Una mujer en el imaginario colectivo de México:
Malintzin – Doña Marina – La Malinche
Karla Portela Ramírez
La
presente ponencia se articula en cuatro momentos: primero, en torno al
imaginario colectivo y las representaciones sociales; segundo, la construcción
social de la subjetividad femenina en el orden patriarcal; tercero, ilustración de los dos momentos anteriores en la figura
de La Malinche; y, cuarto, la transformación del imaginario colectivo y la
representación social sobre la mujer.
Imaginario colectivo y representaciones sociales
El imaginario colectivo es un conjunto de ideas, creencias, símbolos, mitos, imágenes y representaciones compartidas por un grupo social, que dan sentido a su experiencia del mundo y orientan su forma de percibir, interpretar y actuar en la realidad.
No se trata de algo ficticio o puramente fantasioso, sino de una construcción simbólica que influye profundamente en la vida cotidiana, en la organización social, en la cultura y en las relaciones de poder. El imaginario colectivo opera como un marco de interpretación compartido que: configura las identidades (individuales y colectivas); define lo que se considera “normal” o “anormal”; legitima ciertas prácticas y excluye otras; transmite valores, estereotipos y expectativas sociales.
A continuación algunas características clave del imaginario colectivo:
*es social y cultural, se forma en un contexto histórico determinado y es compartido por los miembros de una comunidad
*es simbólico, está compuesto por imágenes, relatos, mitos, narrativas y arquetipos
*es dinámico, puede transformarse con el tiempo, aunque muchas veces opera de manera inconsciente y persistente
*es performativo, no sólo refleja la realidad, sino que contribuye a construirla
Ejemplos del imaginario colectivo sobre lo femenino, los encontramos en la figura de la madre abnegada o en la figura de la femme fatale -mujer seductora-. En el caso de lo masculino, la figura del héroe nacional como el hombre valiente, sacrificado y defensor de la patria. Igualmente, mitos como el de La Malinche en México, que encarnan narrativas históricas, raciales y de género, forman parte del imaginario colectivo.
En síntesis al respecto, el imaginario colectivo actúa como una “memoria simbólica compartida” que estructura la forma en que una sociedad ve el mundo, se ve a sí misma y define los lugares que asigna a distintos grupos, como las mujeres, los pueblos originarios, la infancia, etc.
Ahora bien, el imaginario colectivo forma parte de los conocimientos comunes de una sociedad, entendiendo por “conocimientos comunes”, el vocabulario y las nociones indispensables para describir y explicar la experiencia ordinaria, cotidiana. De acuerdo con el psicólogo social, Serge Moscovici, en el plano individual, en la conciencia de las personas que integran una sociedad el imaginario colectivo se manifiesta como representaciones sociales.
De manera que las representaciones sociales son modalidades específicas de conocimiento del sentido común que se construyen en los intercambios de la vida cotidiana, es decir, formas de conocimiento de tipo práctico o fenómenos producidos en forma colectiva y que ocurren en la intersección entre lo psicológico y lo social.
En otras palabras, pensamos e interpretamos nuestra realidad cotidiana a través de actividad mental que implica un proceso no individual, porque interviene lo social mediante el contexto concreto en que actuamos, en los esquemas cognoscitivos y comunicacionales proporcionados por la cultura y a través de sistemas de valores e ideologías relacionadas con determinadas posiciones sociales.
Sin embargo, aun cuando las representaciones sociales son producidas de forma colectiva lo cual significa que pensamos e interpretamos nuestra realidad cotidiana mediante actividades mentales en que interviene lo social, siempre es posible una reconstrucción autónoma y creativa por parte del sujeto, del individuo. Las representaciones sociales contienen un carácter cambiante e innovador que posibilita la transformación del imaginario colectivo.
Construcción social de la subjetividad femenina en el orden patriarcal
Dentro del imaginario colectivo –en el plano social–, una de las representaciones sociales que lo componen –en el plano individual– se refiere a la subjetividad femenina. La subjetividad puede entenderse como una apropiación individualizada de las posibilidades culturales, es decir, como una síntesis única e irrepetible del contexto histórico-social encarnado en cada persona.
