¿Realmente, querer es poder?
Somos cuerpo y no sólo eso, igualmente
somos entendimiento y voluntad. Dando por hecho que mi cuerpo, mi entendimiento
y mi voluntad están sanos, son normales, están completos y son funcionales,
éste no será el único factor que influya para que mi querer sea sinónimo de
poder. La cuestión es más compleja. A la salud y funcionalidad de mi
cuerpo-entendimiento-voluntad se agregan tres elementos más:
El destino o fortuna, las circunstancias en que nazco y me encuentro sin que yo las elija; por ejemplo, el lugar y época en que nací. No es lo mismo nacer en una comunidad rural apartada, en la sierra, que en el centro de una gran metrópoli; tampoco será igual pertenecer al siglo XXI que vivir en la Edad Media. Y nada de ello está en nuestras manos.
Los
otros, la otredad que me acompaña para bien o para mal,
desde el momento en que nazco. Inicial y generalmente esos otros son la
familia, a la que paulatinamente se suman muchos más, los vecinos, los amigos,
los compañeros de estudio, de trabajo, la pareja, los hijos…
La
educación que recibo al interior de cada uno de los núcleos
sociales a que pertenezco voluntaria e involuntariamente. Nuevamente y
siguiendo un orden ideal, al principio la familia, después la escuela y
enseguida el centro laboral, entre otros.
Hasta aquí, podríamos decir que si queremos, entonces podemos hacerlo,
aunque condicionados por nuestro cuerpo-entendimiento-voluntad; nuestro
destino o fortuna; los otros que nos rodean, que nos acompañan para apoyarnos u
obstaculizarnos; así como por la educación que hemos recibido. Desde esta
perspectiva, dicho condicionamiento limita a tal grado nuestra libertad de
acción que sólo en pensamiento querer y poder serán sinónimos.
No obstante, dentro de ese mismo
condicionamiento hay dos elementos que abren la posibilidad para hacer
coincidir nuestro querer y hacer: entendimiento y voluntad. En esta dualidad
humana radica nuestra facultad de autodeterminación, nuestra libertad para ser,
estar y hacer como cada uno desee. En otras palabras, por nuestro entendimiento
y voluntad es posible que configuremos, traduzcamos nuestro querer en poder.
Ahora bien, al escuchar la frase “querer es poder”,
quizá pensemos en autoayuda. Así sucedió a una de nuestras participantes, quien
comentó al inicio de nuestro filocafé que cuando leyó la pregunta guía de
nuestro cuarto encuentro –¿Realmente, querer es poder?–, inmediatamente pensó en
autoayuda, entendida como la ayuda que se presta uno mismo para mejorar en algún
aspecto. Específicamente se cuestionaba por qué hoy día la autoayuda tiene tanto
auge y de una u otra forma nos invade expresada en frases motivacionales y
variedad de libros a la venta.
Más que respuestas a dicha pregunta,
compartimos algunas ideas al respecto: la autoayuda deposita toda la
responsabilidad de sí en el individuo, y en ese sentido des-responsabiliza a
los otros, particularmente al Estado, respecto al bienestar de la comunidad, de
la sociedad; la autoayuda sirve también como justificación de la cultura del
esfuerzo; y, sobre todo, llega a generar un sentimiento de culpa en la persona,
cuándo no logra obtener todo lo que quiere, olvidando que en el contexto actual
las circunstancias, especialmente las económicas, juegan un papel sumamente
importante en el ejercicio de la libertad individual. Ciertamente para el
propio bienestar es necesaria la autoayuda, pero igualmente lo es la ayuda.
De manera que responder con un “sí” o un “no”
tajantes a la pregunta, ¿realmente, querer es poder?, resulta ingenuo y
superficial. La respuesta tiene matices y aristas; provisionalmente podríamos
decir que si bien, estamos condicionamos por distintos factores, mediante el
desarrollo de nuestro entendimiento y voluntad es posible nuestra
autodeterminación. Diría Paulo Freire, somos condicionados, mas no
determinados. La configuración de cada uno, está en las propias manos, sin
olvidar que cada uno necesita tanto de sí como de los otros.
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