La libertad del diablo
(Everardo González, 2017)
Esta
ocasión tuvimos casa llena, lo cual nos alegra enormemente por lo que
representa, Fil(m)osofía está creciendo, tomando fuerza, y principalmente
porque esto significa que nuestra comunidad cinéfila es activa, no fue
suficiente ver el documental, era necesario hablar-lo, dialogar y juntos
re-construirlo. Para tal efecto propusimos dos líneas de reflexión: la primera de
ellas con relación al filme, a la película como juguete cinematográfico que si
bien vincula al creador-director con el contemplador-público a través de las múltiples
interpretaciones de éste que pueden o no hacer juego entre sí y con la intención
del artista, simultáneamente juega una cierta función o tarea en cada uno de
los involucrados. Así, “La libertad del diablo” representa para su autor el cumplimiento
de un deber: retratar lo que vivimos en el presente, dar testimonio de la
barbarie que directa o indirectamente nos toca padecer; a su vez este
documental ofrece a los entrevistados la posibilidad de una catarsis que nace
del soliloquio y la autoconfesión; en tanto que a los espectadores no sólo los
conmueve y aflige, sino que les confronta con un aspecto de la realidad
nacional que se expande y amenaza constantemente nuestra calidad de vida,
incluso la vida misma.
De esta forma y como conclusión de nuestra primera línea de reflexión, todos coincidimos en que una película es en cierto sentido un juego que se desdobla en dos grandes elementos: lo individual, la forma en que toca a cada uno de los involucrados –director, público y entrevistados, en el caso de este documental– y lo social, la manera en que se inserta en la sociedad, es decir, su función social. Precisamente ésta fue nuestra segunda línea de reflexión, partiendo de la concesión, aunque basada en entrevistas dadas por el autor, de que “La libertad del diablo” tiene la encomienda de impactar en la sociedad, nos cuestionamos cuál sería su función social. Al respecto vislumbramos tres posibilidades: denuncia del temor generado por la inseguridad y violencia como dispositivo de control que el Estado ejerce sobre la población para conservar el poder; sensibilización y conciencia que nacen de la observación y atenta escucha, a partir de lo cual en un momento dado puede surgir una actitud de resistencia, sobre esto cabe decir que frecuentemente se cuestiona este efecto de sensibilización y conciencia argumentando que el continuo abordaje de la violencia lo hace un tema desgastado ante la opinión pública que probablemente desemboque en la normalización de tales hechos, esto es, en lo opuesto al fin pretendido, des-sensibilización, o incluso en la incitación a la violencia y desconfianza permanente respecto al otro; no obstante, contemplamos otra posible función social, la formación en la empatía: cuando entramos a una sala para ver una película voluntariamente dejamos fuera juicios y prejuicios, entramos con una actitud de apertura total para escuchar y aprehender lo que se nos presenta, despertándose en nosotros la identificación con alguna de las situaciones o personajes, el cine mueve nuestro pensamiento, conmueve nuestro sentir, nos hace imaginar, reflexionar, recordar… conectándonos con la historia, los hechos, los lugares y especialmente con las personas que frente a nosotros se desnudan al contarnos, al compartirnos qué sienten, qué piensan, qué anhelan…
En la
perspectiva de Fil(m)osofía una película es buena, entre otras cosas, cuando
logra formar en el espectador un sentimiento de empatía, y así fue con “La
libertad del diablo”, durante nuestra charla destacó la inquietud por hacer
algo, después de ver el documental nos preguntamos ¿qué podemos hacer? Frente
a esta pregunta los asistentes aportaron distintas opiniones que convergen en
una sola propuesta: organizarnos. Debido a los hechos la confianza en el
Estado, en la efectiva aplicación de las leyes prácticamente se ha desvanecido,
nuevamente todos coincidimos, esta vez en que podemos hacer algo, está en
nuestras manos cambiar la situación, transformar nuestra realidad, pero ¿cómo?
Aquí la respuesta clara y directa en voz de una de las participantes fue: organización,
es cuestión de organizarnos como sociedad civil, en comunidad.
