Borges, Descartes y Heidegger, para pensar y vivir mejor
El narrador, que es el propio Borges, recuerda a Ireneo Funes, un joven uruguayo que vive en Fray Bentos. Funes es descrito como un muchacho solitario, taciturno y algo extraño, pero con una capacidad mental fuera de lo común.
Una tarde, el narrador se entera de que Funes ha sufrido un accidente al caer de un caballo. Tras el golpe, Funes adquiere una memoria absoluta y perfecta: puede recordar absolutamente todo lo que ha visto, oído o pensado, sin olvidar jamás un solo detalle.
Esta facultad prodigiosa, que al principio parece una bendición, se convierte en una condena. Funes vive recluido en la oscuridad de su habitación, abrumado por el exceso de recuerdos. Es incapaz de generalizar, de abstraer o de pensar conceptualmente, porque su mente está ocupada por una infinidad de percepciones minuciosas e irrepetibles.
Por ejemplo, no puede entender que el perro de las tres de la tarde sea el mismo que el de las tres y un minuto, porque percibe cada instante como algo único. Su memoria infinita lo condena a vivir atrapado en un presente incesante, sin descanso ni olvido.
El narrador concluye que la memoria perfecta equivale a la imposibilidad de pensar, porque el pensamiento requiere olvidar, seleccionar y generalizar. Así, Funes encarna la paradoja del conocimiento absoluto: saberlo todo lo vuelve incapaz de comprender.
"Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.”
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A partir del relato anterior, "Funes el Memorioso", escrito por Jorge Luis Borges, determinamos que pensar consiste en: abstraer y generalizar; establecer relaciones; y, dar sentido a lo que recordamos.
Ahora bien, para alcanzar el conocimiento verdadero a través de nuestro pensamiento racional, René Descartes señala, como parte de su método, cuatro importantes reglas:
1. Regla de la evidencia: "No aceptar jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo es.” Descartes propone no admitir nada como verdadero mientras no sea claro y distinto, es decir, que se imponga a la mente con tal claridad que no pueda ponerse en duda.
2. Regla del análisis:“Dividir cada una de las dificultades que examinaré en tantas partes como sea posible y en cuantas requiera su mejor solución.” Para comprender o resolver un problema, hay que dividirlo en partes más simples, hasta llegar a los elementos más básicos y evidentes. Es una forma de descomponer lo complejo en componentes más fáciles de entender.
3. Regla de la síntesis: “Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender poco a poco hasta el conocimiento de los más compuestos.” Después de analizar y dividir, hay que reconstruir el conocimiento, avanzando de lo simple a lo complejo, de lo evidente a lo menos evidente.
4. Regla del recuento: "Hacer en todo recuentos tan completos y revisiones tan generales, que estuviera seguro de no omitir nada.” Consiste en revisar cuidadosamente todo el proceso de razonamiento, asegurándose de que no haya errores ni omisiones. Es una verificación final que garantiza la certeza del conocimiento.
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Sin embargo, coincidimos con Martin Heidegger, en que el pensamiento siempre está cruzado por lo afectivo.
De hecho, ésta es una idea central en la filosofía de Martin Heidegger, especialmente desde Ser y tiempo (1927): el pensar humano no es una actividad puramente racional o intelectual, sino que está atravesado por lo afectivo, por el modo en que estamos en el mundo.
En aplicación de la "regla del análisis" antes mecionada, a continuación explicamos paso a paso el significado de la anterior afirmación:
1. El ser humano como “ser-en-el-mundo”
Heidegger llama al ser humano Dasein, término alemán que significa literalmente ser-ahí. Esto quiere decir que no somos una mente que observa el mundo desde fuera, sino un ser que ya está implicado en el mundo, en relaciones, tareas y afectos. Por lo tanto, el pensamiento no parte de la neutralidad, sino de una forma de estar afectivamente situado.
2. El pensar es siempre “situado”
Para Heidegger, pensar no es una operación fría o lógica, como lo concibió la tradición racionalista (Descartes, Kant). Pensar es una forma de habitar el mundo, y esa experiencia siempre está marcada por un estado de ánimo (Stimmung). Los estados de ánimo (alegría, angustia, serenidad, tristeza) no son meros sentimientos privados, sino modos en que el mundo se nos abre o se nos cierra. Ellos determinan cómo comprendemos y cómo pensamos.
3. El afecto como condición de comprensión
El Dasein no “tiene” emociones como algo añadido: es, desde el comienzo, un ser afectado.
Por ejemplo:
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En la angustia, el mundo se muestra como carente de sentido y nos confronta con la nada.
En la alegría, el mundo aparece abierto y lleno de posibilidades.
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En la serenidad, podemos acoger las cosas sin querer dominarlas.
Cada estado afectivo abre una forma distinta de pensar y de comprender el ser. Debido a esto, el pensar no puede separarse del sentir.
4. Pensar y afectividad
Heidegger insiste en que el pensar auténtico, el que reflexiona sobre el ser, requiere una disposición afectiva particular: una “disposición de asombro, gratitud y serenidad”.
Así, pensar no es un acto técnico ni calculador, sino una respuesta sensible al misterio del ser. La afectividad es el tono que permite que el pensamiento se abra al sentido.

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