¿El hombre es bueno o malo por naturaleza?
Sobre el origen de la agresión.
Que cada quien elija y decida ser ético, fue dicho en la anterior publicación, presenta dos dificultades: la primera, ¿por qué habrían de hacerlo cuando lo contrario parece reportar "mayor ganancia"?, ¿por qué orientar su libertad hacia la voluntad social cuando creen que "el que no transa, no avanza"?
Momento en que se depositó la confianza y la esperanza en que actuarán con ética, porque es parte de su naturaleza humana, porque esta se los reclama, en el sentido de que la virtud ética es natural al hombre porque responde a su necesidad de pertenecer al grupo, porque es parte de su naturaleza sociable, de su natural y esencial sociabilidad.
Se aborda ahora la segunda dificultad: ¿en tal confianza y esperanza en la
actuación ética de las personas, no subyace la concepción sobre la bondad
natural del hombre? Recuerdo las palabras de algunos alumnos: “… pero usted
está dando por hecho que el hombre es <bueno por naturaleza> y la verdad
es que no; para confirmar que el hombre es malo, solo hace falta ver las
noticias… así que no creo que nos interese ser éticos, al menos no a la
mayoría…”
Me imagino, nos imagino en el salón…
bien dicen que “si las paredes hablaran…” más que todo lo que enseñamos y
aprendemos allí, sobre nuestro temario, lo que hace inolvidable, invaluable a
ese lugar, es lo compartido, lo vivido junto a ellos, con ellos… Así me explico
la recurrencia de su recuerdo… mi constante referencia al salón de clases,
donde nos imagino, y en este momento, frente a este “nudo”, no les pido que
guarden silencio porque no es necesario, en su curiosidad silenciosa, todos le
miran y en la expectativa sobre quién es, qué hace aquí, en cuanto inicio la
presentación surgen en sus rostros distintas expresiones: “Hoy es un día muy
especial. Les presento a Erich Fromm. Ya nos conocíamos desde hace varios años,
pero fue hace poco que platicamos, precisamente y entre otras cosas, sobre el
origen de la agresión: ¿el hombre es bueno o malo por naturaleza? Por favor
escuchen.”
(Veo en mi mente a E. Fromm frente a
ellos, platicando, de pie, caminando, de pronto sentado, nuevamente de pie,
escribiendo en el pizarrón… casi puedo escuchar su voz, ja, hablándonos en
español…)
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Erich Fromm. Fuente: Biografías y Vidas. |
“Nadie
puede sorprenderse de que en la actualidad se trate cada vez con mayor
frecuencia el problema de la agresión: tenemos guerras detrás de nosotros,
vivimos guerras en el presente… -alguien interviene y dice, ¡sí, qué tal
nuestra guerra contra el narco!-… Al mismo tiempo los hombres se sienten
impotentes para cambiar en algo la situación… Y entonces resulta comprensible
que los hombres quieran saber, por un lado, de dónde viene la agresión, y por
otro lado se muestren muy proclives a aceptar teorías que afirman que la
agresión no es algo que produzcan los hombres mismos ni que tenga su base en
las condiciones sociales, sino que nace de la naturaleza misma del hombre.”[1]
Es
así que frente al origen de la agresión encontramos dos posturas, ya
consabidas: el hombre es malo por naturaleza, la agresión es innata, y lo
contrario, el hombre es bueno por naturaleza. En cuanto a la primera posición,
explica E. Fromm, se hizo muy popular a raíz de un libro escrito por Konrad
Lorenz, “El pretendido mal - La historia natural de la agresión”, quien afirma
“… que la agresión la produce en forma continua y espontánea el hombre en su
cerebro, y que es herencia de nuestros antepasados animales y su monto va
aumentando sin cesar si no se le abre una válvula de salida. Si se le da una
oportunidad, se proyecta al exterior, pero si las oportunidades son muy escasas
o no existen, la agresión acumulada termina por producir un estallido.”[2]
Consideración
de la agresión como innata al hombre que “… se aproxima, en cierta manera, a la
anterior teoría del instinto de muerte. El supuesto de Freud de la década de
1920 fue que en cada hombre, en todas las células, en toda sustancia viva
existen dos instintos: el de vida y el de autodestrucción. Y este impulso a la
autodestrucción –o mejor dicho el instinto de muerte-, se expresa dirigiéndose
hacia afuera y entonces se manifiesta como destructividad, o hacia adentro, y
entonces aparece como una fuerza autodestructiva, que lleva a la enfermedad, al
suicidio, o, mezclada con impulsos sexuales, al masoquismo.”[3]
Desde
esta perspectiva la agresión, como natural al hombre, no está condicionada por
las circunstancias, no hay algo que la produzca, sino que al hombre solo le cabe
propiamente elegir entre dirigir ese instinto de aniquilación y muerte contra
sí mismo o contra otros, -elección a todas luces, realmente trágica-. Por lo
tanto, continua E. Fromm, la guerra sería inevitable, como la existencia de
autoridades coactivas que deben controlar al hombre, protegerlo de su propia
agresividad.
Sobre
la segunda posición, la otra idea: “… el hombre es bueno por naturaleza, solo
es malo debido a circunstancias sociales. Y cuando cambien las circunstancias,
se podrá reducir la maldad y la agresividad del hombre, e incluso borrarlas de
la faz de la tierra… Esta fue la opinión de los filósofos iluministas en
Francia, y ese punto de vista optimista se refleja incluso en parte de la obra
de Karl Marx y en las convicciones de los primeros pensadores socialistas.”[4]
Sin
embargo, ambos punto de vista contienen parciales exageraciones, afirma nuestro
invitado y continúa: “Por mi parte, adopto aquí una tercera posición, aunque me
ubique más cerca de la segunda que de la primera. Ante todo, parto de la
consideración de que el hombre es mucho más destructivo y cruel que el animal.
El animal no es sádico, no es hostil a la vida, pero la historia humana es un
documento de la inimaginable crueldad y la extraordinaria destructividad del
hombre… Pero creo que las raíces de la agresividad no residen en la animalidad
del hombre, sino que al ser mayor la agresividad humana que la de los animales,
la primera debe originarse en las condiciones específicas de la existencia
humana. La agresividad es mala, la
destructividad es mala… pero es humana. Es una posibilidad que reside en el
hombre, en todos nosotros, y que se manifiesta cuando uno no se ha desarrollado
de una manera más adaptada y madura.”[5]
Lo
anterior significa que la agresividad está presente en nuestro cerebro como un
mecanismo que en cualquier momento puede ser estimulado como posibilidad, pero
que si no se produce ningún estímulo, si no hay factores desencadenantes, no se
almacena y tampoco fuerza a comportamiento alguno. En palabras de E. Fromm: “…
la agresividad del hombre es una posibilidad que reside biológicamente en el
cerebro, pero no constituye una necesidad. No se manifiesta si no es activada
por determinadas circunstancias que sirven a la conservación de la vida. Es muy
importante afirmar esta idea contra la tesis conductista, según la cual la
agresividad solo es algo aprendido y el hombre solo se vuelve agresivo debido a
las circunstancias. La cosa no es tan simple, pues si solo tuviera que aprender
la agresividad frente a las circunstancias, esta no se movilizaría en forma tan
rápida e intensa como de hecho ocurre e incluso debe ocurrir. En cambio sucede
que la agresividad preexiste biológicamente como disposición, como posibilidad…”[6]
Además,
si la agresión fuese innata al hombre, siempre reaccionaría con agresión a los
ataques, y no es así, algunas veces responde con huida. A su vez, si la
agresión fuera natural, sería la misma en todos; lo que tampoco sucede, no es
la misma en todos los individuos, ni en todas las culturas y sociedades.
En
suma al respecto, el hombre no es bueno ni malo por naturaleza; la agresividad
no es innata al hombre, tampoco reside en su naturaleza animal. No obstante, la
agresividad es humana, porque su posibilidad reside biológicamente en el hombre
y se detona a partir de las circunstancias, en las condiciones específicas de
la existencia humana. Donde la marginación es una de tales condiciones, puesto
que atenta contra la necesidad emocional de pertenecer al grupo.
Contrarrestar la marginación,
evitar la agresividad, una razón más por la cual vincular nuestra la libertad
personal con la voluntad social, un nuevo motivo por el cual nuestra praxis
educativa estimula la acción dirigida, la acción con sentido, hacia la
comunidad empática, la comunidad abierta.
Praxis
educativa siempre en la conciencia, en la vivencia de nuestra libertad, de
nuestra posibilidad de embellecer o afear el mundo, porque capaces así, habla P. Freire, de intervenir el mundo, de comparar,
juzgar, decidir, romper, escoger, capaces de grandes acciones, de testimonios
dignificantes, los seres humanos se definen como seres éticos, pero los seres
éticos también pueden romper con la ética, también son capaces de impensables ejemplos
de bajeza e indignidad.
Cada uno de nosotros decide libre y responsablemente
vivir con ética o vivir en su transgresión.
[1] Fromm, Erich. "El amor a la vida". Ed. Altaya. España, 1993. Pág. 72
[2] Ibíd. Pág. 72 y 73
[3] Ibíd. Pág. 74 y 75
[4] Ibíd. Pág. 76 y 77
[5] Ibíd. Pág. 76 y 77
[6] Ibíd. Pág. 80
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