¿qué hacen los filósofos? / sobre ser y tener /
sin filosofía me pierdo yo y se pierde el mundo
La
vida humana exige una explicación, el hombre manifiesta un impulso vital por
conocer la realidad, por comprender la totalidad. Para lo cual, necesita en
principio, conocerse, desarrollar su autoconocimiento, porque en la medida en
que conozca los motivos, la motivación subyacente, consciente o inconsciente, a
su conducta, se acepta como es y decide realmente -esto es tomando como
fundamento sus ideas, sus sentimientos y no los de otros- cómo ser, qué hacer. Autoconocimiento y autonomía son
correlativos; en la medida en que me autoconozco, soy autónomo, me
autodetermino, soy libre. Al respecto, escribe E. Fromm: “Esa minoría ha
redescubierto con mayor o menor claridad una antigua verdad: que el hombre no
vive solo de pan, que el poseer y el poder no bastan para garantizar la
felicidad, sino más bien producen angustia y originan tensiones. Estos hombres
desean dedicarse a otro fin: a ser
más, en lugar de tener más, a llegar
a ser más razonables, a abandonar las falsas ilusiones y a eliminar las
circunstancias que posibilitan el mantenimiento de esas ilusiones.”[1]
Esa
minoría, estos hombres, de que habla E.
Fromm, son los filósofos y quienes de una u otra manera, con una u otra
intensidad nos acercamos a la filosofía. ¿Y en qué consiste esa antigua verdad
que intentan recuperar? ¿Qué significa que el hombre no vive solo de pan, de
posesiones materiales y poder?
El
ser humano es un ser activo, ejecutivo; coexiste en el mundo con las cosas, no
se encuentra junto a ellas en forma estática; es y se hace con las cosas. El
ser humano siempre está en movimiento y se dirige hacia su felicidad, según
quedó dicho junto a Aristóteles, entendida como el pleno desarrollo del
entendimiento y la voluntad. Aseveración que corresponde a la concepción
clásica de actividad y pasividad, donde la primera “… se entiende como algo que
da expresión a las fuerzas ínsitas en el hombre, que da vida, que ayuda a la
eclosión tanto de las capacidades corporales como de las afectivas, tanto de
las intelectuales como de las artísticas.”[2]; y
la pasividad como el reaccionar a algo o el simple ser impulsado.
En
oposición a tal concepción de la actividad y la pasividad se encuentra la
concepción vulgar que supone como actividad todo hacer dirigido a un fin y que
requiere energía; desde esta perspectiva activo es el que se esfuerza y su
hacer produce un efecto visible, consecuentemente se cree que siempre debemos
hacer algo que tenga un fin, con lo que se logre algo, de lo que resulte algo,
explica E. Fromm, en tanto que alguien es considerado pasivo cuando lo que hace
no produce utilidad visible, cuando no se puede descubrir algún resultado, de
esta forma la pasividad parece carente de fin, es una actitud en la que no se
observa gasto de energía.
Asimismo,
la concepción clásica de actividad puede ser referida como el “ser más”, es
decir, cuando la actividad del hombre se dirige a la prosecución de todas sus
capacidades, a saber, intelectuales, afectivas, corporales y artísticas; y la
concepción vulgar, como el “tener más”, esto es, cuando la actividad del hombre
tiene por objetivo o fin la producción, la generación de bienes materiales, de
efectos visibles.
Concepciones sobre
actividad y pasividad
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Actividad
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Pasividad
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Concepción
clásica
Ser
más
|
* Lo que da
expresión a las fuerzas ínsitas en el hombre, es decir, que ayuda a la
eclosión tanto de las capacidades corporales como de las afectivas, tanto de
las intelectuales como de las artísticas.
* Prioriza los
actos, lo que se es y se hace. Siempre refiere acciones; se expresa en
verbos.
La persona
habla de lo que es, de su actividad, de los sentimientos que la agitan, pero
no sobre un objeto o una posesión.
* Ejemplo[3]:
“… me siento desdichada, estoy satisfecha, estoy preocupada, amo a
mi marido o quizás no lo amo o dudo al respecto.”
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El reaccionar
a algo o el simple ser impulsado.
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Concepción
vulgar
Tener
más
|
* Hacer que se
dirige a un fin y que requiere energía; esfuerzo que produce un efecto
visible, que logra o de lo que resulta algo.
