Una
lectura filosófica de “La mujer en la fila”
“La
mujer en la fila” –película inspirada en un caso real– expone con crudeza la
forma en que los vínculos afectivos pueden convertirse en cadenas invisibles,
particularmente cuando se trata de vínculos familiares. La protagonista es,
primero, presa por obligación: como madre y cuidadora de su hijo, se ve atrapada
en una red de responsabilidades y lealtades familiares que la empujan a
permanecer al lado de un entorno que oculta delitos y decisiones morales
cuestionables. En esta primera etapa, su “reclusión” es consecuencia de un
mandato emocional y social: la mujer que sostiene, que protege, que “hace fila”
por todos, principalmente por sus hijos.
Lo más inquietante es que, más adelante, ella elige voluntariamente continuar presa, ahora no por lazos de sangre sino por los del amor romántico: permanece al lado del hombre que conoció en la primera etapa de su reclusión, aun cuando él le libera y le desea con sinceridad que tenga una vida hermosa; aun cuando el confiesa ser un ladrón y haber sido abandonado por su familia consanguínea. Si al inicio el cautiverio es impuesto, luego es asumido como acto de amor, lo cual abre una discusión sobre si esa elección es realmente libre o si responde a estructuras culturales que normalizan el sacrificio femenino.
El imperativo categórico de Kant y su aplicación al caso
Immanuel Kant, filósofo prusiano de la Ilustración, formula el imperativo categórico –como estándar moral universal e incondicional para la acción–, en varias versiones. La más conocida dice:
Es decir, una acción es moralmente correcta si y sólo si la norma personal que la inspira podría adoptarse universalmente sin contradicción.
Otra formulación relevante para este caso es:
Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio.
Ahora bien, aplicado el imperativo categórico a “La mujer en la fila”, surge la pregunta:
¿Es moral apoyar y cuidar a un familiar o a su ser amado aun cuando sabemos –o descubrimos– que ha cometido delitos conscientemente, o incluso cuando nos ha ocultado algo, mentido o engañado?
Desde una lectura kantiana estricta:
*Si
universalizáramos la máxima “debo proteger a mis seres queridos
independientemente de sus crímenes”, se produciría una contradicción moral: la
justicia se volvería imposible.
*Además,
quien oculta o encubre delitos usa a la sociedad como un medio –para proteger
al culpable– violando el imperativo categórico.
*Y si
la protagonista actúa por lealtad ciega o amor incondicional, se utiliza a sí
misma como medio para la tranquilidad emocional del otro, negando su propia
dignidad moral.
Por lo tanto, para Kant no sería correcto apoyar de ese modo, porque la moral no depende del afecto sino de principios universales. El amor o el vínculo familiar no son justificación ética para preservar la injusticia.
Sororidad y desigualdad social
La película también destaca la unión entre mujeres: una red de apoyo que emerge en entornos hostiles. Sin embargo, esta sororidad no es homogénea; varía según el estrato social. Las mujeres con más recursos encuentran estrategias de apoyo y defensa muy distintas a las de quienes viven en contextos de precariedad.
En los sectores populares, la solidaridad aparece como resistencia: compartirse cuidados, información o incluso protección. En os estratos acomodados, esa solidaridad puede manifestarse como discreción, contactos o capacidad para “limpiar” socialmente los errores propios o ajenos. La película subraya así que la hermandad femenina existe, aunque la desigualdad moldea sus formas y sus límites.
El mito de “la gente de bien”
Uno de los elementos más provocadores del film es la afirmación –expresada por personajes y por el entorno social– de que quienes han sido educados como “gente de bien” no pueden ser delincuentes y qué sólo los pobres delinquen. Esta creencia expone el clasismo estructural: se asocia la criminalidad con la pobreza, mientras que en las clases altas los delitos se enconden bajo eufemismos, influencias o simples negaciones.
La película evidencia cómo la protagonista, atrapada entre la lealtad y el descubrimiento de la verdad, se enfrenta justamente a esta falacia: los delitos pueden estar tan presentes en la “buena sociedad” como en los barrios marginales; lo que cambia es la capacidad para ocultarlos.
Conclusión
“La mujer en la fila” retrata la transformación de una mujer que pasar de ser cautiva involuntaria a cautiva emocional, exponiendo cómo la cultura del sacrificio femenino puede disfrazar como libre elección lo que en realidad es una forma de sometimiento. A la luz del imperativo categórico de Kant, la película invita a cuestionar la moralidad de apoyar incondicionalmente a alguien que ha actuado injustamente. Al mismo tiempo, muestra de manera incisiva las tensiones entre sororidad y clase social; además, desmonta la idea profundamente arraigada de que sólo los pobres pueden ser delincuentes.
Esta historia dramatiza un caso real y se convierte en un espejo incómodo de responsabilidades, lealtades y cegueras morales.



No hay comentarios.:
Publicar un comentario