jueves, 24 de agosto de 2023

Narración en la Fortaleza de Piedra

 

Calle Primera, de Cajicá, crónica sobre un espacio público para circular y trabajar

 




La Calle Primera, de Cajicá, en el tramo que va de la variante a la carrilera, de Occidente a Oriente, es una de las principales entradas a la ciudad. Se trata de una calle muy transitada por personas a pie y en distintos vehículos, de cuatro, tres o dos llantas o ruedas, por lo que cuenta con cuatro carriles, dos en el sentido de Oeste a Este y dos más en sentido opuesto, aunque se reducen a dos porque incluso debajo de la señal que lo prohíbe, la gente parquea sus autos. O sea que es una calle de doble sentido y con separador. Situándonos de espalda al Occidente, mirando hacia el Parque Principal Enrique Cavalier, a la derecha de la calle y su separador se encuentra el Conjunto Residencial Huertas, nombrado así, probablemente en remembranza de las huertas que hace algunas décadas existían en ese enorme lote en que se cultivaban distintas verduras, primordialmente papa, y que en época de viento se convertía en un magnífico lugar de encuentro para volar cometas. A la izquierda de la calle y su separador está localizado uno de los barrios tradicionales, una de las áreas habitadas desde el inicio de Cajicá: el Barrio Gran Colombia, antes conocido como Chunugua e invadido hoy por el comercio. Sin embargo, a pesar de las diferencias, un lado residencial y frente a éste un lado habitacional y comercial, en ambos la mayoría de quienes vivimos somos gente de fuera, no cajiqueños. Pocos son los originarios sobrevivientes que atestiguan la transformación de esta tierra.

 

Desde donde yo estoy, desde el breve espacio que ocupo en esta Calle Primera, percibo el camino, el diario andar de decenas de personas que juego a ordenar en dos grupos imaginarios: los habituales y los ocasionales. En función del día y la hora, los habituales son unos u otros; en las primeras horas del día se observa a los deportistas, gente que sale a correr, trotar o caminar, especialmente en el área verde del conjunto residencial, y que concluye su sesión de ejercicio bebiendo un jugo de naranja ahí donde lo compraron, en alguno de los carritos que diariamente ubican distintas señoras en puntos ya conocidos, de pie y junto a trabajadores y empleados que antes de subir al autobús para trasladarse a sus centros laborales, se detienen a tomar una aromática, un perico o un tinto acompañado de pan, una empanada o una arepa. Más tarde, ya en el transcurso de la mañana y por la tarde se observa desfilar cientos de personas y varias decenas de animales: estudiantes de colegio; niños con sus mamás; trabajadores de la construcción; amas de casa; abuelitos que se dirigen a clases en el Club Edad de Oro o al Centro Cultural; recicladores; repartidores domiciliarios; proveedores de los comercios; vendedores de a pie o con carrito que ofrecen mazamorra, productos Ramo, frutas y verduras, chicha venezolana, cuchillos y amansalocos, cinturones, carteras y zapatos,  repuestos para licuadoras y ollas exprés, arepas, almojábanas y queso de Boyacá, cilantro fresco, recién cortado; servidores de la EPC; personas con mascotas; perritos callejeros y lo que sí tienen dueño, aunque parecen de la calle; palomas buscando migajas que comer y una gatita que pretende cazarlas; no faltan los vendedores y consumidores de drogas ilegales que parecen esconderse entre los árboles, nuevamente hablamos del área verde del conjunto residencial. Por la noche, la actividad desciende notablemente y quienes transitan suelen ir de regreso a casa o han salido para comprar la comida, algo qué comer antes de dormir y recomenzar el día. Hablando de los transeúntes ocasionales, hay quienes preguntan por alguna dirección, dónde hay una ferretería, un bolirana, una papelería, una panadería, dónde pueden comer gallina o dónde pueden comprar minutos de celular; también he visto pasar turistas que acuden a los eventos en la plazoleta del Instituto de Cultura y corredores participantes en concursos organizados por Insdeportes; lamentablemente y por igual, pasan personas en situación de calle, indigentes que piden una moneda o algo de comer, tal vez un tinto… A su vez, ocasionalmente se presencian robos y peleas, situaciones que aseguran cambiarán, quiénes en esta época próxima a elecciones municipales, pasan solicitando firmas para que determinado ciudadano pueda registrarse como candidato a la alcaldía.

 

En medio de todo esto, en este escenario citadino con transeúntes habituales y ocasionales, hay una figura, un personaje que en mi mirada resalta: el señor Manuel. Aunque nació en Toca, Boyacá vive en Cajicá desde hace décadas, podríamos decir que es cajiqueño por adopción, aquí ha vivido prácticamente toda su vida y durante ese tiempo ha desempeñado distintas tareas, ha tenido varios trabajos, entre ellos boleador de calzado y vigilante. Su trabajo actual consiste en recorrer las calles de Cajicá caminando o montado en su bicicleta Monareta recolectando material de reuso y reciclaje que después vende, para obtener así el sustento de cada día. Don Manuel es un hombre mayor que siempre usa sombrero o gorra, que viste bien en el sentido de que siempre está aseado y bien combinado; además, en su forma de hablar se descubre una persona amable y bien educada. Sé todo esto porque a diferencia de su hermana, quien desempeña el mismo trabajo y siempre anda de afán, Don Manuel algunas veces se detiene y se acerca a nuestra caseta para comprar un tinto. Hemos platicado en ocasiones mientras toma su bebida sin azúcar, aun cuando la ha solicitado y recibido preguntando sonriente: “¿Qué dijo Celia?” También a veces paga un helado Sabara, pero no lo lleva, nos pide entregarlo a su hermana cuando pase y que ella elija el sabor. Sí, definitivamente, entre todas las personas que he visto, mirado y observado desde mi lugar, este señor destaca porque en mi perspectiva sintetiza y representa nuestra cotidianidad, una realidad común: de una u otra forma todos andamos en el rebusque, nos rebuscamos la vida. Trabajamos para vivir y/o vivimos trabajando. Todos trabajamos, en el pasado, como es el caso de los pensionados; en el presente, como la mayoría de los adultos que circulan por aquí; o nos preparamos para trabajar en un futuro próximo, pienso en los estudiantes.

 

¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy y desde qué arista observo? Por ahora, en este momento y en este espacio soy una mujer filósofa vendedora de obleas; miro, observo desde una pequeña caseta fija frente al área verde multicitada. De entre los transeúntes habituales y ocasionales, algunos compran, otros no, algunos se detienen a conversar e intercambiar puntos de vista sobre el estado actual de nuestro municipio, otros nos hablan de su pasado y cómo fue que llegaron a vivir aquí, nos comparten su historia. Gran parte, quizá la mayoría sólo pasa frente a nosotros sin comprar ni conversar, aunque sí responden a nuestro saludo con palabras, una sonrisa o algún gesto, e incluso con una bendición o un deseo de “buenas ventas”; son pocos los indiferentes ante nuestro ofrecimiento de un momento endulzado con arequipe en medio del diario trajín de la ciudad, como paréntesis del rebusque por la vida. Soy una persona afortunada porque en compañía de mi esposo trabajo y vivo con libertad para testimoniar y apreciar la vida cotidiana en esta Calle Primera, de Cajicá.

 



Karla Portela Ramírez

Mayo 15, 2023



No hay comentarios.:

Publicar un comentario