* Prioriza las
cosas, lo que se posee y se tiene.
Refiere
pertenencias; se expresa con sustantivos.
El mundo
aparece como objeto del tener.
* Ejemplo:
“<Tengo> por cierto un matrimonio feliz, <tengo> también dos
hijos, pero <tengo> muchas dificultades.”
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Cuando lo que
hace no produce utilidad visible, no ofrece resultado alguno, por lo que
parece carente de fin, ni muestra gasto de energía.
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Actualmente
predomina la concepción vulgar de actividad y pasividad; situación que tiene
origen de acuerdo con K. Marx y la Escuela de Frankfurt en la revolución
industrial de la modernidad, que trajo consigo la mecanización, la división del
trabajo, la explotación y el comercio, y de la que surgió paralelamente una era
de codicia y espíritu mercantil sustentada en el capital y en el proletariado
depauperado, en el hombre alienado.
El
hombre alineado, enajenado, porque ha sido deshumanizado en el momento en que
su vida se redujo a la producción de bienes materiales, a la generación de
dinero, a economía; porque al convertirse en una cosa más dentro del proceso
productivo, fue cosificado, desposeído de todo, incluso de sí mismo. Un hombre
que ya en nuestra época, en la sociedad contemporánea que se caracteriza
principalmente por ser consumista, es valorado no por lo que es, sino por lo
que produce, por lo que tiene. Una sociedad donde “Los deseos de los hombres
casi no provienen ya de ellos mismos, sino que se los suscita y orienta desde
fuera. Aun las personas a las que les va bien, parecen pobres frente a la
multiplicidad de exigencias que tienen que satisfacer. Casi no cabe duda de que
la industria logra producir las necesidades que ella desea satisfacer.”[4]
De
esta forma el reconocimiento por parte de los otros y la autoestima no se miden
por el grado en que se ejercitan las capacidades intelectuales, afectivas,
corporales y artísticas, sino por lo que se posee. Desde este punto de vista,
los demás no reconocerán en mí a una persona exitosa porque he avanzado en mi
autoconocimiento, porque cada día practico la identificación y control de mis
sentimientos, tampoco dirán que tengo éxito porque mi cuerpo está sano y he
escrito algunos versos.
Hoy,
afirma E. Fromm, el hombre se vive solo como lo que tiene, no como lo que es.
Cada vez más nos limitamos a hacer lo que tiene un fin, aquello de lo que
resulta algo, sea dinero, fama, o un ascenso socioeconómico; en ese sentido,
cada vez pensamos menos en hacer algo que no tenga fin alguno, cuando “Lo más
bello que hay en la vida es exteriorizar las propias fuerzas, y no para un
determinado fin, sino por el acto mismo.”[5]
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Fuente: Expok Artículo relacionado: Riqueza, del tener mucho al ser mucho |
Pero
esto no es vida, no es auténtica actividad; nos hemos confundido, no vale la
pena vivir solo para ganarse el pan, en la ambición por tener más, por acumular
cosas, producir bienes, más dinero y poder, más respetabilidad[6];
la vida también debe tener otro sentido, debe servir al desarrollo íntegro,
pleno de mi humanidad, de las facultades que me distinguen entre todos los
seres con que habito el mundo: razón y voluntad, capacidades intelectuales,
afectivas, corporales y artísticas. Esta es la antigua verdad que intentan
recuperar los filósofos: la felicidad no radica en la cosas, en poseerlas, sino
en los actos, en lo que hacemos con ellas; mi felicidad estriba en lo que decido ser y hacer, no en cumplir las
expectativas de los otros sobre lo que debo tener. Este es el fin último de la
actividad humana: crecer, ser más, no
tener más. En consecuencia, aclara E. Fromm, necesitamos adquirir una actitud
en el que el único fin de reconocido valor sea la expresión, el crecimiento de la vida humana. En tanto que nos
olvidemos de nosotros mismos como objetos, en tanto que nos libremos de la
enajenación, de la alineación a que nos somete la sociedad consumista,
viviremos libremente, nos vivenciaremos como seres humanos, alcanzaremos la
auténtica felicidad.
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Fuente: Prova de vida |
Precisamente
esta idea de autovaloración del hombre, de su plena humanización, en la
configuración del hombre integral, pleno, totalmente humano, ese hombre cuyo
fin no es el tener ni la acumulación, sino la expresión vital de sí mismo,
constituye el verdadero objetivo del socialismo planteado por K. Marx[7].
