Perfectos desconocidos
(Álex de la Iglesia, 2017)
La película original es italiana, del año 2014, por el
director Paolo Genovese y se titula “Perfetti sconosciuti”; nombre que conserva
en su versión española, “Perfectos desconocidos”, pero ¿qué tanto le queda el
título?, cuestionó uno de los participantes en nuestra sesión #15 de
Fil(m)osofía, porque tan es que se conocen bien, que saben cómo reaccionarían
los demás si les contasen todo, y precisamente por eso prefieren callar algunas
cosas, guardar algún secreto, o más de uno. Así, desde el título confirmamos la
posibilidad de distintas interpretaciones y se entabla el juego cinematográfico
–lo que el filme, el director quiere transmitir y lo que los espect-actores
perciben, interpretan–, porque en la perspectiva de otros de los participantes,
justo porque guardan secretos es que en realidad o verdaderamente no se
conocen, a pesar de ser viejos y buenos amigos o incluso pareja, se desconocen,
ninguno conoce tan bien a los otros como piensan, son perfectos desconocidos.
Probablemente la película no es extraordinaria y hasta
resulte predecible, además de que su estructura es teatral (todo se desarrolla
en un mismo escenario) y en ese aspecto puede llegar a ser aburrida, pero la
elegimos para esta charla filosófica por dos motivos: es comedia, hace reír
bastante y al mismo tiempo promueve la reflexión en tanto que contiene el
factor espejo, presenta distintas personalidades, estatus sociales y
circunstancias con las que permite identificar a personas que conocemos o a
nosotros mismos.
Ahora bien, tratándose de un personaje protagonista
colectivo, un grupo de amigos integrado por tres parejas heterosexuales y un
amigo soltero, también nos preguntamos si en verdad ellos son los protagonistas
o lo es la tecnología, específicamente el teléfono celular, porque este aparato
de comunicación es lo que desata la trama, el conflicto… Aunque igualmente
cuestionamos cuál es el conflicto: ¿la
influencia/determinación de la tecnología en nuestras relaciones interpersonales?,
¿la disyuntiva monogamia/poligamia?, ¿o la
falta de sinceridad y confianza en la comunicación?
Comenzando por esto último y como bien dijo uno de
nuestros amigos, de entrada caemos en dos falacias: afirmar que tu pareja debe
ser tu mejor amigo(a) y que a tu mejor amigo(a) le debes contar absolutamente
todo. Al respecto todos los presentes coincidimos en que por salud emocional y
mental todos tenemos secretos, hay cosas que para evitar problemas preferimos
no decir, además de que todos tenemos derecho a la intimidad, a reservarnos
algunas cosas que pensamos, sentimos o hacemos. Por lo tanto guardar secretos
no implica falta de sinceridad ni de confianza en la comunicación; tal vez
hasta podríamos considerar al hecho de decirlo todo, como “sincericidio”.
Con relación a la disyuntiva monogamia/poligamia, nuestra
plática se dirigió a los “roles sociales” y las pautas de conducta que
encierran, es decir, cómo debo o no comportarme; por ejemplo, si hago tal o cual
cosa, soy buen hijo, si no lo hago o incluso hago lo contrario, soy mal
hijo. De tal suerte que a una misma persona le corresponden distintos roles
según el escenario, como hijo, como padre, como pareja, como amigo, en su
profesión, en su trabajo, como vecino, etc. En torno a esto, surgieron varias
interrogantes: ¿desempeñar-jugar distintos roles no entraña el peligro de caer
en la incongruencia?, por ejemplo, que justo lo que como padre prohíbo es lo
que hago como hijo, que los consejos que doy como amigo representan exactamente
lo que yo no practico... Otro de los puntos en el debate fue si afirmar la
existencia de roles sociales se traduce en un determinismo social en el que si
no se cumple con lo exigido entran en crisis las relaciones interpersonales.
Aquí también todos, estuvimos de acuerdo en que lo mejor sería
cuestionar-criticar-analizar los roles sociales en sus implicaciones, para
decidir si estamos de acuerdo o no, si los seguimos o no.
Sobre el papel que juega la tecnología, especialmente los
medios telemáticos en nuestras relaciones apuntamos entre otras cosas que
innegablemente influyen en nuestra comunicación, debido a su inmediatez no dan
tiempo de pensar y re-pensar, dificultan la reflexión sobre lo que recibimos y
emitimos, por su inmensidad envolvente desdibujan la línea entre vida pública y
vida privada, tiempo de trabajo y tiempo de ocio, ocasionando una falsa intimidad
o incluso dando lugar al exhibicionismo. Aunque no se puede hablar de
determinismo porque la tecnología no es responsable, sino nosotros, no son los
mensajes lo que destruye, sino el emisor y sus intenciones.
Ya al final de nuestra reunión y como broche de oro, uno
de nuestros invitados dirigió nuestra atención hacia algo que hasta el momento
habíamos pasado por alto: la violencia. Es verdad que desde el inicio hasta el
final y en forma creciente la violencia está presente en toda la película,
incluso en un momento que a primera instancia parece ser la única intervención
asertiva, se violenta la intimidad, la confianza y apertura de uno de los
personajes cuando se exhibe sin miramiento alguno una vivencia especial y
delicada.
Sí, quizá no fue una gran película –y en este momento
podríamos dialogar sobre qué hace buena a una película–, pero nos hizo reír y
sobre todo, dio mucho que pensar y compartir. Muchas gracias una vez más a
quienes nos acompañan en este proyecto de practicar filosofía fuera de las
aulas escolares-institucionales, de hacer filosofía en la ciudad.
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