Llegados
a este punto surgieron las diferencias, natural y afortunadamente todos
pensamos diferente, mientras que algunos afirman que violencia se combate con
violencia, que necesitamos armarnos, otros rechazan rotundamente cualquier tipo
de agresión como solución y no consideran viable ponernos al tú por tú con el
Estado ni con el crimen organizado. También diferimos en torno a la
responsabilidad que toca al Estado y a la sociedad respecto a lo que hoy
vivimos y su transformación, algunos consideran que la responsabilidad es sólo
del Estado, otros afirman que la responsabilidad es de la sociedad y no del
Estado porque éste es nuestro reflejo, porque de una u otra forma el Estado se
integra por ciudadanos, por elementos de la sociedad que en cierto sentido y
medida nos representan, unos más argumentaron que se trata de una corresponsabilidad
en que cuando decidimos no mirar, de una u otra manera avalamos lo que sucede y
que no se nos diga, avalamos el ataque a la libertad de información y de
expresión (lo cual ha sido señalado por el director en algunas entrevistas y
agrega un plus a nuestra sesión celebrada justamente el 3 de mayo, Día mundial
de la libertad de prensa y Día de la libertad de expresión, en México), también reiteraron en la organización social como la mejor opción, una organización
comunitaria que se exprese en acciones de distinta índole complementarias entre sí.
Felizmente
concluimos nuestra sesión compartiendo con nuestros nuevos amigos que ése es
uno de los objetivos del equipo de Fil(m)osofía: vivir el cine como acción
transformadora de las personas y de la sociedad, el cine como herramienta en la
formación de empatía, solidaridad, que habrá de sustentar una fuerte organización,
una comunidad cada vez más libre, autodeterminada y armoniosa.
Asimismo
dirigimos la atención de nuestros participantes hacia el trasfondo-análisis filosófico
de lo contemplado en el documental, lo vivido actualmente en nuestra sociedad: en
realidad, todos –víctimas y victimarios– somos víctimas del entorno, de un
sistema económico basado en producción y acumulación de bienes materiales que
nunca alcanza la saciedad y por distintas fallas niega el acceso a la mayoría,
de manera tal que probablemente quienes eligen la delincuencia lo hacen obligados
por la circunstancia de pobreza y desigualdad social. En nuestro entorno actual
priva el individualismo, la burocratización de la justicia… dicho brevemente la
razón instrumental descrita por los filósofos de la Teoría Crítica.
Para finalizar y cerrar con broche de oro esta nota compartimos dos puntuales y acertadas
observaciones de nuestros participantes:
* Las
máscaras. Es inevitable mencionar, reflexionar sobre la función de las máscaras
que usan los entrevistados; en torno a esto encontramos dos significados, uno
literal y otro metafórico, en el primero de ellos nos parece evidente que al
otorgar anonimato sirven como protección, en tanto que metafóricamente las máscaras
universalizan, al evitar que nos perdamos en rasgos particulares, al concentrar
nuestra atención en la mirada de quien nos habla, reconocemos que podría ser
cualquiera de nosotros, comenzamos a sentir empatía frente a un rostro que no
reconocemos, pero que puede ser el mío, el tuyo, el nuestro.
* Sin
duda “La libertad del diablo” aborda un tema que ya antes y por otros
directores ha sido tratado, como ejemplo de ello se habló de “El infierno” (Luis
Estrada, 2010), “La tempestad” (Tatiana Huezo, 2016) y “Guerrero” (Ludovic
Bonleux, 2017), respecto a lo cual coincidimos también en que lo esencial o
importante no es tanto el contenido, que puede ser el mismo, sino la forma en
que se presenta; de este modo, mientras que “El infierno” despierta la risa, “La
Tempestad” conduce a la vivencia, al sentir de la víctima, “Guerrero”
ejemplifica la acción comunitaria y “La libertad del diablo” deposita en
nosotros la inquietud por actuar, la pregunta por cómo hacerlo.
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