¿Qué es el arte hoy? Transtextualidad, descanonización y el dilema de la inteligencia artificial
Uno de los desafíos más interesantes del
pensamiento contemporáneo es aceptar que el arte dejó de ser un territorio
sagrado y delimitado. La desmitificación de lo artístico comenzó hace más de un
siglo con gestos tan contundentes como el célebre orinal de Marcel Duchamp,
presentado en 1917 bajo el título Fountain. Duchamp tomó un objeto
cotidiano –un urinario industrial, producido en masa–, lo firmó con el
seudónimo “R. Mutt” y lo envió a una exhibición de arte. El escándalo que
produjo no estuvo en el objeto mismo, sino en la pregunta que detonó: ¿qué
convierte a algo en arte? ¿La materialidad? ¿La intención del autor? ¿El
contexto institucional? Fountain abrió una grieta que jamás volvió a
cerrarse, desafiando la idea de que el arte debe ser bello, único, sublime o
elaborado. Su gesto fue, en cierto sentido, un acto filosófico: poner en
evidencia que el aura del arte depende más de los marcos que lo sostienen que
del objeto en sí.
Hoy también hemos normalizado la transtextualidad,
un término que Gérard Genette utiliza para referirse al conjunto de relaciones
que un texto mantiene con otros textos. Gracias a ello, aceptamos sin mayor
conflicto que una obra literaria se “traslade” a otros lenguajes: una
caricatura que deriva de un clásico literario, una película basada en una
novela o incluso una versión musicalizada de un poema. Basta pensar en El
Quijote, cuya presencia se derrama en tiras cómicas, adaptaciones
cinematográficas y reescrituras contemporáneas. En este ir y venir de soportes
y modalidades no vemos corrupción ni pérdida; al contrario, celebramos la
capacidad de las obras para resignificarse y dialogar en múltiples registros.
Del mismo modo, parece que hemos aprendido a descanonizar
lo tradicional: ya no es escandaloso romper con la pintura figurativa, con la
narrativa clásica o con la poesía métrica. Sin embargo, esa misma flexibilidad
convive con un discurso que pretende defender ciertos cánones y condenar otros.
Así, hay quienes sostienen que la entrada de la inteligencia artificial en los
procesos creativos representa una amenaza inadmisible para “lo artístico”. Aunque
este rechazo nos obliga a preguntarnos: ¿según qué criterios? ¿Qué canon se
está defendiendo y por qué? ¿Por qué aceptamos sin reparo que un objeto
industrial se vuelva arte, que un texto se convierta en caricatura, pero no que
una máquina participe del proceso creativo?
La propuesta aquí es más radical –o quizá más
coherente con la tradición crítica que hemos heredado desde las vanguardias: cuestionar
todos los cánones, no sólo algunos. Ya que cualquier intento de diferenciar
entre cánones aceptables y cánones intocables termina siendo una arbitrariedad.
Y si algo mostró Duchamp es que nada es evidente, que todo puede
problematizarse.
Volver entonces a las preguntas fundamentales
no es un ejercicio ocioso sino necesario:
¿Qué es el arte?
¿Qué convierte a un objeto en objeto artístico?
¿Qué hace que un texto pueda llamarse “literario”?
Estas preguntas se vuelven especialmente
urgentes frente al debate sobre la inteligencia artificial. ¿Es un fraude
escribir con ayuda de una IA? La respuesta depende de lo que entendamos por
fraude, por autoría y por creación. Después de todo, muchos movimientos
artísticos han explorado técnicas que descentran la figura del autor. Un
ejemplo es el método de los cut-ups, popularizado por William S.
Burroughs: una técnica literaria que consiste en recortar textos impresos y
reorganizar los fragmentos al azar para generar nuevas combinaciones de
sentido. Si aceptamos que estas prácticas –basadas en el collage, la
aleatoriedad y la transformación– pueden generar literatura, ¿por qué una
herramienta algorítmica sería, en sí misma, ilegítima?
Condenar a la IA por “no ser humana” nos
obliga a recordar que tampoco lo era el objeto industrial de Duchamp, ni lo es
la técnica impersonal del montaje o la adaptación. Quizá el verdadero problema
no sea la inteligencia artificial, sino el miedo a perder un canon que creíamos
estable. Si algo caracteriza a la reflexión filosófica es la voluntad de
interrogar lo que parece evidente. Y tal vez la pregunta correcta no sea si la
inteligencia artificial puede crear arte, sino si nosotros estamos dispuestos a
seguir pensando –y repensando– qué entendemos por arte.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario