Calle Primera, de Cajicá, crónica sobre un espacio
público para circular y trabajar
La Calle Primera, de Cajicá, en el tramo que va de la
variante a la carrilera, de Occidente a Oriente, es una de las principales
entradas a la ciudad. Se trata de una calle muy transitada por personas a pie y
en distintos vehículos, de cuatro, tres o dos llantas o ruedas, por lo que
cuenta con cuatro carriles, dos en el sentido de Oeste a Este y dos más en
sentido opuesto, aunque se reducen a dos porque incluso debajo de la señal que
lo prohíbe, la gente parquea sus autos. O sea que es una calle de doble sentido
y con separador. Situándonos de espalda al Occidente, mirando hacia el Parque
Principal Enrique Cavalier, a la derecha de la calle y su separador se
encuentra el Conjunto Residencial Huertas, nombrado así, probablemente en
remembranza de las huertas que hace algunas décadas existían en ese enorme lote
en que se cultivaban distintas verduras, primordialmente papa, y que en época
de viento se convertía en un magnífico lugar de encuentro para volar cometas. A
la izquierda de la calle y su separador está localizado uno de los barrios
tradicionales, una de las áreas habitadas desde el inicio de Cajicá: el Barrio
Gran Colombia, antes conocido como Chunugua e invadido hoy por el comercio. Sin
embargo, a pesar de las diferencias, un lado residencial y frente a éste un
lado habitacional y comercial, en ambos la mayoría de quienes vivimos somos
gente de fuera, no cajiqueños. Pocos son los originarios sobrevivientes que
atestiguan la transformación de esta tierra.
Desde donde yo estoy, desde el breve espacio que ocupo
en esta Calle Primera, percibo el camino, el diario andar de decenas de
personas que juego a ordenar en dos grupos imaginarios: los habituales y los
ocasionales. En función del día y la hora, los habituales son unos u otros; en
las primeras horas del día se observa a los deportistas, gente que sale a
correr, trotar o caminar, especialmente en el área verde del conjunto residencial,
y que concluye su sesión de ejercicio bebiendo un jugo de naranja ahí donde lo
compraron, en alguno de los carritos que diariamente ubican distintas señoras
en puntos ya conocidos, de pie y junto a trabajadores y empleados que antes de
subir al autobús para trasladarse a sus centros laborales, se detienen a tomar
una aromática, un perico o un tinto acompañado de pan, una empanada o una
arepa. Más tarde, ya en el transcurso de la mañana y por la tarde se observa
desfilar cientos de personas y varias decenas de animales: estudiantes de
colegio; niños con sus mamás; trabajadores de la construcción; amas de casa; abuelitos
que se dirigen a clases en el Club Edad de Oro o al Centro Cultural;
recicladores; repartidores domiciliarios; proveedores de los comercios;
vendedores de a pie o con carrito que ofrecen mazamorra, productos Ramo, frutas
y verduras, chicha venezolana, cuchillos y amansalocos, cinturones, carteras y
zapatos, repuestos para licuadoras y
ollas exprés, arepas, almojábanas y queso de Boyacá, cilantro fresco, recién
cortado; servidores de la EPC; personas con mascotas; perritos callejeros y lo
que sí tienen dueño, aunque parecen de la calle; palomas buscando migajas que
comer y una gatita que pretende cazarlas; no faltan los vendedores y
consumidores de drogas ilegales que parecen esconderse entre los árboles,
nuevamente hablamos del área verde del conjunto residencial. Por la noche, la
actividad desciende notablemente y quienes transitan suelen ir de regreso a
casa o han salido para comprar la comida, algo qué comer antes de dormir y
recomenzar el día. Hablando de los transeúntes ocasionales, hay quienes
preguntan por alguna dirección, dónde hay una ferretería, un bolirana, una papelería,
una panadería, dónde pueden comer gallina o dónde pueden comprar minutos de
celular; también he visto pasar turistas que acuden a los eventos en la
plazoleta del Instituto de Cultura y corredores participantes en concursos
organizados por Insdeportes; lamentablemente y por igual, pasan personas en
situación de calle, indigentes que piden una moneda o algo de comer, tal vez un
tinto… A su vez, ocasionalmente se presencian robos y peleas, situaciones que
aseguran cambiarán, quiénes en esta época próxima a elecciones municipales,
pasan solicitando firmas para que determinado ciudadano pueda registrarse como
candidato a la alcaldía.
En medio de todo esto, en este escenario citadino con
transeúntes habituales y ocasionales, hay una figura, un personaje que en mi
mirada resalta: el señor Manuel. Aunque nació en Toca, Boyacá vive en Cajicá
desde hace décadas, podríamos decir que es cajiqueño por adopción, aquí ha
vivido prácticamente toda su vida y durante ese tiempo ha desempeñado distintas
tareas, ha tenido varios trabajos, entre ellos boleador de calzado y vigilante.
Su trabajo actual consiste en recorrer las calles de Cajicá caminando o montado
en su bicicleta Monareta recolectando material de reuso y reciclaje que después
vende, para obtener así el sustento de cada día. Don Manuel es un hombre mayor
que siempre usa sombrero o gorra, que viste bien en el sentido de que siempre
está aseado y bien combinado; además, en su forma de hablar se descubre una
persona amable y bien educada. Sé todo esto porque a diferencia de su hermana,
quien desempeña el mismo trabajo y siempre anda de afán, Don Manuel algunas
veces se detiene y se acerca a nuestra caseta para comprar un tinto. Hemos
platicado en ocasiones mientras toma su bebida sin azúcar, aun cuando la ha
solicitado y recibido preguntando sonriente: “¿Qué dijo Celia?” También a veces
paga un helado Sabara, pero no lo lleva, nos pide entregarlo a su hermana
cuando pase y que ella elija el sabor. Sí, definitivamente, entre todas las
personas que he visto, mirado y observado desde mi lugar, este señor destaca porque
en mi perspectiva sintetiza y representa nuestra cotidianidad, una realidad
común: de una u otra forma todos andamos en el rebusque, nos rebuscamos la
vida. Trabajamos para vivir y/o vivimos trabajando. Todos trabajamos, en el
pasado, como es el caso de los pensionados; en el presente, como la mayoría de
los adultos que circulan por aquí; o nos preparamos para trabajar en un futuro
próximo, pienso en los estudiantes.
¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy y desde qué arista
observo? Por ahora, en este momento y en este espacio soy una mujer filósofa vendedora
de obleas; miro, observo desde una pequeña caseta fija frente al área verde
multicitada. De entre los transeúntes habituales y ocasionales, algunos
compran, otros no, algunos se detienen a conversar e intercambiar puntos de
vista sobre el estado actual de nuestro municipio, otros nos hablan de su
pasado y cómo fue que llegaron a vivir aquí, nos comparten su historia. Gran
parte, quizá la mayoría sólo pasa frente a nosotros sin comprar ni conversar,
aunque sí responden a nuestro saludo con palabras, una sonrisa o algún gesto, e
incluso con una bendición o un deseo de “buenas ventas”; son pocos los
indiferentes ante nuestro ofrecimiento de un momento endulzado con arequipe en
medio del diario trajín de la ciudad, como paréntesis del rebusque por la vida.
Soy una persona afortunada porque en compañía de mi esposo trabajo y vivo con
libertad para testimoniar y apreciar la vida cotidiana en esta Calle Primera,
de Cajicá.
Karla Portela Ramírez
Mayo 15, 2023