domingo, 15 de marzo de 2015

¿qué hacen los filósofos? / sobre ser y tener

¿qué hacen los filósofos? / sobre ser y tener / 

sin filosofía me pierdo yo y se pierde el mundo 


La vida humana exige una explicación, el hombre manifiesta un impulso vital por conocer la realidad, por comprender la totalidad. Para lo cual, necesita en principio, conocerse, desarrollar su autoconocimiento, porque en la medida en que conozca los motivos, la motivación subyacente, consciente o inconsciente, a su conducta, se acepta como es y decide realmente -esto es tomando como fundamento sus ideas, sus sentimientos y no los de otros- cómo ser, qué hacer. Autoconocimiento y autonomía son correlativos; en la medida en que me autoconozco, soy autónomo, me autodetermino, soy libre. Al respecto, escribe E. Fromm: “Esa minoría ha redescubierto con mayor o menor claridad una antigua verdad: que el hombre no vive solo de pan, que el poseer y el poder no bastan para garantizar la felicidad, sino más bien producen angustia y originan tensiones. Estos hombres desean dedicarse a otro fin: a ser más, en lugar de tener más, a llegar a ser más razonables, a abandonar las falsas ilusiones y a eliminar las circunstancias que posibilitan el mantenimiento de esas ilusiones.”[1]

Esa minoría, estos hombres,  de que habla E. Fromm, son los filósofos y quienes de una u otra manera, con una u otra intensidad nos acercamos a la filosofía. ¿Y en qué consiste esa antigua verdad que intentan recuperar? ¿Qué significa que el hombre no vive solo de pan, de posesiones materiales y poder?

El ser humano es un ser activo, ejecutivo; coexiste en el mundo con las cosas, no se encuentra junto a ellas en forma estática; es y se hace con las cosas. El ser humano siempre está en movimiento y se dirige hacia su felicidad, según quedó dicho junto a Aristóteles, entendida como el pleno desarrollo del entendimiento y la voluntad. Aseveración que corresponde a la concepción clásica de actividad y pasividad, donde la primera “… se entiende como algo que da expresión a las fuerzas ínsitas en el hombre, que da vida, que ayuda a la eclosión tanto de las capacidades corporales como de las afectivas, tanto de las intelectuales como de las artísticas.”[2]; y la pasividad como el reaccionar a algo o el simple ser impulsado.

En oposición a tal concepción de la actividad y la pasividad se encuentra la concepción vulgar que supone como actividad todo hacer dirigido a un fin y que requiere energía; desde esta perspectiva activo es el que se esfuerza y su hacer produce un efecto visible, consecuentemente se cree que siempre debemos hacer algo que tenga un fin, con lo que se logre algo, de lo que resulte algo, explica E. Fromm, en tanto que alguien es considerado pasivo cuando lo que hace no produce utilidad visible, cuando no se puede descubrir algún resultado, de esta forma la pasividad parece carente de fin, es una actitud en la que no se observa gasto de energía. 

Asimismo, la concepción clásica de actividad puede ser referida como el “ser más”, es decir, cuando la actividad del hombre se dirige a la prosecución de todas sus capacidades, a saber, intelectuales, afectivas, corporales y artísticas; y la concepción vulgar, como el “tener más”, esto es, cuando la actividad del hombre tiene por objetivo o fin la producción, la generación de bienes materiales, de efectos visibles.

Concepciones sobre actividad y pasividad

Actividad
Pasividad
Concepción clásica
Ser más
* Lo que da expresión a las fuerzas ínsitas en el hombre, es decir, que ayuda a la eclosión tanto de las capacidades corporales como de las afectivas, tanto de las intelectuales como de las artísticas.
* Prioriza los actos, lo que se es y se hace. Siempre refiere acciones; se expresa en verbos.
La persona habla de lo que es, de su actividad, de los sentimientos que la agitan, pero no sobre un objeto o una posesión.
* Ejemplo[3]: “… me siento desdichada, estoy satisfecha, estoy preocupada, amo a mi marido o quizás no lo amo o dudo al respecto.”

El reaccionar a algo o el simple ser impulsado.

Concepción vulgar
Tener más
* Hacer que se dirige a un fin y que requiere energía; esfuerzo que produce un efecto visible, que logra o de lo que resulta algo.
* Prioriza las cosas, lo que se posee y se tiene.
Refiere pertenencias; se expresa con sustantivos.
El mundo aparece como objeto del tener.
* Ejemplo: “<Tengo> por cierto un matrimonio feliz, <tengo> también dos hijos, pero <tengo> muchas dificultades.”

Cuando lo que hace no produce utilidad visible, no ofrece resultado alguno, por lo que parece carente de fin, ni muestra gasto de energía.

Actualmente predomina la concepción vulgar de actividad y pasividad; situación que tiene origen de acuerdo con K. Marx y la Escuela de Frankfurt en la revolución industrial de la modernidad, que trajo consigo la mecanización, la división del trabajo, la explotación y el comercio, y de la que surgió paralelamente una era de codicia y espíritu mercantil sustentada en el capital y en el proletariado depauperado, en el hombre alienado.

El hombre alineado, enajenado, porque ha sido deshumanizado en el momento en que su vida se redujo a la producción de bienes materiales, a la generación de dinero, a economía; porque al convertirse en una cosa más dentro del proceso productivo, fue cosificado, desposeído de todo, incluso de sí mismo. Un hombre que ya en nuestra época, en la sociedad contemporánea que se caracteriza principalmente por ser consumista, es valorado no por lo que es, sino por lo que produce, por lo que tiene. Una sociedad donde “Los deseos de los hombres casi no provienen ya de ellos mismos, sino que se los suscita y orienta desde fuera. Aun las personas a las que les va bien, parecen pobres frente a la multiplicidad de exigencias que tienen que satisfacer. Casi no cabe duda de que la industria logra producir las necesidades que ella desea satisfacer.”[4]  

De esta forma el reconocimiento por parte de los otros y la autoestima no se miden por el grado en que se ejercitan las capacidades intelectuales, afectivas, corporales y artísticas, sino por lo que se posee. Desde este punto de vista, los demás no reconocerán en mí a una persona exitosa porque he avanzado en mi autoconocimiento, porque cada día practico la identificación y control de mis sentimientos, tampoco dirán que tengo éxito porque mi cuerpo está sano y he escrito algunos versos.

Hoy, afirma E. Fromm, el hombre se vive solo como lo que tiene, no como lo que es. Cada vez más nos limitamos a hacer lo que tiene un fin, aquello de lo que resulta algo, sea dinero, fama, o un ascenso socioeconómico; en ese sentido, cada vez pensamos menos en hacer algo que no tenga fin alguno, cuando “Lo más bello que hay en la vida es exteriorizar las propias fuerzas, y no para un determinado fin, sino por el acto mismo.”[5]

Fuente: Expok
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Pero esto no es vida, no es auténtica actividad; nos hemos confundido, no vale la pena vivir solo para ganarse el pan, en la ambición por tener más, por acumular cosas, producir bienes, más dinero y poder, más respetabilidad[6]; la vida también debe tener otro sentido, debe servir al desarrollo íntegro, pleno de mi humanidad, de las facultades que me distinguen entre todos los seres con que habito el mundo: razón y voluntad, capacidades intelectuales, afectivas, corporales y artísticas. Esta es la antigua verdad que intentan recuperar los filósofos: la felicidad no radica en la cosas, en poseerlas, sino en los actos, en lo que hacemos con ellas; mi felicidad estriba en lo que decido ser y hacer, no en cumplir las expectativas de los otros sobre lo que debo tener. Este es el fin último de la actividad humana: crecer, ser más, no tener más. En consecuencia, aclara E. Fromm, necesitamos adquirir una actitud en el que el único fin de reconocido valor sea la expresión, el crecimiento de la vida humana. En tanto que nos olvidemos de nosotros mismos como objetos, en tanto que nos libremos de la enajenación, de la alineación a que nos somete la sociedad consumista, viviremos libremente, nos vivenciaremos como seres humanos, alcanzaremos la auténtica felicidad.

Fuente: Prova de vida

Precisamente esta idea de autovaloración del hombre, de su plena humanización, en la configuración del hombre integral, pleno, totalmente humano, ese hombre cuyo fin no es el tener ni la acumulación, sino la expresión vital de sí mismo, constituye el verdadero objetivo del socialismo planteado por K. Marx[7]. Donde la transformación económica solo era un medio para un fin: la liberación del hombre, en el sentido del humanismo.

