Una lectura filosófica del relato “El observador de caracoles”,
escrito por
Patricia Highsmith
1. Biopolítica y el gobierno de la vida
Michel Foucault define la biopolítica como el conjunto de estrategias mediante las cuales el poder moderno administra la vida, regulando los cuerpos, los comportamientos y las poblaciones. No se trata ya de un poder que “quita la vida”, sino de uno que la produce, vigila y organiza.
En este sentido, Peter Knoppert, el
protagonista, encarna una figura del biopoder internalizado: un individuo que
aplica sobre sí mismo los mecanismos de observación, clasificación y control
que la modernidad impone a la vida natural.
- Su obsesión por los caracoles nace como un impulso “científico”,
     racional, casi higiénico: quiere entender, medir y ordenar la vida de los
     caracoles.
 - Pero ese gesto de control se vuelve sobre él: termina gobernado por
     la vida que pretendía gobernar.
 
Así, el cuento puede leerse como una alegoría de cómo el poder biopolítico se infiltra en el sujeto, hasta que este se convierte en su propio vigilante y prisionero.
2. La vida que excede el control
Giorgio Agamben amplía la reflexión
foucaultiana distinguiendo entre zoé (la vida biológica, desnuda) y bíos
(la vida política, regulada). En la modernidad, dice Agamben, el poder tiende a
reducir la vida humana a su mera dimensión biológica, tratando los cuerpos como
objetos de gestión.
En “El observador de caracoles”, los límites entre zoé y bíos se desdibujan:
- Los caracoles, pura zoé, terminan invadiendo el espacio
     humano.
 - Knoppert, que creía pertenecer al bíos (el orden racional y
     civilizado), acaba absorbido por esa materialidad biológica.
 
El relato muestra, con un tono de horror simbólico, el fracaso de la separación entre lo humano y lo animal. Cuando el protagonista es devorado, la vida que quiso administrar —la vida desnuda de los caracoles— reclama su autonomía, revelando que lo biológico no puede ser completamente sometido al orden político o racional.
3. Del observador al observado: el sujeto biopolítico
Foucault describe la modernidad como una época
donde el poder se ejerce a través de la mirada: la vigilancia, el examen, la
observación. Knoppert es literalmente “el observador”, pero en su obsesión, la
relación se invierte.
Su dedicación al estudio de los caracoles puede leerse como una metáfora del dispositivo disciplinario: una miniatura del laboratorio, del hospital o de la prisión, donde se clasifica y se controla la vida. Sin embargo, Highsmith subvierte el dispositivo: el sujeto que observa pierde su distancia, la mirada se vuelve contra él.
Lo que en Foucault sería el poder que “hace vivir”, en Highsmith se convierte en una vida que devora a su propio gestor.
4. Comunidad inmunitaria y autodestrucción (Esposito)
Roberto Esposito introduce la noción de inmunidad
para describir cómo la sociedad moderna se protege del exceso de vida —del
contagio, de la alteridad, del cuerpo del otro— mediante mecanismos que,
paradójicamente, terminan produciendo aislamiento y muerte.
Knoppert, en su intento por crear un microcosmos controlado y “puro”, genera precisamente lo contrario: un espacio cerrado donde la vida se multiplica sin límite y destruye su propia frontera.
Su obsesión por inmunizarse del desorden exterior (el mundo, las relaciones humanas) lo conduce a la autodestrucción, porque la inmunidad absoluta equivale a la negación de la vida misma.
5. La vida como fuerza impersonal
Desde esta lectura, el cuento no es solo un relato de horror psicológico, sino una fábula biopolítica sobre la imposibilidad de separar la vida de su potencia vital.
La vida —representada por los caracoles— no pertenece al individuo ni puede ser completamente domesticada por el saber científico o el deseo de orden.
El desenlace irónico (el hombre devorado por los animales que estudia) muestra cómo la vida excede los marcos de control y devuelve al sujeto su propia vulnerabilidad biológica.
Conclusión
“El observador de caracoles” es una metáfora
del fracaso de la racionalidad biopolítica moderna: la pretensión de gobernar
la vida desde la distancia del observador termina en la pérdida de la humanidad
misma. 
Highsmith dramatiza, con un tono de horror
íntimo, la verdad que la biopolítica revela y teme: que lo vivo no puede ser
reducido a objeto de gestión sin que el propio sujeto se vea arrastrado por su
fuerza.
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