El pasado fin de semana asistimos al llamado Primer Encuentro Biocultural por el Río Bogotá, celebrado en la ciudad de Cajicá. En cierto sentido –y en cierta medida– fue escuchar más de lo mismo: discursos, propuestas y algunas promesas que, aunque bien intencionadas, parecen no concretarse. Se habla de proteger el río, de cuidar el territorio, de reconectar con la naturaleza; pero todo queda, una vez más, en el plano de las palabras. Hay algo paradójico en estos espacios: el mensaje y el modo de vida de quienes convocan, de quienes participan como ponentes y de quienes asisten como público, suelen ser incompatibles. Hablamos de armonía con la naturaleza mientras sostenemos formas de vida urbanas y de consumo que la niegan cotidianamente.
Lo que sigue es la reflexión que este
encuentro suscitó en mí: una serie de preguntas y pensamientos que van más allá
del evento mismo.
Bioculturalidad:
cuando la naturaleza y la cultura dejan de ser dos
Durante siglos hemos pensado la naturaleza y la cultura como si fueran mundos separados. La naturaleza, se nos dijo, era lo que existía “fuera” de nosotros: bosques, ríos, animales, tierra… La cultura parecía ser lo propiamente humano: lenguaje, costumbres, técnica… Entre ambas se levantó una frontera invisible, aunque poderosa, sostenida por la idea de que el ser humano “domina” o “transforma” la naturaleza.
Sin embargo, desde la perspectiva de la bioculturalidad esa distinción se desvanece. Naturaleza y cultura no son dos entidades que se relacionan: son dimensiones de una misma trama viva. Todo proceso cultural tiene raíces biológicas y ecológicas; toda vida está impregnada de sentido y memoria compartida. La bioculturalidad no busca “unir” lo que estaba separado: reconoce que nunca estuvo separado.
Este enfoque invita a mirar el mundo desde la interdependencia. Los saberes tradicionales, las lenguas originarias, las prácticas agrícolas, los modos de habitar, de sanar y de celebrar son expresiones de ecosistemas vivos. No son meros productos culturales: son formas de continuidad entre las comunidades humanas y los territorios que las sostienen. Allí donde una lengua se extingue o un bosque se tala, no sólo desaparece un patrimonio natural o un repertorio simbólico: se quiebra una relación de sentido, una manera de habitar el mundo.
Ejemplos de prácticas bioculturales en América Latina y de pueblos originarios
- La milpa (Mesoamérica). Sistema de policultivo que combina maíz, frijol, calabaza y otras plantas en asociaciones flexibles y rotativas; más que una técnica agrícola es un conjunto de saberes, calendarios rituales y prácticas comunitarias que sostienen la biodiversidad y la alimentación local.
- Las chinampas (Valle de México). Islas artificiales intensivamente cultivadas en lagos poco profundos: una tecnología agrícola que mezcla ingeniería hidráulica, manejo del agua y prácticas comunitarias –ejemplo claro de cómo los ecosistemas acuáticos y las prácticas culturales se co-constituyen. (Patrimonio vivo inscrito y documentado por la UNESCO).
- Waru-waru / camellones (Andes: altiplanicies del Titicaca y zonas aledañas). Camellones elevados con canales que regulan humedad y temperatura del suelo, permiten cultivos resistentes a heladas y gestionan inundaciones; son una ingeniería ancestral que articula paisaje, clima y formas de vida comunitaria.
- Sistemas agroforestales y chakras en la Amazonía. Prácticas indígenas que integran árboles, cultivos alimentarios y manejo de recursos forestales –mantienen diversidad biológica y permiten seguridad alimentaria, al tiempo que expresan cosmologías y reglas comunitarias sobre uso del territorio.
- Acequias y riegos tradicionales (Andes y zonas coloniales). Infraestructuras comunitarias de riego (acequias) que articulan organización social, normas de uso y cuidado del agua; son ejemplo de gobernanza hídrica tradicional que entrelaza lo técnico y lo comunitario.
Los ejemplos anteriores muestran que, en la
práctica, la vida social y la gestión de la naturaleza están tejidas: las
soluciones ambientales locales suelen venir de prácticas que son a la vez
culturales, técnicas y espirituales.
Sobre el ordenamiento territorial en Cundinamarca y el río Bogotá
En la región existe un Plan de Ordenación y Manejo de la Cuenca del río Bogotá (POMCA) –un instrumento técnico y normativo orientado a la planificación del uso del suelo, las aguas y la conservación del recurso hídrico en la cuenca– y entidades regionales han venido articulando instrumentos de planeación y manejo en torno a la cuenca del río Bogotá. Esto indica que la gestión territorial en Cundinamarca y la cuenca del Bogotá sí ha incluido al agua y al río como eje de planificación.
Ahora bien, decir que un plan fue “diseñado alrededor del río” es una afirmación ambiciosa. Los instrumentos, como el POMCA y los documentos técnicos del POT, muestran que el río y la cuenca han sido objeto de política pública y planificación; sin embargo, la puesta en práctica, la gobernanza efectiva y la coordinación interinstitucional son desafíos persistentes. Las políticas existen: su alcance real depende de presupuestos, voluntad política y cumplimiento técnico.
¿La biocultura se queda en la teoría? –una mirada crítica y propositiva
El reconocimiento teórico de la bioculturalidad es un avance: permite desnaturalizar la separación entre “cultura” y “naturaleza” y poner en el centro la interdependencia. No obstante, esa buena intención corre el riesgo de quedar en retórica si no se concretan transformaciones profundas en infraestructura, políticas y hábitos urbanos.
Un ejemplo concreto y plausible de cambio estructural es la sustitución o complementación del sistema sanitario urbano actual por alternativas de saneamiento ecológico (baños secos, baños con separación de orina, sistemas de tratamiento descentralizado, recuperación de nutrientes). La sanidad ecológica (ecosan) reduce la contaminación de ríos al interrumpir la vía agua-rivero por la que los nutrientes y patógenos llegan a cuerpos hídricos; además permite cerrar ciclos (recuperar nutrientes para la agricultura) y reducir consumo de agua. Para que propuestas así de radicales salgan del papel se requieren decisiones políticas, inversión, normativas y procesos educativos comunitarios.
Otras medidas profundas que acompañarían la bioculturalidad practicada incluyen:
- Planificación territorial que priorice cuencas y corredores
ecológicos vinculados a modos de vida locales.
- Reconocimiento legal y apoyo económico a prácticas
indígenas/agroecológicas (milpa, chinampa, agroforestería) que conservan
biodiversidad.
- Gobernanza del agua basada en instituciones comunitarias (acequias,
juntas de usuario, comités de cuenca).
Cierre –pensamiento y responsabilidad
La bioculturalidad nos devuelve a una verdad sencilla y potente: no habitamos un mundo “natural” aparte; habitamos un mundo tejido. Pero la teoría exige praxis: reconocer la interdependencia no basta si no la traducimos en cambios estructurales (infraestructuras, políticas públicas, reconocimiento de saberes locales, tecnologías apropiadas). Cambios como la adopción masiva y regulada de saneamiento ecológico, la protección efectiva de cuencas y la inversión en agroforestería comunitaria son ejemplos de medidas que harían de la bioculturalidad algo más que una idea halagadora.
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