jueves, 26 de octubre de 2017

¡Silencio!


                                             ¡Silencio!
                
                   Por Juan Ramón Velázquez Mora              

Tomado de
Instituto Cultural de León. Publicación mensual. León, Guanajuato.







Parece que la conjura en contra de la paz y el silencio se ha filtrado también a los cines. Ahí se vuelve una cuestión de civismo, pero también de sentido común.  Ver una película también es escucharla. Junto con los anuncios de se prohíben mascotas y salida de emergencia debería instalarse en todas las salas un letrero gigante que exija SILENCIO. Hay toda una vida para discutir sobre películas, bien nos podríamos callar hora y media para verlas.

La sugestión que exige el cine para su disfrute cabal no es un estado ordinario. Se trata de un trance de comunión en el que participan los autores de la película y la audiencia, unos ejerciendo sus poderes de sugestión y otros sometiéndose –o no– a ellos. Hasta podría decir, sin temor a errar demasiado, que el éxito de una película depende siempre de su capacidad para conjurar esa hipnosis. Es un momento de equilibrio similar a algunas fases de la embriaguez en las que todavía se pueden articular pensamientos, y la alegría fluye veloz. Terso como el rostro del mercurio, esta levedad se marchita fácilmente. Los enemigos son muchos. La naturaleza masiva del medio es uno de ellos. No se trata de un acto privado, como la lectura de un libro. Hay demasiados factores que escapan de nuestro control y quedan sometidos a la opinión de la multitud. Como se sabe, las aglomeraciones son estúpidas por naturaleza.

Muchas veces esa zona sutil de la que hablaba se quebranta por mera falta de civilidad. Porque, al final, se trata de eso: civilización. Las salas son puntos altos de esa palabra tan maltrecha en nuestros tiempos. Tanta gente junta sin morderse, rasguñarse, matarse o amarse debería ser un punto de orgullo para la especie.  En el espectáculo del cine, tales necesidades humanas se lanzan hacia la pantalla. Estamos juntos para matarnos sin matarnos, amarnos sin amarnos, espiarnos sin espiarnos. Todos tenemos el mismo derecho sagrado de disfrutar en paz de este ritual… pero los enemigos son muchos.

Otro de los efectos hipnóticos de la pantalla implica olvidar que estamos en público y acompañados. Entramos en una dimensión privada o, mejor, íntima. Es por eso que tantos amantes han fallado favorable la oscuridad de las salas para soltar amarras. Además de señalarlos quisiera decir que los comprendo. La fortificación interior que usamos para amar es muy parecida a la que usamos para soñar. Pero ese castillo está hecho de naipes. Basta el dulce aroma del queso con vinagre o los hot-dogs con chile jalapeño para cortar de golpe el romance más carnoso. Entiendo que las camas aburran de vez en cuando, pero los juegos y sonidos del amor producen un efecto muy desagradable para los que no están involucrados. (Sólo el placer es capaz de auspiciar esos lodazales sin causar repugnancia.)

Es muy extraño que los museos y las iglesias impongan un respeto universal casi sin proponérselo, mientras que a los cines van todos con la intención de destapar cervezas, abrir bolsas de fritangas… Es como si el cine los conjurara. Tampoco se excluyen los bebés llorones, los adolescentes en manada o los que llegan diez minutos después de iniciada la película. Tarados, muchas veces arreados por los pastores de la publicidad o el ocio, que se han olvidado de cómo permanecer con la boca cerrada, concentrados en lo suyo y en calma con el prójimo. Lo que debería ser el estado normal de las cosas, la base desde donde se construye la sana convivencia, parece aquí una exigencia desesperada. Incluso puede que sea una exigencia demasiado alta para una tasa de homicidios como la de nuestra ciudad, en donde todavía es común leer en las noticias que la gente se dispara en la calle por disputas de tránsito. 



viernes, 13 de octubre de 2017

#11 Fil(m)osofía La Mina - Las hijas de Abril

Sesión # 11 – Jueves 12 de octubre de 2017


Las hijas de Abril

(Michel Franco, 2017)


Todas las presentes coincidimos, sin duda se trata de una película que presenta un abanico de la feminidad, los personajes principales son femeninos y cada uno muestra un cierto cliché en torno a la mujer: la hija menor vive un embarazo adolescente más su confusa maternidad, la hija mayor está hundida en una profunda depresión debida a su sobrepeso, baja autoestima y soledad, en tanto que la madre parece haber rechazado su maternidad y ahora que intenta retomarla lo hace desde el anhelo por la eterna juventud, toda esta marejada claramente envuelta en el ambiente de una familia disfuncional.

