viernes, 15 de mayo de 2015

Ser "maestr@"...


Labor educativa, ¿una utopía?(*)


Considero que por lo general, la mejor forma de comenzar es definir. No sea que inmersos ya en el discurso, descubramos que no nos referimos a lo mismo, que usamos los mismos términos, las mismas palabras, pero las entendemos de distinta manera.  Por ello, me permito señalar aquí las definiciones etimológica y real de nuestro término en cuestión:

Utopía o utopia.- (Del gr. οὐ, no, y τόπος, lugar: lugar que no existe). Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.[1]

Así es, frente a lo que se tiene, a lo que se vive, surge una molestia, una inconformidad que en principio nos lleva a  imaginar una realidad alterna. Algunas veces este desacuerdo con la realidad, se incrementa y rebasa el espacio de la imaginación, para  ejercer cierta crítica ante lo presente, crítica que se ve concretada en la proyección de otro mundo, un mundo en el que aquello que ahora nos inconforma ha desaparecido, un nuevo mundo en el que se ha eliminado, especialmente del orden político y social, lo que nos parece hostil e incluso inhumano.  Tenemos ahora, como señala la anterior definición, un plan, un proyecto, doctrina o sistema, que describe una sociedad idealizada. Lo que inmediatamente nos remite a Platón, con su República, y a Tomás Moro, con su comunidad ficticia. Pero hasta aquí, no se ve por qué habríamos de considerar utópico nuestro proyecto; a lo que habría que contestar: porque es tan optimista que aparece como irrealizable.

Sí, nuestro proyecto es tan optimista que parece olvidar gran parte de la historia de la humanidad, parece no atender a los hechos que muestran cierta maldad e inconsciencia inherentes al hombre, o al menos que cuestionan la bondad natural del ser humano.

, nuestro proyecto, nuestra labor como educadores, tiene un objetivo, una razón de ser muy “clara y sencilla”: construir un mundo mejor, mediante, a través, con, por y para ellos, nuestros niños, adolescentes y jóvenes, e incluso adultos.

Construir un mundo mejor, como he dicho antes, una mejor sociedad, una sociedad no alienada, no egoísta; una sociedad unida, empática.  Donde cada individuo  es consciente de las consecuencias de sus actos y por lo tanto ha desarrollado una autoconciencia que le da libertad y autocontrol; lo que a su vez le sensibiliza frente a la realidad de los otros, es decir que amplía su consciencia sobre la cuestión social; todo lo cual le mueve para  transformar su entorno en todos los aspectos, y de esta forma influir y determinar la configuración de nuestro mundo, denunciar el presente y anunciar un mejor futuro. Una sociedad donde “el yo” y “el otro”, sin renunciar a sí mismos, se unen e integran un “nosotros” que permite la armonía con uno mismo, con los demás y con el todo.

Se entiende ahora por qué entrecomillo las palabras clara y sencilla, al referirme a la razón de ser de nuestra labor docente. No, quizás el objetivo de nuestra labor no es tan clara; habría que discutir ciertos términos como “alineación”, “unidad”, “empatía”, “conciencia”, libertad”, “autocontrol”, “cuestión social”, “configuración del mundo”… Definitivamente, que nuestra tarea logre su meta tampoco es sencillo. ¿Cuántos de nuestros alumnos realmente nos escuchan? ¿Cuántos de ellos reciben y conservan en lo profundo de su ser aquello que les enseñamos, que les damos?  Y no me refiero a los temas, a los conocimientos que integran nuestro temario, a las materias que conforman nuestro mapa curricular, me refiero a los valores, a las actitudes que resultan indispensables para la nueva configuración del mundo, que hemos trazado, aunque sea en nuestras mentes; me refiero a los pensamientos y sentimientos que hemos de inculcar en nuestros alumnos para la concreción de nuestro proyecto: una mejor sociedad.

Y aquí me habrán de cuestionar y lo hago ya yo misma; me cuestiono: ¿se trata entonces de educación como reproducción de una cierta ideología? Pero este es otro aspecto a debatir y dialogar, precisamente en otro momento, en otro lugar.

Por ahora sólo quiero resaltar que en la razón de ser de la educación, subyace una utopía. Los hechos parecen demostrar que nuestro proyecto, nuestra labor educativa, no logrará materializar su finalidad: construir un mundo mejor,  y éste se convertirá en un lugar que no existe.

Nuestro trabajo implica tantas creencias: bondad natural del hombre, posibilidad de cambio y mejora, deseo innato por superarse a sí mismo, necesidad inherente de aprender, posible armonía universal… Nuestro trabajo requiere e implica una esperanza intensa y profunda. Una esperanza que a pesar de los años transcurridos y las frustraciones que conllevan, que a pesar de los sinsabores y obstáculos enfrentados, siempre encuentra un motivo, un estímulo para continuar, para fortalecerse y redoblar el paso… Ese motivo es el sonido de la risa infantil que se escucha en el patio durante el recreo; es ese saludo, sencillo, pero sentido, que nos dan al caminar por los pasillos; ese motivo es cualquier hecho, cualquier detalle que nos muestra que, poco a poco, pero estamos transformando nuestro entorno, nuestro mundo, en un lugar humano, un lugar en armonía.

Por último, si alguien se opone  e inquiere nuestra labor educativa, argumentando que nuestro proyecto aparece como irrealizable, que se oculta en todo esto una utopía, habré de responder que no todo está dicho, falta mucho por hacer, la historia de la humanidad no ha concluido y nuestro ideal aún puede convertirse en real. Además, ¿por qué habríamos de renunciar a este impulso que nos hace soñar e imaginar una mejor sociedad?, ¿qué no es parte de ser humano, el ser inconformistas, críticos y utópicos?


Fuente: #spainREVOLUTION




(*) Escrito y publicado en diciembre de 2010 dentro de "El IMformanTE" -publicación interna del colegio en que trabajaba-, cuando convivía con ellos día a día, cuando era "maestra" de Filosofía en prepa... 


[1] http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=utopía




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