miércoles, 19 de julio de 2023

Mujer - Madre - Naturaleza

 

Mujer – Madre – Naturaleza



El abrazo de amor del Universo, la Tierra (México),
yo, Diego y el señor Xolótl.
Frida Kahlo, 1949


Con base en su capacidad generadora de vida, históricamente se ha impuesto a la figura femenina el estereotipo cultural, social y religioso de la mujer-madre. Del mismo modo, con base en su capacidad de dar vida, la mujer queda estrechamente vinculada con la figura de la Madre-Naturaleza. Surge entonces el mito de la Mujer-Madre-Naturaleza que presenta dos rostros: uno, pleno en bondad y luminosidad, dador de vida; y, otro, maligno y de obscuridad radical, dador de muerte. Mujer y Naturaleza contienen en sí el poder de la vida y el poder de la muerte; en ellas coexisten los opuestos, por igual son generadoras y destructoras; lo mismo dan, que arrebatan. En la mujer y en la Naturaleza se unen la vida y la muerte.

 

Mujer y Naturaleza conciben la vida, gestan, paren, alimentan y cuidan, en una palabra: aman, dan (a) luz, incluso a costa de su dolor y sufrimiento. Aunque, con idéntica fuerza y posibilidad, destruyen la vida, irrumpen, despojan y aniquilan, en una palabra: odian, sumen en la obscuridad, indiferentes a la angustia y el suplicio. De manera que, la mujer como encarnación de la Madre Naturaleza contiene en sí las facultades de crear y destruir, lo mismo es fuente de vida que causa de muerte. La cuestión es que la mujer, como la Madre Naturaleza, siempre es incierta.

 

La incertidumbre provoca temor porque no se alcanza a prever ni descifrar. El hombre teme a la mujer y a la Naturaleza porque ambas atraviesan con facilidad el puente entre vida y muerte. De la relación entre mujer y Naturaleza emana un misterioso poder que permite ejercer control sobre lo que está fuera del alcance del hombre. Esta imagen de la mujer recuerda al hombre que la Naturaleza, la vida y el mundo no están bajo su control. Cuando a ese temor y recordatorio se agrega la conciencia sobre el fuerte poder que ejerce la mujer sobre la libido masculina, surge la noción de mujer como un ser obscuro, peligroso e incomprensible, fuera del control de lo racional.   

 

Así, la mujer ha encarnado a lo largo de la historia una forma particular de malignidad; el miedo que inspira parece intrínseco a su naturaleza. Antiguamente lo femenino fue cubierto con el manto de lo demoniaco; surgieron las imágenes de hechicera, bruja y vampiresa: seres femeninos dotados de obscuras virtudes, entre las que destaca la astucia perpetua; seres realmente marginales, no obstante, inolvidables, que en todo momento parecen saber qué quieren y qué es preciso obtener para lograr lo que quieren. Paralelamente, ese poder e incertidumbre que amenazan con devorar al hombre, fueron neutralizados con la reducción del rol femenino a la crianza y el cuidado de la familia. Encerrada en el hogar, parecía controlado ese poder ambivalente que yace en la mujer; el hombre era reconocido como única autoridad, todo estaba bajo su control. El valor simbólico de la mujer-madre se convirtió en una forma de exclusión de la mujer, que pronto marcó el inconsciente colectivo en censura de la autonomía femenina.

 

Una de las consecuencias más llamativas del miedo del hombre a la mujer es que en muchos casos, la visión que la mujer tiene de sí misma la ha construido a partir del miedo que el hombre le ha tenido a ella. Dando lugar a que sienta desconfianza de sí misma, y con ello se presta, acepta la subordinación femenina: se subyuga lo que se vislumbra como potencialmente peligroso. En este sentido, la mujer ha sido cómplice de lo que posteriormente ha llamado opresión.

 

Aunque cómplice, un malestar continuo acompaña a la mujer sumisa, que le lleva a cuestionar aquel estereotipo de mujer-madre que históricamente desembocó en restricciones, en la asignación del rol de cuidadora: mujer que se limita, que se dedica exclusivamente a proveer de cuidados a los otros, para que estos puedan desarrollarse, crecer y alcanzar su autorrealización.  Si bien, dicha situación otorga satisfacción e incluso alegría en la mujer que ama, que da vida y es creativa, no es suficiente; ella también quiere autocuidarse, proveerse a sí misma de lo necesario para desarrollarse, crecer y ser quién ella decida con libertad. Paulatinamente la mujer ha emprendido el camino hacia su liberación; hoy día vive en el proceso de conocerse y (re)conocerse con la finalidad de dar rienda suelta a su verdadera identidad.



Karla Portela Ramírez

19 de julio, 2023

Santa Elena, Antioquia, Colombia





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