Café filosófico: Arte y
Ecología – 2° Salón de Arte Santa Elena
El tercero y último de los eventos académicos de este
año en el 2° Salón de Arte, en la Casa de Cultura Santa Elena, tuvo lugar el
pasado jueves 31 de agosto; se trató de un café filosófico. ¿Qué es un café
filosófico? Es un diálogo grupal en el que los participantes buscan aproximarse
desde la experiencia personal a la comprensión de un tema o problema
específico, con la ayuda de los otros participantes, entre los que se encuentra
un animador o facilitador del café. El tema a tratar lo pueden definir los
participantes minutos antes de iniciar la actividad o lo pueden proponer los
organizadores de la misma; en este caso el tema fue el mismo que el del Salón:
Arte y Ecología. El diálogo duró aproximadamente 60 minutos, tiempo durante el
cual los participantes se esmeraron en presentar sus puntos de vista de manera
clara y breve, recibiendo la escucha atenta de los demás participantes y las
objeciones o preguntas del animador, quién siguiendo el método socrático, ayudó
a los interlocutores en el examen lógico de sus afirmaciones.
Cabe decir que el café filosófico es una discusión más
no un debate; pues si bien es cierto que en la exposición de puntos de vista
surgen opiniones e intereses opuestos, estos en conjunto buscan explicar,
solucionar o llegar a consensos que beneficien al grupo y aporten claridad a
los participantes respecto del tema o problema en cuestión. Visto así, el café
filosófico es un performance fundado en el arte de conversar y cuya expresión
material consiste en un tejido colectivo de ideas y sentires, pensamientos y
sentimientos; podríamos decir que el café filosófico toma forma y contenido de
un sentipensar compartido.
Dicho lo anterior presentamos a continuación algunos
hilos, algunas de las ideas y sentires que juntos tejimos. Al igual que en los
dos eventos anteriores –el taller de cartografía hídrica y el conversatorio
sobre la obra Plan Colombia– partimos de la consideración de que el arte
tiene la potencia de mostrarnos que la realidad presenta múltiples ángulos más
allá de los habituales, los normalizados. Por lo que no centramos nuestra
atención en el objeto artístico como tal, sino en sus efectos, en lo que hace al
espectador, a quien lo contempla. Así, a partir del tema de la actual
exposición del Salón de Arte, titulada, Nexos para otras realidades, y
principalmente con base en la experiencia y los conocimientos personales,
comenzamos nuestro diálogo con la pregunta: ¿Cómo se vinculan arte y ecología?
Definimos ecología como el estudio de las relaciones
entre los elementos que integran un medio, un ambiente. A su vez, encontramos
al menos dos maneras en que como seres humanos nos relacionamos con la
naturaleza: la manera en que ella me exige y la manera que yo impongo. Es decir
que intervenimos en el mundo natural, atendiendo, escuchando la voz de la
naturaleza o, imponiendo nuestra voz, nuestras acciones, aún en contra y a
costa de los otros seres vivos. Podríamos decir entonces que al menos hay dos
formas ser en el mundo, con la naturaleza y en contra de ella. Pero, ¿qué es el
“ser”? Lo que cada uno construye con lo que le rodea y lo que cada uno
construye de sí, porque al construir, me construyo, al configurar el mundo, me
configuro a mí mismo. Es así porque estamos compenetrados con el territorio. De
hecho, la ciencia ha comprado que el espacio que habitamos configura nuestro
ADN; la interacción con el ambiente, el entorno concreto en que vive la persona
modifica sus genes.
Corresponde preguntarnos: ¿De qué manera decido relacionarme con la naturaleza? ¿Cómo quiero ser, qué quiero construir? ¿Cómo quiero habitar el territorio que es mi casa, nuestra casa? Ahora bien, entre todas las formas posibles de relacionarnos, ser, construir y habitar el territorio hay unas más deseables que otras, incluso algunas de ellas son criticables o hasta condenables. En nuestro caso, nosotros preferimos el cuidado amoroso y respetuoso del territorio. Vivir en comunión con la naturaleza porque no solo somos parte de ella, somos de ella. Cuidar y respetar el territorio son acciones que nacen del amor. Nos preguntamos ahora: ¿Cómo despertar el amor el por el territorio? Una vía quizá sea el conocimiento, considerando que se ama lo que se conoce; de manera que la ecología, como ciencia que es, podría incentivar el amor al territorio. Otro camino puede ser el arte, si consideramos que el arte es amor, conexión, unión. Por ahora y para concluir nuestro café filosófico, compartimos un deseo y una pregunta. El deseo: que lo común entre nosotros no sólo sea el espacio geográfico en que vivimos, el territorio que habitamos, sino también el sentimiento de amor que nos despierta ese territorio cuando lo observamos y conocemos. La pregunta: si el concepto clave es unidad, ¿cómo volver a la unidad con la naturaleza? ¿El primer paso consiste en transitar a un modelo económico de uso, y no abuso, de la naturaleza?
Karla Portela Ramírez y
Germán Leonardo Cárdenas
Vargas
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