No es un dato dado de manera natural, sino un proceso complejo de configuración simbólica, en el que el lenguaje juega un papel fundamental. El lenguaje, al mediar entre el individuo y la realidad material, constituye el vehículo por excelencia para la interiorización de las representaciones sociales dominantes, que se naturalizan a través del tiempo y el hábito.
Desde esta perspectiva, todo sujeto es modelado por estructuras discursivas que, sin ser plenamente conscientes, asumimos como propias. Se trata de formas normadas de sentir, percibir y pensar que nos son impuestas desde la infancia. En este sentido, incluso los discursos críticos se inscriben en los márgenes del discurso dominante, ya que para poder cuestionar una narrativa, se requiere partir de sus mismos códigos simbólicos.
Ahora bien, si el proceso de subjetivación es social e histórico, cabe preguntarse: ¿cómo se ha construido la subjetividad femenina en las sociedades patriarcales? El concepto de género nos ofrece una clave interpretativa. El género no remite a una esencia, sino a una construcción cultural que prescribe determinadas formas de ser, sentir y actuar para hombres y mujeres en cada época. Estas prescripciones se traducen en pautas de comportamiento y en lugares sociales diferenciados, convirtiéndose en elementos constitutivos de la identidad subjetiva.
En el orden patriarcal, la subjetividad femenina ha sido configurada como una forma de “capital simbólico” al servicio de los intereses masculinos. Es decir, la feminidad ha sido representada no en sí misma, sino como objeto de deseo, usufructo o intercambio social entre varones. En lugar de una identidad autónoma, la mujer es definida en contraposición a lo masculino, y situada sistemáticamente en una condición de sub-alteridad. Esta dualidad ha sido reforzada mediante antinomias que oponen razón a intuición, espacio público a privado, actividad a receptividad, construyendo así una representación dicotómica de los géneros.
En este marco, la feminidad se ha escindido simbólicamente entre dos polos: por un lado, la mujer “buena”, figura maternal abnegada, objeto de deseo legítimo, que encuentra su realización en el servicio a los demás; por otro, la mujer “mala”, asociada a lo irracional, lo peligroso, lo incontrolable, cuya figura provoca temor y escarnio. Esta escisión no es casual: responde a una lógica patriarcal que ha necesitado controlar la sexualidad femenina, normar sus afectos y disciplinar su cuerpo.
Aunque vivimos en sociedades que proclaman la igualdad, las estructuras simbólicas e institucionales continúan reproduciendo estas lógicas androcéntricas –centradas en el punto de vista masculino–. A través de los medios de comunicación, la educación y la cultura popular, se perpetúan imaginarios que naturalizan los roles de género y dificultan el cuestionamiento del orden establecido. Se impone así una situación dilemática para las mujeres: o bien se adaptan al lugar tradicional de subordinación; o bien asumen roles masculinizados, replicando la lógica de poder dominante.
El análisis de la subjetividad femenina permite comprender que las representaciones sociales no son meras imágenes estáticas, sino instrumentos de poder que moldean la experiencia vivida. De ahí la necesidad de deconstruir los discursos que sustentan el orden patriarcal y abrir paso a nuevas narrativas que posibiliten una emancipación real de mujeres y hombres, en el horizonte de una sociedad más justa e incluyente.
Ilustración de los dos momentos anteriores en la figura de La Malinche
Malintzin, también conocida como La Malinche o Doña Marina, fue una mujer indígena náhuatl que sirvió como intérprete, consejera y mediadora de Hernán Cortés durante la conquista del Imperio Mexica en el siglo XVI. Históricamente, fue una figura clave en la comunicación entre los conquistadores y diversos pueblos indígenas.
