martes, 25 de noviembre de 2025

Apex predator - Depredadores ápice o Superdepredadores

 



A veces las películas llegan sin pretensiones ni recomendaciones: sólo buscamos distraernos, hacer una pausa mental, ver “algo ligero”. Así me encontré con Chronicle (2012), una cinta que parece un experimento adolescente más: tres chicos descubren una especie de objeto subterráneo, entran en contacto con él y adquieren poderes telequinéticos. Lo que inicia como bromas, curiosidad y euforia termina transformándose en un relato oscuro sobre vulnerabilidad, explosión de ira contenida y violencia extrema. Uno de los personajes, Andrew, es particularmente sensible, retraído, lector constante; en una escena menciona a Schopenhauer, como si intuyera que el mundo es voluntad ciega, lucha inevitable, sufrimiento que se reproduce. Su interés por la filosofía no es anecdótico: es señal del conflicto interior que sostiene toda la historia.

 

En esa misma película aparece un concepto clave: apex predator. En biología, un depredador es un organismo que caza a otros para alimentarse y sobrevivir. En la parte más alta de esa cadena se ubica el apex predator: la especie que no tiene depredadores naturales, la cúspide del ecosistema. La teoría ecológica sostiene que cuando un depredador así domina un sistema sin restricciones, su comportamiento y sus efectos sobre el entorno tienden a ser expansivos, desequilibrantes, incluso destructivos.

 

Esa idea me impacto. Pensé en el ser humano y en algo casi obvio, aunque pocas veces asumido con sus consecuencias: no tenemos depredadores naturales. Sin embargo, no nacimos como apex predators en el sentido tradicional; no somos los más fuertes, ni los más veloces, ni los dotados con garras, colmillos o veneno. Nuestra supremacía no proviene del cuerpo, de la fuerza física, sino de la razón, y de lo que ésta ha hecho posible: ciencia, tecnología, organización social, innovación bélica. Quizá, entonces, la guerra sea menos un accidente histórico que el resultado lógico de convertir la inteligencia en arma: no somos apex por biología, sino por construcción cultural.

 

La cuestión es que ese “rango”, lejos de dignificarnos, ha traído consecuencias negativas: devastación ambiental, colapso de ecosistemas, explotación indiscriminada de recursos, desigualdad extrema, violencia sistemática. Somos la única especie capaz de alterar el clima del planeta y, a la vez, la única que puede justificarlo moralmente. Hemos llevado nuestra depredación al límite: ya no sólo destruimos lo que nos rodea, sino nuestras condiciones mismas de existencia.

 

¿Por qué? Tal vez porque la razón se ha vuelto cálculo, herramienta, maquinaria productiva, pero no pensamiento crítico. Carecemos de filosofía entendida como ejercicio reflexivo que cuestiona fines, valores, consecuencias. No hemos acompañado el desarrollo tecnológico con un desarrollo ético equivalente. Sabemos cómo hacer, pero no siempre por qué, para qué o a costa de quién. Falta análisis, autoconciencia, responsabilidad, imaginación moral.

 

La propuesta –si es que aún estamos a tiempo– no es renunciar a lo que somos, sino transformar nuestra posición en la cadena. Dejar de aspirar a ser depredadores para convertirnos en guardianes; pasar de conquistadores a cuidadores conscientes. Reconocer que la vida no es pirámide, sino red; que la fuerza, el poder no está en dominar, sino en sostener la armonía; que la existencia humana sólo tiene sentido dentro de la existencia compartida.

 

Quizá lo verdaderamente filosófico de Chronicle no sea el personaje que menciona a Schopenhauer, sino la pregunta silenciosa que la película deja flotando: ¿qué haríamos si pudiéramos hacer cualquier cosa? Ahí comienza la ética, y tal vez también nuestra oportunidad de alcanzar un genuino progreso.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario