De filósofos todos tenemos un poco
Programa #11 - 28 de junio de 2022
En
cierto sentido consideramos esta onceava emisión como un nuevo comienzo de
nuestro programa radiofónico. Siendo especial la ocasión, quisimos abordar un
tema que ante nuestra mirada se muestra como una cuestión vital, de
trascendencia suprema: la música. Así, a partir de la pregunta sobre la
relación entre música y filosofía, nos aproximamos a músicos y filósofos, a
través de frases y canciones, pensamientos y emociones plasmados en prosa y
verso… Compartimos en este espacio algunas notas de nuestra reflexión sobre
música y filosofía.
Nuestro
programa inició con una canción del cuarteto de Liverpool, Revolution. Al respecto observamos cómo un mismo objeto, en este caso una misma melodía, puede detonar
distintas ideas y asociaciones de ellas: Leonardo relacionó esta canción de
los Beatles con la obra fundamental
del astrónomo Nicolás Copérnico, De
revolutionibus orbium coelestium, donde expone su teoría heliocéntrica, sin
duda una filosofía revolucionaria; mientras que yo, Karla, al escuchar la
canción inmediatamente pensé en la serie de movimientos estudiantiles y
sociales acaecidos durante el inolvidable año de 1968 a escalada mundial, en
México, Francia, Checoslovaquia y otros más.
La
segunda canción fue Viento, del grupo
mexicano Caifanes, porque nos habla de lo espiritual, porque nos mueve a reflexionar sobre la condición temporal de
la existencia humana, temas que indudablemente son filosóficos.
De hecho, desde nuestra perspectiva algunos músicos son auténticos filósofos, como ejemplo qué decir del gran filósofo mexicano José Alfredo Jiménez, basta atender a la letra de sus composiciones para descubrir en ellas toda una concepción de la vida, una forma de afrontar los problemas existenciales. Para ilustrar nuestra afirmación escuchamos Camino de Guanajuato.
Igualmente
consideramos como músico-filósofo a Jorge Drexler, por lo que nuestra tercera
canción fue Milonga del moro judío.
En sus letras aborda temas que permiten ahondar,
profundizar en la naturaleza humana. Además en su forma de escribir, de componer
brilla cierta genialidad que refleja su formación literaria autodidacta, alrededor
de la métrica y particularmente sobre la décima, que es una composición poética
cuya exigencia métrica consiste en tener diez versos octosílabos que deben
rimar, el primero con el cuarto y el quinto; el segundo con el tercero; el sexto
con el séptimo y el último; y, el octavo con el noveno.
Hablando
de composición poética, específicamente sobre la décima, Leonardo nos explicó
que la décima viajó de España a América, y aun cuando en la nación ibérica
desapareció en nuestro territorio se conserva con nombres como “son jarocho”,
en México; “mejorana”, en Panamá; “galerón”, en Venezuela; “payuda”, en Uruguay
y Argentina; “repentismo”, en Cuba; y, “décima peruana”, en Perú. Este fenómeno
musical nos remite a pensar en la música
y la filosofía como lenguajes universales. Para ejemplificar escuchamos La Bamba, interpretada por el grupo
musical Tlen Huicani.
El
eje de nuestro programa fue la música, canciones que Leonardo atinadamente
eligió. En medio de las cuales surgieron algunas ideas, por ejemplo la
afirmación sobre posibilidad de conocer a otras personas por la música, por sus
gustos musicales. La música es una
ventana a través de la cual podemos ver el alma de las personas porque
manifiesta el mundo de las emociones humanas. Coincidimos también en que
la música nos acompaña en el día a día, festejamos momentos felices con música
y suavizamos tragos amargos escuchando melodías. Igual que la filosofía, la música
nos ayuda a comprender y afrontar problemas. Incluso la música entraña una filosofía de vida, una manera de
sentir, pensar, ser, estar y hacer en el mundo. Ilustramos lo anterior con frases como las siguientes:
Aproximándonos al final del programa, a manera de conclusión, al menos provisional, intentamos delinear una respuesta a la pregunta por la relación que existe entre música y filosofía, para ello nos remitimos al “filósofo de los artistas”, Arthur Schopenhauer (1788-1860). De acuerdo con nuestro autor, la música es la reina de las artes porque no habla de cosas, sino del bienestar o aflicción en estado puro, por ello se dirige al corazón y no tiene mucho qué decir a la cabeza. La música se siente y se comprende porque narra la historia secreta de nuestra voluntad, cada agitación, movimiento y anhelo, todo lo que la razón no logra asumir con sus abstracciones. La música revela la expresión sentimental de nuestra más subterránea intimidad. De manera que el compositor descubre la esencia más íntima del mundo, expresa la más profunda sabiduría en un lenguaje que desconoce por completo la razón.
Si la filosofía es la comprensión total de la experiencia del mundo, la música es “la verdadera filosofía”, sentencia Schopenhauer. Por lo tanto, si la filosofía logra ofrecerse una explicación correcta, cabal y detallada de la música, o sea, una repetición conceptual de lo que la música expresa, ésta sería automáticamente una explicación conceptual del mundo o una explicación totalmente equivalente. Visto así, música y filosofía comparten un objetivo: comprender el mundo, la vida, y expresar esa comprensión. A su vez, ambas son actividades comunitarias: la filosofía surge y se desarrolla en el diálogo, en la convivencia e intercambio; si bien el pensamiento filosófico implica introspección, en todo momento toma su materia prima del mundo exterior o del encuentro de éste con el mundo interior. En el caso de la música, a la escucha se añade y la enriquece el compartir la experiencia; mediante su voz o tocando un instrumento el músico consigue que fluyan las emociones entre otras personas. Debido a esto, la música es, en un sentido primitivo, una actividad comunitaria en que cantos y danzas colectivos tienden a mantener unido al grupo y prevenir rivalidades internas.
Dicha capacidad para fomentar la cohesión social, nos recordó al primer filósofo que relacionó la música con las matemáticas, Pitágoras (569 a.C. – 475 a.C.), quien afirmaba que la armonía entre los astros es resultado de la correspondencia entre proporciones aritméticas y musicales. Es conocida la doctrina pitagórica Armonía de las Esferas, explicación del Cosmos armonizado por la concordancia de las proporciones aritméticas y musicales, que extrapoladas al universo entero determinan que los cuerpos celestes emitan en sus movimientos tonos musicales armoniosos cuya combinación produce una melodía permanente, “la música de las esferas”. Esta idea, trasladada al mundo humano, explica la armonía entre las personas, la cohesión social, como efecto de la música por su gran capacidad para comunicar emociones, sostiene Jeremy Montagu, músico y catedrático en la Universidad de Oxford. Incluso anterior al lenguaje hablado, continúa el autor, la música creó no sólo la familia, sino la sociedad, debido a su función esencial en la formación y supervivencia de grupos, así como en la mitigación de conflictos.
Antes de concluir, y como es usual en cada emisión, ofrecimos una recomendación bibliográfica relacionada con el tema en cuestión, esta vez fue: La seducción de la música, de Cristoph Drösser. Obra cuya tesis principal afirma que la musicalidad es una capacidad básica que todos los seres humanos tenemos; incluso el aficionado, que no practica música, alberga capacidades que el mismo desconoce. En palabras del escritor, nacemos con una inclinación universal hacia la música que en nuestros primeros años de vida se consolida y se convierte en una sensibilidad, un gusto por la música de nuestra correspondiente cultura. Nuestro cerebro es el auténtico instrumento musical que todos poseemos.
Para cerrar con broche de oro, hicimos patente la importancia que el filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900) concedió a la música en la vida humana, su pasión y admiración especialmente por la música clásica.
Así, la canción con que terminó nuestro programa fue El barbero de Sevilla, ópera de
Gioachino Rossini.
Por
último, cabe decir que en la sección Cuentos
filosóficos, Leonardo compartió un fragmento relacionado con la vida de
Schopenhauer:
Arthur Schopenhauer nació en una
ciudad portuaria de lo que hoy llamamos Polonia, y era hijo de un rico
mercader, Heinrich Floris Schopenhauer. Heinrich era un anglófilo que tenía la
intención de que su hijo naciera en Londres (ya que esperaba que eso le
facilitaría seguir una carrera de negocios), pero su esposa, Johanna Troisner,
cayó enferma y tuvieron que regresar a casa. Arthur nació pues en Gdansk. Para
compensar, Heinrich envió durante unos meses a Schopenhauer a un internado en
Wimbledon (que detestó) y se suscribió a la revista londinense Times. Cuando Arthur cumplió diecisiete
años se le envió a una escuela de negocios en Hamburgo.
Poco después, su padre se arrojó al río, aparentemente porque sus negocios se fueron a pique. Schopenhauer quedó devastado y al parecer culpó a su madre, una mujer glamurosa y bien relacionada en sociedad, unos veinte años más joven que su marido. Sin embargo, a pesar de los negros pensamientos de Arthur, ella continuó con sus asuntos, y adquirió una considerable reputación como novelista romántica popular. Fue ella quien presentó a Schopenhauer a varios grandes escritores alemanes de la época, incluidos Goethe, Schlegel y los hermanos Grimm, ¡además de enseñarle el mismo arte de la escritura! (Martin Cohen, Cuentos filosóficos, pág. 218 y 219)
Karla Portela Ramírez y
Germán Leonardo Cárdenas Vargas
Cajicá, Cundinamarca,
Colombia, 4 de julio de 2022
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