Donde la transformación económica solo era un medio para un fin: la liberación
del hombre, en el sentido del humanismo.
Al
igual que E. Husserl, J. Ortega y Gasset, K. Marx concibe la realidad como la
coexistencia de sujeto y objeto. Donde el ser humano, como ser carente que
es, para subsistir necesita de la
naturaleza, de las cosas en el mundo; y es en tal proceso, en la producción de
objetos para su subsistencia, en el trabajo, que el hombre no solo construye
objetos sino que se construye a sí mismo, se realiza, se vuelve humano, porque
no únicamente arranca productos a la naturaleza, sino que al intervenir en
ella, la modifica, al mismo tiempo que establece relaciones sociales, por
consiguiente el hombre no solo es un ser material -no solo vive de pan-,
también es un ser espiritual -posee facultades racionales, emotivas y
volitivas.[8]
Por
lo tanto solo un hombre enajenado, solo un hombre pasivo, -es decir, que
reacciona o es impulsado, de acuerdo con la concepción clásica de pasividad-
creerá que su vida tiene fundamento fuera o al margen de su propia existencia,
concluye K. Marx al respecto, creerá que su vida no es una hechura de su propia
actividad consciente y de su propia realización. Por ello, la tarea de la
filosofía, como lo pensó el padre del socialismo científico, es desengañar al
hombre para que piense, para que actúe y organice su realidad como hombre
desenajenado y que ha entrado en razón al reconocer en sí la capacidad, la
posibilidad, si no es que el deber de autodeterminarse, autoconfigurarse.
De
esta forma, al hacer filosofía, al estudiarla, recupero esta verdad: el fin
último de mi actividad, de mi vida, es crecer, ser más como persona, a la vez que me encamino hacia mi
autoconocimiento y con ello adquiero cada vez mayor libertad, en términos de J.
Ortega y Gasset, “salvo mi yo”. Al tiempo que “salvo mi circunstancia” porque
dicho autoconocimiento y libertad obtenidos me impulsan a la transformación de
mi realidad, me conducen al cambio, a la superación, a la mejora de mi mundo circundante.
En ello, consiste la filosofía de la praxis, conocer las cosas, conocer la
realidad, comprender la totalidad, pero además, transformarla; más allá de la
mera contemplación del objeto, con lo que probablemente inicia la filosofía,
enfatizar la actividad del hombre; porque el hombre es activo, de acuerdo con
este pensamiento, en la medida en que modifica la realidad, en que transforma a
su favor las diversas circunstancias con las que se encuentra.
En
suma, por todo esto afirmo que sin filosofía me pierdo yo y se pierde el mundo.
[1] Fromm, Erich. El amor a la vida. Ed. Altaya. España,
1993. Pág. 143
[3] Nota: este ejemplo y el siguiente han sido tomados del
libro “El amor a la vida”, de Erich Fromm.
[6] Nota: incluyo esta cita porque realmente me conmovió
al recordarme varias personas que conozco: “Recuerdo cuando tenía diez o doce
años. Si alguien decía que era comerciante u hombre de negocios me sentía
perplejo y pensaba: Dios mío, este hombre debe sentirse espantosamente por
tener que consagrar toda su vida a no hacer nada más que ganar dinero. ¡Cómo
puede ser ésa su única ocupación! Entretanto, he llegado a aprender que eso es
totalmente normal, pero yo sigo siempre sorprendiéndome.” (Fromm, Erich.
“El amor a la vida”. Trad. Eduardo Prieto. Ed. Altaya. Col. Grandes obras del
pensamiento No. 16. España. 1993. Pág. 161)
[7] Nota: actualmente, aclara E. Fromm, pocos
especialistas en Marx no lo han interpretado desfigurándolo totalmente hacia la
derecha o la izquierda; a menudo lo utilizan para justificar sus propios puntos
de vista e incluso como argumento de una praxis y una política opuestas a lo
que pensaba y quería Marx.
[8] Nota: en este punto es importante distinguir entre la
noción cotidiana de “materialismo” y como concepto filosófico en el sentido que
le da K. Marx, a saber, como la definición del hombre por su circunstancia y
por las relaciones sociales que en ella establece.
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