Indudablemente los clichés que explota el director a la vez rompen estereotipos –entendidos como patrones de conducta impuestos por el medio– porque la figura materna en Abril no entraña bondad ni abnegación como tampoco sus hijas, Valeria y Clara, representan ingenuidad ni obediencia –como se ha presentado en nuestro Cine de Oro–. De hecho nos preguntamos qué pasará con la bebé de Valeria, se repetirá la historia en-con ella, porque suele suceder que las generaciones heredan, que en cierto sentido se establece un ciclo de eterno retorno.

Visto así, desde esta perspectiva en que se explotan rincones comunes para capturar la atención del público, no nos parece una película especial, aunque sí buena y recomendable porque mueve, enoja, entristece, llega a desesperar y a esperar una confrontación que desate el nudo, que desenmascare los verdaderos sentimientos e intenciones de cada una… Nos preguntamos también si el discurso presentado responde a una decisión del director por comercializar su obra –incluso hay quienes señalan esta película de Franco como su más comercial–, llegar a más espectadores e incluso obtener algún premio –que sí lo hizo, ganó Un Certain Regard en la pasada edición del Festival de Cannes–. De ser así, que el artista en su ojo interior persiga tales intenciones o simple e involuntariamente reproduzca con su filme determinada ideología, lo cierto es que el espectador tiene el poder de revertir las imágenes, conceptos, mensajes que se le muestran con su observación y análisis, con su mirada reflexiva y crítica.

Cada uno de nosotros, como espectadores activos, como actores interpretamos y recreamos la obra, por ejemplo una de las participantes en nuestra charla planteó que Abril llego a sacudir a sus hijas, con sus acciones las obligó a salir de su zona de confort, esforzarse por responsabilizarse de sí, valorar lo que son y tienen –Valeria comienza a valorar a su hija y así misma–,  identificar quiénes son –Mateo definitivamente no es confiable–, qué quieren, necesitan –cobran fuerza para establecerse un objetivo y salir adelante–, o al menos preguntarse hacia dónde van. Quizás ése fue el resultado de las acciones de Abril, pero ¿fue su intención consciente y decidida?, ¿llanamente actúa desde el desequilibrio en la aspiración por la eterna juventud?, ¿o simplemente es una mujer española que aburrida de su vida en Europa viene a Puerto Vallarta, México en un intento por empaparse de vida –lo cual recuerda el estereotipo del español villano–?, cuestionaron otras de las dialogantes.




Cabe decir que llamó nuestra atención el hecho de que al publicar el cartel de nuestro evento más del 70% de los “likes” que recibió correspondían a mujeres, a lo cual se sumó que es la primera ocasión en que nuestra reunión se integra sólo por mujeres. ¿Habrá influido en esto, como fue dicho al principio de este espacio, que los personajes principales son femeninos? Lo que sí concluimos unánimemente es que Las hijas de Abril no es una película feminista, porque aun cuando domina la figura femenina realmente el epicentro de la historia es un hombre, Mateo; de hecho, si desparece este personaje masculino no hay historia o la historia es otra. El núcleo de la acción es Mateo, un hombre que Clara, la hermana mayor, desea; un hombre que Valeria, la hermana menor, posee; un hombre que Abril, madre de Clara y Valeria, roba y disfruta. Las tres mujeres actúan, viven en torno a lo que en ellas despierta la sola presencia opaca, débil y tambaleante de Mateo; ¿qué tan cierto es que la mujer desea, tiene o roba un hombre para encontrar su felicidad?

No, no es una película feminista de acuerdo con el “Test de Bechdel”, nos aportó este comentario otra de nuestras invitadas: una película es feminista o no machista (sin ahondar aquí entre la oposición o no entre machismo y feminismo) cuando cumple con tres características, en la película tienen que salir dos mujeres como mínimo, esas mujeres tienen que hablar entre ellas y el tema del diálogo no debe ser un hombre, un personaje masculino.

Y es entonces que me preguntó, ¿esta vez nuestra sesión filmosófica fue feminista? Porque estuvimos presentes alrededor de diez mujeres, obviamente interactuamos entre nosotras, nuestro tema de conversación no fueron los hombres sino el cine como poderosa herramienta para la enajenación, cuando reproduce ideologías, o para la emancipación, cuando nos confronta con parámetros culturales impuestos, especialmente en momentos como éste, como en nuestra Fil(m)osofía que al de-construir el filme y re-construirlo nuevamente, trascendemos la condición de espectadores, el nivel de transmisión-recepción, para alcanzar la interpretación y re-creación, dotar de sentido a la obra y así transformarnos en espect-actores





* Para enterarse un poco más sobre el “Test de Bechdel” y otros criterios para identificar la equidad de participación entre personajes femeninos y masculinos.


* Y sobre clasificación “F”