Si bien La Malinche es un personaje histórico, también ha sido convertido en mito, especialmente dentro del imaginario colectivo mexicano y latinoamericano, porque más allá de su existencia histórica, la figura de La Malinche ha sido cargada de significados simbólicos, contradictorios y cambiantes a lo largo del tiempo. Estos significados no sólo reflejan hechos, sino también interpretaciones culturales, políticas y emocionales que forman parte del imaginario colectivo.
Algunos elementos del mito de La Malinche son:
*Traidora de la patria – En el discurso nacionalista, particularmente en el siglo XIX y XX, se le ha presentado como símbolo de la traición, por haber ayudado a los conquistadores.
*Madre simbólica del mestizaje – Asimismo, se le ha visto como figura fundacional de la identidad mestiza de México, al ser madre del hijo que tuvo con Cortés.
*Víctima de un sistema patriarcal y colonial – En visiones más recientes, especialmente desde el feminismo y los estudios poscoloniales, se interpreta a La Malinche como una mujer indígena que fue utilizada por los intereses coloniales y patriarcales, más que una traidora por voluntad propia.
*Símbolo de poder femenino o resistencia – En otras reinterpretaciones, se le reivindica como una figura de inteligencia, agencia y sobrevivencia en un contexto de violencia y sometimiento.
Desde una perspectiva filosófica, los elementos del mito de La Malinche anteriormente mencionados, se traducen en tres tipos de representación social del personaje histórico Malintzin:
1.Representación social hegemónica – Malintzin como mujer traidora
2.Representación social polémica – Como madre del mestizaje, de la mexicanidad
3.Representación social emancipadora – Como símbolo de alteridad, interculturalidad y poder de la palabra
En suma, La Malinche es un mito en tanto ha sido transformada en un símbolo con múltiples significados sociales, políticos y culturales, que trascienden a la persona histórica. El mito de La Malinche habla tanto de la conquista como de la identidad, el género, la traición, la maternidad, el mestizaje y la memoria colectiva.
Transformación del imaginario colectivo y la representación social sobre la mujer
Con base en lo expuesto, se plantea la necesidad de transformar tanto el imaginario colectivo como las representaciones sociales en torno a la mujer, a partir de las siguientes premisas:
- Las representaciones sociales forman parte del imaginario colectivo de las sociedades. No se trata de imágenes fijas, sino de construcciones dinámicas y abiertas al cambio, ya que se asientan en la conciencia individual, caracterizada por su capacidad de autonomía, creatividad y transformación. Por ello, siempre es posible revisar y resignificar nuestras representaciones sociales.
- El análisis crítico de la representación social de la mujer abre la posibilidad de recrear los roles de género impuestos, visibilizando su carácter histórico y culturalmente construido.
- Es urgente superar la disyuntiva impuesta a las mujeres, que limita sus opciones a dos caminos igualmente restrictivos: adaptarse al rol tradicional de subordinación o asumir roles masculinizados que reproducen la lógica del poder dominante.
- Se propone, en su lugar, construir colectivamente nuevas formas de subjetividad y convivencia, sustentadas en la igualdad, el reconocimiento mutuo y la corresponsabilidad social.
En síntesis, la propuesta consiste en cuestionar y transformar las representaciones sociales de la mujer inscritas en nuestro imaginario colectivo, como camino hacia la emancipación de mujeres y hombres por igual.
| La Malinche (Young Girl of Yalala, Oaxaca) Alfredo Ramos Martínez, 1940 |
Fuentes
consultadas
La Malinche: historia de un enigma, dirigido por Fernando González Sitges, México, Claro Video y TV UNAM, 2018.
Martínez, Herrera M. (2016). Construcción de la subjetividad femenina en la leyenda de La Segua. Wímblu, Revista electrónica de estudiantes, Escuela de Psicología, Universidad de Costa Rica. 11 (2): 41-58, 2016 / ISSN: 1659-2107
Villaroel, Gladys E. (2007). Las representaciones sociales: una nueva relación entre el individuo y la sociedad. Fermentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología, vol. 17, núm. 49, mayo-agosto, 2007, pp. 434-454, Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela

No hay comentarios.:
Publicar un comentario