viernes, 21 de noviembre de 2025

Frankenstein como símbolo y mito filosófico (Parte 2 de 4)

 

Frankenstein como símbolo y mito filosófico

(Parte 2 de 4)

 




Esta es la segunda entrega de una serie de cuatro textos dedicados a explorar Frankenstein o el moderno Prometeo. En esta parte me interesa mostrar por qué la novela de Mary Shelley se ha convertido no sólo en un clásico literario, sino en un símbolo polivalente y en un mito con pleno estatuto filosófico.

Desde su publicación en 1818, Frankenstein ha encarnado la eterna pugna entre fe y razón. La novela no se reduce a una historia de terror ni a una fantasía científica: es una obra que interroga los límites éticos del progreso, la relación ambigua que mantenemos con nuestras propias creaciones tecnológicas y la delgada frontera que separa lo normal de lo monstruoso. No es casual que la pregunta central del subtítulo —el moderno Prometeo— nos obligue a pensar: ¿quién es el nuevo Prometeo?

¿Víctor Frankenstein, que roba el fuego del conocimiento y desafía los límites de la vida y la muerte? ¿O la criatura, que sufre la condena de haber recibido un don que nunca pidió?

Ambos pueden serlo. Y esa tensión simbólica abre múltiples interpretaciones posibles.

A lo largo de más de dos siglos, se han propuesto diversas interpretaciones de la obra. Al menos diez de ellas permiten vislumbrar su riqueza:

1. La ciencia puede ir demasiado lejos: la novela advierte sobre el riesgo de cruzar la línea de lo éticamente aceptable.

2. Las acciones tienen consecuencias: la irresponsabilidad de Víctor precipita la tragedia.

3. No jugar a ser Dios: se transgreden los límites entre lo humano y lo divino.

4. Una dialéctica amo–esclavo: la obra aparece poco después de la abolición de la trata de esclavos en el Imperio británico, y resuena como advertencia sobre los “esclavos liberados” y el temor social a aquello que se ha dominado.

5. La culpa maternal de Mary Shelley: la crítica feminista temprana, como la de Ellen Moers, vio en la novela una sublimación del trauma por la muerte de su hija recién nacida.

6. Depresión postnatal: la criatura como “nacimiento monstruoso”, y Víctor como una figura maternal que rechaza a su creación.

7. Los monstruos no nacen monstruos: la criatura es inicialmente inocente; es la violencia social la que la convierte en amenaza.

8. Celebrar la diferencia: la criatura no es un monstruo, sino un ser rechazado por su apariencia; la obra es una crítica al miedo a la alteridad.

9. ¿Viva la revolución? No del todo: Shelley, crítica de las revoluciones violentas, sugiere que un cambio sin orden puede desembocar en caos, así como ocurre con la rebelión de la criatura.

10. Alegoría cristiana: más que un Adán, la criatura es un ángel caído, condenado a la soledad y a la separación absoluta de su creador.

Estas interpretaciones son apenas un vistazo a la complejidad del mito que Mary Shelley construyó.

Ahora bien, ¿qué convierte a Frankenstein en un mito filosófico?

Lo que dota a esta obra de un verdadero estatuto filosófico no es únicamente su densidad simbólica, sino su capacidad para articular un planteamiento propio: el deseo humano de inmortalidad y las consecuencias éticas de traspasar los límites de lo permitido.

Aquí el mito no es un cuento fantástico destinado al entretenimiento, sino una forma de pensamiento problemático e indagatorio. Mary Shelley utiliza la potencia de la ficción para reflexionar sobre preguntas profundas:

 ¿Qué ocurre cuando el progreso tecnológico avanza más rápido que nuestra responsabilidad moral?

¿Qué clase de humanidad se forja cuando se desprecia al diferente?

¿Cuál es el costo de desafiar el orden natural o divino?

En este sentido, Frankenstein funciona como una crítica lúcida a su época: cuestiona la sociedad que emerge de la Revolución Industrial, se distancia del optimismo ilustrado, señala los peligros de un modelo político basado únicamente en la razón instrumental, critica el patriarcado y propone una recreación del mito de Prometeo para interrogar la modernidad naciente.

La novela no sólo cuenta una historia: piensa. Y es precisamente esa capacidad filosófica lo que ha permitido que Frankenstein perdure, se transforme y siga iluminando los dilemas éticos de nuestro presente.

 




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