicológicos…. (¿Y el arte?, ¿será en el arte donde la complejidad se expresa mejor?)

Si queremos examinar, hablar sobre el amor, que no sea en “sustantivo”, que sea en “verbo”…. Porque al parecer la visión fragmentaria lo sustantiva todo; el sustantivo está quieto, estático, muerto, y esto supuestamente permite capturar su esencia, la razón entomóloga también es taxidermista… En tanto que la visión holística, que intenta abordar la realidad como totalidad y no por pedazos yuxtapuestos, que percibe y vivencia en correlatos, complementos que se equilibran mutuamente, se esfuerza por comprender las mariposas en mi estómago tal y como se presentan, en movimiento, dinámicas, vivas. La visión holística verbaliza, porque el verbo es acción, movimiento, vida cambiante y fluctuante que se niega a ser escindida, catalogada….

Más que amor, AMAR, amar como acción compleja,
entramado de esferas, hilos que cada quien teje con su libertad… Tantas formas y motivos hay de amar
como personas existen en el mundo
No se trata de optar entre amor romántico o no-romántico…
Aquí no hay verdades absolutas ni relativas, sino perspectivas sobre el acto de amar…


Solo queda desear que amen, que amemos con “los ojos bien abiertos”, con la razón atenta y simultáneamente en la dulce fábula del amor romántico… que aprendamos a amar en el equilibrio de lo romántico con lo no-romántico.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Amor romántico

Inevitable amor… inevitable hablar de amor…
(primera de dos partes)


Amor romántico

De este lado del mundo priva una “Verdad Absoluta” en torno a todo, especialmente en lo que se refiere a qué es el amor, “el amor verdadero”…  Si bien poco a poco el discurso único cede paso al diálogo y la pluralidad diversa,  de una u otra manera y desde niños se proyecta ante nosotros “lo que el amor debe ser”. 

Nuestra cultura occidental “…ofrece un modelo de conducta amorosa que estipula lo que <de verdad> significa enamorarse y qué sentimientos han de sentirse, cómo, cuándo, y con quién sí y con quién no.” (Fuente: Educando en igualdad)

“Modelo” de conducta amorosa, “verdad absoluta” en lo amoroso que constituye el “amor romántico” Cabe entonces preguntar: ¿qué es el amor romántico?

Se trata de un tipo de afecto que, se presume, ha de ser para toda la vida (te querré siempre), exclusivo (no podré amar a nadie más que a ti), incondicional (te querré pase lo que pase) e implica un elevado grado de renuncia (te quiero más que a mi vida).” (Fuente: Wikipedia)

Amor romántico que entre otras formas -grabar las iniciales de la pareja en un árbol o en la penca de un maguey, por ejemplo…- queda simbolizado, eternizado “como un candado”…


Candados de amor. Fuente: miskapturas's blog

“Los «candados del amor» son candados que parejas de todo el mundo colocan en puentes o infraestructuras públicas para simbolizar su amor eterno. En París, el lugar preferido de los amantes es el Puente de las Artes (Pont des Arts), pero son tantos y tantos que las barandillas a veces no aguantan el peso.” (Fuente: Mairie de Paris)


“Fue a partir de los años 2000 cuando esta moda se extendió rápidamente por las principales ciudades turísticas del mundo: Londres, Nueva York, Seúl, París… La tradición de los «candados del amor» habría surgido en Pécs (Hungría), probablemente en el s. XIX. En aquella época, los soldados de guarnición en la ciudad dejaban atado como recuerdo el candado que cerraba el armario de su habitación.” (Fuente: Mairie de Paris)


Fuente: Mairie de Paris

Pero más allá de esto, “un modelo”, “una verdad absoluta”, un afecto eterno, único, incondicional y omnipotente que se materializa y exhibe en prácticas como “los candados del amor”, insisto: ¿qué es el “amor romántico”?

Una práctica discursiva que en su complejidad y dinamicidad presenta regularidades específicas, a las que refiere Pilar Sampedro, psicóloga y sexóloga española, en los siguientes términos:  “Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así entre ambos un todo indisoluble.” (Fuente: Pensamiento crítico)

Una práctica discursiva que se constata en la realidad como un “mito”, un “conjunto de mitos”, escribe Denis de Rougemont, escritor y filósofo suizo, que en la obra “El amor y occidente” recorre la historia de este constructo psico-social-cultural en nuestro hemisferio, cuyos rasgos de acuerdo con el autor se cristalizan en el prototipo literario de “Tristán e Isolda”.

Eso es el amor romántico, coincide Carlos Yela, psicólogo español, un conjunto de mitos, por ello una creencia, aunque formulada de modo que aparece como una verdad, resistente al razonamiento, y al cambio.

Un mito complejo, constituido a su vez por otros mitos, un sistema que entraña subsistemas; amor romántico, un conjunto de mitos del que la razón intenta escapar al descubrir sus engaños, sus falacias, “abriendo los ojos”… Así, la razón, intelectual y objetiva deshebra el entramado del amor romántico en los siguientes grupos de mitos, madejas de hilos: (Fuente: Educando en igualdad)

Grupo 1: “El amor todo lo puede”
1 Falacia de cambio por amor 
2 Mito de la omnipotencia del amor 
3 Normalización del conflicto 
4 Creencia en que los polos opuestos se atraen y entienden mejor 
5 Mito de la compatibilidad del amor y el maltrato 
6 Creencia en que el amor “verdadero” lo perdona/aguanta todo

Grupo 2: “El amor verdadero predestinado”
7 Mito de la “media naranja” 
8 Mito de la complementariedad 
9 Razonamiento emocional 
10 Creencia en que sólo hay un amor “verdadero” en la vida 
11 Mito de la perdurabilidad, pasión eterna o equivalencia

Grupo 3: “El amor es lo más importante y requiere entrega total”
12 Falacia del emparejamiento y conversión del amor de pareja en el centro y la referencia de la existencia
13 Atribución de la capacidad de dar la felicidad 
14 Falacia de la entrega total 
15 Creencia de entender el amor como despersonalización 
16 Creencia en que si se ama debe renunciarse a la intimidad

Grupo 4: “El amor es posesión y exclusividad” 
17 Mito del matrimonio 
18 Mito de los celos 
19 Mito sexista de la fidelidad y de la exclusividad

Pero, si esto del amor romántico es "tan bonito", ¿para qué “abrir los ojos”?, ¿para qué “enfrentar” al amor romántico en su desnudez, tal y como “realmente es”?...  

El amor romántico es un mito usualmente ficticio, absurdo, engañoso, irracional, imposible de cumplir…. Por lo que muchas veces deriva en relaciones destructivas, trae consigo consecuencias negativas, incluso violencia que en su cima encuentra la muerte… Consecuencias entonces que se prevén y evitan en el pleno conocimiento consciente de lo implica enredarse, dejarse envolver, en el tejido mítico del amor romántico, “el amor de verdad”…


"Tristán e Isolda",
amor trágico que recurre a tretas, deslealtades e ingratitudes de todo tipo
con tal de poder seguir viviendo su amor. Fuente: Literaturavlad


Lecturas para profundizar en el tema:
Denis de Rougemont - “El amor y occidente”, “Los mitos del amor”
Pilar Sampedro - “El mito de amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja”
Carlos Yela - “El amor desde la psicología social"