Labor educativa, ¿una utopía?(*)
Considero
que por lo general, la mejor forma de comenzar es definir. No sea que inmersos
ya en el discurso, descubramos que no nos referimos a lo mismo, que usamos los
mismos términos, las mismas palabras, pero las entendemos de distinta
manera. Por ello, me permito señalar
aquí las definiciones etimológica y real de nuestro término en cuestión:
Utopía o utopia.- (Del gr. οὐ, no, y τόπος, lugar:
lugar que no existe). Plan,
proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el
momento de su formulación.[1]
Así
es, frente a lo que se tiene, a lo que se vive, surge una molestia, una
inconformidad que en principio nos lleva a
imaginar una realidad alterna. Algunas veces este desacuerdo con la
realidad, se incrementa y rebasa el espacio de la imaginación, para ejercer cierta crítica ante lo presente,
crítica que se ve concretada en la proyección de otro mundo, un mundo en el que
aquello que ahora nos inconforma ha desaparecido, un nuevo mundo en el que se
ha eliminado, especialmente del orden político y social, lo que nos parece
hostil e incluso inhumano. Tenemos
ahora, como señala la anterior definición, un plan, un proyecto, doctrina o
sistema, que describe una sociedad idealizada. Lo que inmediatamente nos remite
a Platón, con su República, y a Tomás Moro, con su comunidad ficticia. Pero
hasta aquí, no se ve por qué habríamos de considerar utópico nuestro
proyecto; a lo que habría que contestar: porque es tan optimista que aparece como
irrealizable.
Sí,
nuestro proyecto es tan optimista que parece olvidar gran parte de la historia
de la humanidad, parece no atender a los hechos que muestran cierta maldad e
inconsciencia inherentes al hombre, o al menos que cuestionan la bondad natural
del ser humano.
Sí,
nuestro proyecto, nuestra labor como educadores, tiene un objetivo, una razón
de ser muy “clara y sencilla”: construir un mundo mejor, mediante, a
través, con, por y para ellos, nuestros niños, adolescentes y jóvenes, e
incluso adultos.
Construir un mundo mejor, como he
dicho antes, una
mejor sociedad, una sociedad no alienada, no egoísta; una sociedad unida,
empática. Donde cada individuo es consciente de las consecuencias de sus
actos y por lo tanto ha desarrollado una autoconciencia que le da libertad y
autocontrol; lo que a su vez le sensibiliza frente a la realidad de los
otros, es decir que amplía su consciencia sobre la cuestión social; todo lo
cual le mueve para transformar su entorno en
todos los aspectos, y de esta forma influir y determinar la configuración de nuestro mundo,
denunciar el presente y anunciar un mejor futuro. Una sociedad donde “el yo” y
“el otro”, sin renunciar a sí mismos, se unen e integran un “nosotros” que
permite la armonía con uno mismo, con los demás y con el todo.
Se
entiende ahora por qué entrecomillo las palabras clara y sencilla, al referirme
a la razón de ser de nuestra labor docente. No, quizás el objetivo de nuestra
labor no es tan clara; habría que discutir ciertos términos como “alineación”,
“unidad”, “empatía”, “conciencia”, libertad”, “autocontrol”, “cuestión social”,
“configuración del mundo”… Definitivamente, que nuestra tarea logre su meta
tampoco es sencillo. ¿Cuántos de nuestros alumnos realmente nos escuchan?
¿Cuántos de ellos reciben y conservan en lo profundo de su ser aquello que les
enseñamos, que les damos? Y no me
refiero a los temas, a los conocimientos que integran nuestro temario, a las
materias que conforman nuestro mapa curricular, me refiero a los valores, a las
actitudes que resultan indispensables para la nueva configuración del mundo,
que hemos trazado, aunque sea en nuestras mentes; me refiero a los pensamientos
y sentimientos que hemos de inculcar en nuestros alumnos para la concreción de
nuestro proyecto: una mejor sociedad.
Y
aquí me habrán de cuestionar y lo hago ya yo misma; me cuestiono: ¿se trata
entonces de educación como reproducción de una cierta ideología? Pero este es
otro aspecto a debatir y dialogar, precisamente en otro momento, en otro lugar.
Por
ahora sólo quiero resaltar que en la razón de ser de la educación, subyace
una utopía. Los hechos parecen demostrar que nuestro proyecto, nuestra
labor educativa, no logrará materializar su finalidad: construir un mundo
mejor, y éste se convertirá en un lugar
que no existe.
Nuestro
trabajo implica tantas creencias: bondad natural del hombre, posibilidad de
cambio y mejora, deseo innato por superarse a sí mismo, necesidad inherente de
aprender, posible armonía universal… Nuestro trabajo requiere e implica una
esperanza intensa y profunda. Una esperanza que a pesar de los años
transcurridos y las frustraciones que conllevan, que a pesar de los sinsabores
y obstáculos enfrentados, siempre encuentra un motivo, un estímulo para
continuar, para fortalecerse y redoblar el paso… Ese motivo es el sonido de la
risa infantil que se escucha en el patio durante el recreo; es ese saludo,
sencillo, pero sentido, que nos dan al caminar por los pasillos; ese motivo es
cualquier hecho, cualquier detalle que nos muestra que, poco a poco, pero
estamos transformando nuestro entorno, nuestro mundo, en un lugar humano, un
lugar en armonía.
Por
último, si alguien se opone e inquiere
nuestra labor educativa, argumentando que nuestro proyecto aparece como
irrealizable, que se oculta en todo esto una utopía, habré de responder que no
todo está dicho, falta mucho por hacer, la historia de la humanidad no ha
concluido y nuestro ideal aún puede convertirse en real. Además, ¿por qué
habríamos de renunciar a este impulso que nos hace soñar e imaginar una mejor
sociedad?, ¿qué no es parte de ser humano, el ser inconformistas, críticos y
utópicos?
Fuente: #spainREVOLUTION |
(*) Escrito y publicado en diciembre de 2010 dentro de "El IMformanTE" -publicación interna del colegio en que trabajaba-, cuando convivía con ellos día a día, cuando era "maestra" de Filosofía en prepa...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario