Una filmosofía caníbal
Alan
Quezada Figueroa
La
degustación del dedo de su propia hermana fue para Justine el punto de arranque
que la llevó a conocer su naturaleza caníbal, éste es el momento cumbre de la
ruptura con toda su historia tal como la conocía. Así como Justine se introdujo
en un mundo que no había imaginado antes, con su regularidad vegetariana, Fil(M)osofía, en su séptima edición dio
un vuelco en cuanto al tema de la película que decidimos reflexionar
colectivamente. Se trata de Voraz (2016),
filme problemático por los excéntricos rumores sobre los desmayos en Toronto y
la promesa de una brutalidad sólo hallada de manera básica dentro del filme.
Fue a partir de tal controversia que
comenzó nuestro recorrido por las entrañas de Voraz. Quizá la película no cumple con aquel grado de horrorismo
que la publicidad de aquella bolsa de papel para el vómito nos hizo esperar,
sin embargo, nos ofreció una multiplicidad de tópicos en los que hallamos
refugio. Si bien estamos acostumbrados al horror hegemónico al estilo Hollywood
de tintes splatter y soft gore, nuestra película permite que
el horror surja desde nosotros mismos, es decir, desde aquello que somos, o
mejor, creemos ser, y el momento en el que descubrimos que nuestro supuesto
orden cotidiano está cimentado en puras fantasías. Como institución primera
nuestros padres son los encargados de dar una base firme a nuestras creencias
posteriores, sin embargo, nos enfrentamos al derrumbe piramidal de todo posible
aprendizaje y tradición: comer tantos vegetales para venirse a entrar de que es
una carnívora insaciable, además de carne humana y no obstante con eso, ser un
caníbal de abolengo.
Quizá de algún modo el género humano
es más cercano al caníbal que a otras de las figuras de horror que nos ha dado
el cine y la literatura —aunque bien hemos de recordar que el canibalismo sí se
ha presentado en nuestro género en diversas culturas o situaciones particulares
(piénsese en los sobrevivientes de los Andes)—. A partir de nuestra
construcción social podemos notar un canibalismo político y económico que
absorbe hasta las relaciones humanas, tal como aquella mordida que le da
Justine a su compañero de juego erótico, mismo al que le corta el labio en esa
pulsión tan cercana entre erotismo y hambre.
Hombres lobo, vampiros, zombis y
monstruos diversos han aparecido en infinidad de narrativas, todas ellas
denotan cierta riqueza relativa a sus orígenes humanos, de los que no se pueden
desprender. Frente a estos, el caníbal aparentemente no tiene mayor complejidad
que la de comer carne humana, sin embargo, piezas como Voraz nos ofrecen la posibilidad de otras lecturas contemporáneas
que ya en su tiempo nos ofreció la magistral representante del género: Holocausto caníbal (1980) de Rugeiro
Deodato y la basada en hechos reales: El
caníbal de Rotemburgo (2006), de Martin Weisz. El canibalismo que nos
presenta la directora de nuestro filme nos sigue sumergiendo en la clásica
discusión sobre si el cuerpo es el que domina a la mente o la mente domina al
cuerpo; lo que sí es cierto es que el cuerpo nos representa un límite, tanto de
uno mismo, como hacia los demás. Los límites del deseo deben terminar en mi
corporalidad, sin embargo, el canibalismo es la transgresión que se salta esos
límites.
Se presentó también una cierta lectura
feminista que apunta a diversos momentos de la película: desde aquella técnica
para orinar parada en la que es instruida Justine, hasta el poder de ser
proveerse sus propios alimentos provocando accidentes automovilísticos, sin
mencionar que en el género es más recurrente que esas acciones sean
representadas mediante la figura masculina, además de ser una mujer quien
dirige y hace el guion. A pesar de no ser esa la motivación de la directora,
nuestra filmosofía nos permite multiplicar la discusión por diversos lados, de
tal manera que frente a nuestro actual contexto el tema no se excluyó.
La voracidad ante el deseo de la
primera experiencia sexual de Justine desató el ánimo, no sólo de su
carnalidad, sino la de su compañero de habitación, quien a pesar de ser
homosexual cayó en el deseo de compartir el acto con nuestra protagonista;
Adrien es contenido por sus prejuicios, pues menciona que le ha costado tanto
trabajo declararse abiertamente homosexual como para mantener relaciones
sexuales con una mujer. Él finalmente cedió ante el deseo, la carne es carne y
su carne se utilizó también como eso: carne, que se manifestó igualmente como
alimento para satisfacer el hambre de una caníbal hambrienta.
Voraz
nos ofreció una amplia posibilidad de reflexión a partir de su riqueza múltiple.
Pudimos cerrar —que no concluir— nuestra sesión poniendo el acento en una
cuestión quizá un tanto paralela, que refiere al señalamiento ético respecto
del otro y el llamamiento político a la comunidad, en tanto que podríamos
admitir que habitamos en un capitalismo caníbal en el que la enajenación hacia
nosotros mismos ha hecho que nos visualicemos como objetos de consumo, desde
las relaciones laborales hasta las interpersonales, han reflejado una suerte de
consumo del otro como medio para los propios fines. Espacios como Fil(M)osofía dentro de Cine La Mina, son
un llamado a crear esa suerte de comunidad más allá del canibalismo consumista,
porque nos permite ofrecer nuestra palabra y nuestra escucha al otro, en
función de la construcción del nosotros.
La figura del caníbal es quizá una potencia para comprendernos a nosotros
mismos y nuestro entorno.
¡Compartamos la carne y la palabra, la cena está servida!
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