De filósofos
todos tenemos un poco
Programa #6 - 24 de mayo de 2022
Sucede
quizá con el término “ecología” lo que con muchos otros en la cotidianidad, los
escuchamos tan frecuentemente que damos por hecho su significado… Visto así,
conviene comenzar definiendo qué es la ecología. De acuerdo con el Diccionario
de la Real Academia Española, es la ciencia que estudia los seres vivos como
habitantes de un medio, así como las relaciones que mantienen entre sí y con el
propio medio. En lo anterior, nos parece que la palabra clave es “relaciones”;
podría decirse que, entre otras cosas, la ecología estudia la interacción entre
el ser humano y la naturaleza.
En
la perspectiva de Karl Marx expuesta en su obra Elementos fundamentales para la crítica de la economía política,
esta interacción entre ser humanos y seres naturales puede ser de dos formas:
metabólica, cuando el intercambio establecido es complejo y dinámico, lo cual
significa que ambos se imponen condiciones, limitaciones y expectativas; o, por
lo contario, cuando la naturaleza ha sido diezmada y ya no se pueden extraer de
ella los recursos necesarios para la supervivencia, nos encontramos en una
brecha metabólica o ecológica. Es decir que en una relación metabólica, seres
humanos y naturaleza están ligados y la guía de acción para los primeros es la
supervivencia; mientras que en la brecha metabólica, se hallan escindidos
porque la prioridad de los humanos es la productividad.
A
lo anterior agregamos que la interacción metabólica constituye parte
fundamental en la filosofía de los pueblos originarios y la brecha metabólica
es resultado del modo de vida basado en la filosofía occidental europea. Esto
se debe a que el pensamiento occidental enraíza en un antropocentrismo que
sumado al industrialismo da origen al capitalismo. Dicho de otro modo, la
consideración del ser humano como eje o centro del universo –ser superior para
quien la naturaleza ha sido creada, para que la use y se beneficie de ella–
aunada al desarrollo de la técnica y la tecnología transformadoras de los
recursos naturales en bienes materiales que satisfacen necesidades humanas de
toda índole, han dado lugar al capitalismo como sistema económico regido por la
oferta y la demanda, el libre mercado que prioriza los valores pecuniarios y
toma por único objetivo la productividad con eficacia y rendimiento, mostrándose
ciego e insensible frente al resto de los valores humanos.
El
capitalismo entraña por igual una economía y una ecología globales; desde el
punto de vista económico el trabajo se lleva a cabo para el lucro, para la
acumulación y no para vivir, subsistir, esto da pie a la explotación de unos
individuos sobre otros, de unos países sobre otros; en la arista de la
ecología, reducida la naturaleza a materia prima, surge la sobre-explotación,
contaminación y destrucción de la misma. Si bien antes del siglo XVIII, se
afirmaba la eternidad de los recursos naturales, bajo el argumento de que
siendo creación de una inteligencia suprema y divina no podía alterarse, hoy
día la evidencia de lo contrario, que es posible que la naturaleza se altere e
incluso se acabe, nos golpea día a día manifiesta en dos figuras, calentamiento
global y cambio climático.
Así,
en nuestra época ha nacido una corriente de pensamiento que promueve la
búsqueda de una sabiduría para habitar el planeta en medio de la crisis
ecosistémica global actual, nos referimos a la ecofilosofía, también llamada
ecosofía por el filósofo noruego Arne Naess (1912-2009), quien acuñó el término
“yo ecológico” para señalar el vínculo que existe entre la autoimagen y el
entorno natural a que se pertenece. Aparentemente o en primera instancia se
trata de una corriente pensamiento nueva, sin embargo, si nuestra mirada
profundiza la llamada ecosofía vive en el pensamiento indígena y forma de vida
de nuestros pueblos originarios porque en su cosmovisión todos los seres vivos,
humanos y no humanos somos parientes. Todos somos hijos de Pachamama, nuestra
Madre Tierra. La diferencia entre esta cosmovisión indígena y la ecosofía
propuesta por autores como Naess, estriba en la espiritualidad. Desde el ángulo
en que mira la ecosofía, para solventar la crisis ecológica actual es necesario
que recuperemos la interacción metabólica de que hablaba Marx, donde humanidad
y naturaleza coexisten y son interdependientes, donde todos trabajamos para
conservar la vida en su diversidad. En la mirada de la filosofía indígena,
compartida por algunos estudios teológicos, lo inminente ante la crisis es
despertar la espiritualidad del ser humano, fomentar y fortalecer cualidades
espirituales básicas como fraternidad, solidaridad, altruismo y compasión hacia
todas las creaturas.
La
propuesta es vivir conforme a una espiritualidad y conciencia ecológicas
profundas basadas en la ecoética, cuyos principios fundamentales son el
biocentrismo, la consideración del ser humano inserto en el mundo natural; y,
la ecodependencia, esto es, la interconexión energética y espiritual del ser
humano con todo el cosmos. La ecoética proporciona principios, valores, normas,
intenciones y decisiones que contribuyan a una relación ordenada y armónica
entre seres humanos y naturaleza. Como humanidad no sólo somos parte de la
naturaleza, sino factor que la determina y transforma a través de sus acciones.
Lo más importante ahora es que nuestras acciones no se centren en la vida
humana, sino en la vida en general, humana y no humana, la vida en su totalidad.
La
geología, como ciencia que estudia la historia del globo terrestre, la
naturaleza, formación, evolución y disposición actual de las materias que lo
componen, ha divido la historia de nuestro planeta en cuatro eras –periodos de tiempo
extremadamente largos (millones de años) que abarcan importantes procesos
geológicos y biológicos–: Arcaica o Azoica; Primaria o Paleozoica; Secundaria o
Mesozoica; Terciaria o Cenozoica; y, Cuaternaria o Antropozoica. Esta última,
afirman los especialistas, inició hace un millón de años y se divide en los
periodos Pleistoceno; Holoceno; y, Antropoceno.
De
manera que nosotros vivimos en la Era Antropozoica, dentro del periodo Antropoceno,
que a su vez ha sido dividido en dos etapas: la Era Industrial, que va de 1800
a 1945; y, la llamada “gran aceleración”, que corre desde 1945 al día de hoy.
No obstante algunos científicos hablan ya de una tercera etapa del Antropoceno,
caracterizada por la concienciación, el cuestionamiento sobre cómo
interactuamos con nuestro medio, con la naturaleza. Sirva el presente escrito
para desarrollar dicha conciencia.
Karla Portela Ramírez y Germán Leonardo Cárdenas
Vargas
Casa de la Filosofia, Colombia, mayo de 2022