Al igual que E. Husserl, J. Ortega y Gasset, K. Marx concibe la realidad como la coexistencia de sujeto y objeto. Donde el ser humano, como ser carente que es,  para subsistir necesita de la naturaleza, de las cosas en el mundo; y es en tal proceso, en la producción de objetos para su subsistencia, en el trabajo, que el hombre no solo construye objetos sino que se construye a sí mismo, se realiza, se vuelve humano, porque no únicamente arranca productos a la naturaleza, sino que al intervenir en ella, la modifica, al mismo tiempo que establece relaciones sociales, por consiguiente el hombre no solo es un ser material -no solo vive de pan-, también es un ser espiritual -posee facultades racionales, emotivas y volitivas.[8]

Por lo tanto solo un hombre enajenado, solo un hombre pasivo, -es decir, que reacciona o es impulsado, de acuerdo con la concepción clásica de pasividad- creerá que su vida tiene fundamento fuera o al margen de su propia existencia, concluye K. Marx al respecto, creerá que su vida no es una hechura de su propia actividad consciente y de su propia realización. Por ello, la tarea de la filosofía, como lo pensó el padre del socialismo científico, es desengañar al hombre para que piense, para que actúe y organice su realidad como hombre desenajenado y que ha entrado en razón al reconocer en sí la capacidad, la posibilidad, si no es que el deber de autodeterminarse, autoconfigurarse.

De esta forma, al hacer filosofía, al estudiarla, recupero esta verdad: el fin último de mi actividad, de mi vida, es crecer, ser más como persona,  a la vez que me encamino hacia mi autoconocimiento y con ello adquiero cada vez mayor libertad, en términos de J. Ortega y Gasset, “salvo mi yo”. Al tiempo que “salvo mi circunstancia” porque dicho autoconocimiento y libertad obtenidos me impulsan a la transformación de mi realidad, me conducen al cambio, a la superación, a la mejora de mi mundo circundante. En ello, consiste la filosofía de la praxis, conocer las cosas, conocer la realidad, comprender la totalidad, pero además, transformarla; más allá de la mera contemplación del objeto, con lo que probablemente inicia la filosofía, enfatizar la actividad del hombre; porque el hombre es activo, de acuerdo con este pensamiento, en la medida en que modifica la realidad, en que transforma a su favor las diversas circunstancias con las que se encuentra.

En suma, por todo esto afirmo que sin filosofía me pierdo yo y se pierde el mundo.



[1] Fromm, Erich. El amor a la vida. Ed. Altaya. España, 1993. Pág. 143
[2] Ibíd. Pág. 23
[3] Nota: este ejemplo y el siguiente han sido tomados del libro “El amor a la vida”, de Erich Fromm.
[4] Fromm, Erich. Op. Cit. Pág. 42
[5] Fromm, Erich. Op. Cit. Pág. 146
[6] Nota: incluyo esta cita porque realmente me conmovió al recordarme varias personas que conozco: “Recuerdo cuando tenía diez o doce años. Si alguien decía que era comerciante u hombre de negocios me sentía perplejo y pensaba: Dios mío, este hombre debe sentirse espantosamente por tener que consagrar toda su vida a no hacer nada más que ganar dinero. ¡Cómo puede ser ésa su única ocupación! Entretanto, he llegado a aprender que eso es totalmente normal, pero yo sigo siempre sorprendiéndome.” (Fromm, Erich. “El amor a la vida”. Trad. Eduardo Prieto. Ed. Altaya. Col. Grandes obras del pensamiento No. 16. España. 1993. Pág. 161)
[7] Nota: actualmente, aclara E. Fromm, pocos especialistas en Marx no lo han interpretado desfigurándolo totalmente hacia la derecha o la izquierda; a menudo lo utilizan para justificar sus propios puntos de vista e incluso como argumento de una praxis y una política opuestas a lo que pensaba y quería Marx.
[8] Nota: en este punto es importante distinguir entre la noción cotidiana de “materialismo” y como concepto filosófico en el sentido que le da K. Marx, a saber, como la definición del hombre por su circunstancia y por las relaciones sociales que en ella establece. 

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