viernes, 21 de noviembre de 2025

Mary Shelley y el origen de una novela que dialoga con la ciencia y la filosofía (Parte 1 de 4)

 

Mary Shelley y el origen de una novela que dialoga

con la ciencia y la filosofía

(Parte 1 de 4)

 


Este texto abre una serie de cuatro publicaciones dedicadas a explorar Frankenstein o el moderno Prometeo, la extraordinaria novela de Mary Shelley. En esta primera parte me interesa situar a la autora y comprender el contexto que hizo posible la gestación de una obra en la que la literatura entra en diálogo profundo con la ciencia y con la filosofía.

La literatura, como manifestación artística, suele entretejerse con otras formas del pensamiento humano. A veces basta que una pregunta científica, un dilema filosófico o una inquietud ética se depositen en la imaginación de alguien para que surja una obra capaz de desbordar su propio tiempo. Un ejemplo paradigmático es la novela publicada en 1818 por Mary Shelley (Inglaterra, 1797–1851), titulada originalmente Frankenstein; or, The Modern Prometheus. Clasificada como novela gótica por su atmósfera oscura y tenebrosa, es también considerada una de las primeras grandes obras de ciencia ficción, precisamente porque la acción se desarrolla en el presente histórico de la autora y proyecta un futuro abierto, sin el peso fatalista de maldiciones o destinos predeterminados. Aquí la tragedia no viene del pasado: se fabrica.

La figura de Mary Shelley resulta aún más fascinante cuando se revisa su nombre completo: Mary Wollstonecraft Godwin – Shelley. En él confluyen las tres personas que más influyeron en su vida y en su formación intelectual.

* Mary Wollstonecraft, su madre, fue una de las voces pioneras del feminismo ilustrado y autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792).

* William Godwin, su padre, fue un pensador político, escritor y precursor del anarquismo filosófico.

* Percy Bysshe Shelley, su esposo, fue poeta y ensayista romántico, figura clave de la literatura inglesa.

 

No es casual que de una constelación así emergiera una mente capaz de imaginar una historia donde se discute la ambivalencia de la ciencia, la responsabilidad ética del creador, y los límites —o excesos— del progreso humano. En términos de géneros literarios, Frankenstein aportó de manera inconmensurable a la cimentación de la ciencia ficción como un territorio que oscila entre la esperanza y la inquietud frente al avance científico y técnico.

Mary Shelley estaba atenta a los debates científicos de su época. Conocía las discusiones entre William Lawrence y John Abernethy, médicos de Edimburgo que, en la década de 1810, experimentaban con la posibilidad de reanimar cuerpos mediante electricidad, un antecedente directo del imaginario que daría vida al célebre científico Víctor Frankenstein.

Sin embargo, para comprender cómo se escribió esta obra, hace falta mirar un acontecimiento geológico que cambió circunstancialmente la historia de la literatura. En 1815, la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, provocó alteraciones climáticas globales. El verano de 1816 en el hemisferio norte fue oscuro, frío, casi fantasmal; pasó a la historia como el año sin verano. Ese mismo año, Mary Shelley y Percy Shelley fueron invitados a pasar una temporada en Suiza junto a un pequeño grupo de jóvenes intelectuales británicos.

En la Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, se reunieron Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Mary Shelley, Claire Clairmont y John William Polidori. Confinados por las inclemencias del clima, decidieron organizar un concurso de relatos de terror. De ese encierro forzado emergerían dos criaturas literarias extraordinarias: el germen de Frankenstein, y El vampiro de Polidori, antecesor directo del vampiro moderno.

La chispa había encendido la imaginación de Mary Shelley. Y con ella, el nacimiento de un mito contemporáneo.



 


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