domingo, 4 de octubre de 2020

Una invitación para leer ante el nuevo acontecer

 

Dos conceptos de libertad: pluralismo en una sola aspiración, 

libertad política


 


Dos conceptos de libertad

Isaiah Berlin

Alianza, Edición de Ángel Rivero

Fecha de publicación, 1958

Segunda reimpresión en español, 2019

 

En diciembre de 2019 se reportaron en China los primeros casos, aunque el virus causante aún era incierto –se le refería como un caso desconocido de neumonía–; el 7 de enero de 2020 fue identificado como un nuevo coronavirus. Pronto se extendió el contagio a otros continentes, a la vez que se manifestaba su alto índice de mortalidad, debido a lo cual el primer mes del año corriente cerró con una contundente declaración de la Organización Mundial de la Salud: nos encontramos en una emergencia internacional de salud pública, una pandemia provocada por un coronavirus –nombrado COVID-19 a partir del 11 de febrero del presente año. En respuesta se han implementado al interior de cada nación diversas estrategias que pretenden contrarrestar la propagación de dicha enfermedad; en el caso de nuestro país, México, destacan dos acciones gubernamentales que exigen, para su efectividad, la participación de toda la ciudadanía: el confinamiento voluntario, oficialmente nombrado “resguardo domiciliario corresponsable”  y el distanciamiento social, invocado con la campaña titulada “Susana distancia”. Si bien ambas acciones son voluntarias, respetan en cierto sentido y medida el entendimiento y voluntad de cada ciudadano, es evidente que gran parte de nuestra población, quizá la mayoría, decide apegarse o no tales indicaciones no con base en el ejercicio de su raciocinio y albedrío, sino atendiendo al apremio de la necesidad, en la urgencia por allegarse los satisfactores mínimos de sus necesidades básicas, porque al fin y al cabo morir por contagio del multicitado virus es sólo una posibilidad, en tanto que morir de hambre es casi garantía.

 

El trance que hoy vivimos ha evidenciado descarnadamente la desigualdad, la injusticia social, una opresión económica que directamente interpela y cuestiona qué es, en qué consiste nuestra libertad. Éste es el motivo principal que muestra la necesidad, quizá la urgencia por resignificar el trabajo en nuestras vidas; resignificación que cada individuo habrá de gestionar por sí mismo, mas siempre consciente de su intersubjetividad, por lo que es inminente que tal resignificación tenga lugar dentro de un marco político, que desde esta perspectiva consiste en el liberalismo. Así, con la intención de recobrar las raíces de nuestra tradición política, libres de tergiversaciones y perjuicios, se propone la lectura analítica y crítica de una de las obras más influyentes en la teoría política contemporánea: Dos conceptos de libertad, autoría de Isaiah Berlin, recientemente reimpresa por Alianza Editorial con traducción y estudio introductorio realizados por Ángel Rivero.

 

Berlin parte de la distinción entre dos formas distintas de concebir y vivir la libertad, cada una de las cuales constituye un valor en sí mismo, diferenciado, que no entran en conflicto conceptualmente, sino en la práctica: libertad negativa y libertad positiva. De manera que en la historia de la humanidad estos dos valores han dado lugar a experiencias muy distintas entre sí, mientras que el concepto de libertad negativa está en la raíz de las instituciones liberales que protegen los derechos individuales, limitan el poder político y defienden el pluralismo, el concepto de la libertad positiva ha conducido históricamente a formas de gobierno despóticas en que existe una autoridad absoluta que sin límites establecidos por las leyes, abusa del poder y la fuerza. Lo que Berlin hará entonces y a continuación es argumentar, dotar de fundamento teórico dicha sentencia a través de ocho secciones breves, aunque sustanciosas.

 

En la primera sección, titulada El concepto de libertad negativa, Berlin analiza los dos sentidos políticos fundamentales de la palabra libertad, los dos conceptos de libertad; asimismo, se detiene en precisar por qué la libertad negativa no puede ser ilimitada. La segunda sección, El concepto de libertad positiva, explica por qué a pesar de que ambos conceptos de libertad constituyen valores en sí y diferenciados que forman parte de las necesidades humanas sin que exista contraposición entre ellos, se han desarrollado históricamente en sentidos divergentes hasta entrar en conflicto directo. A partir de lo cual se distinguen dos formas principales que ha tomado históricamente la libertad positiva, el deseo de autogobierno. La primera de ellas, la autonegación, es examinada a través de la tercera sección con el sugerente título La retirada a la ciudadela interior; en tanto que la segunda de dichas formas, la autorrealización, constituye el argumento y título de la cuarta sección. Debido a la importancia y trascendencia que ha tenido la autorrealización como forma de la libertad positiva en la historia de la humanidad, Berlin profundiza en la quinta sección sobre las vicisitudes de la misma, con el título El templo de Sarastro, a partir del surgimiento de preguntas como: ¿cuál es la frontera entre mis derechos (determinados racionalmente) y los derechos idénticos de los demás?, ¿quién determinará esas fronteras?; en otras palabras, cuando emerge el problema de la libertad política. Otra cuestión histórica relevante en torno a la libertad positiva es confundir libertad con igualdad y fraternidad; para disolver esta confusión, Berlin analiza en la sexta sección, titulada La búsqueda de reconocimiento, una cuestión planteada particularmente a finales del siglo XVIII: qué significa ser individuo, y su vínculo con el clamor por un doble reconocimiento, como ser humano individual y como miembro de un grupo reconocido y suficientemente respetado. Dentro de Libertad y soberanía, séptima sección de la obra abordada, nuestro autor desmenuza y desvanece la habitual confusión entre libertad y soberanía, especialmente soberanía popular. Por último, la octava sección, Lo uno y lo múltiple, entraña una defensa del pluralismo, lo múltiple, sobre lo cual es importante aclarar, como oportunamente lo hace Rivero en su estudio introductorio a dicha obra, que para Berlin pluralismo no significa relativismo porque los valores que persiguen los seres humanos, aún en su multiplicidad, son objetivos, forman parte de la esencia humana, no son creaciones arbitrarias de las fantasías subjetivas de los hombres. “Esto quiere decir que hay un mínimo de humanidad común entre todos los hombres y que podemos entender aquellos valores que no compartimos.” (Rivero, Ángel en Dos conceptos de libertad, Isaiah Berlin, 2019: 44) De hecho, Berlin deriva del reconocimiento del pluralismo consecuencias políticas como la tolerancia y las instituciones liberales, en oposición al monismo que hasta ahora ha desembocado siempre en despotismo o en la peor de las tiranías, el paternalismo.

 

En suma, Dos conceptos de libertad expresa un abogamiento por la compresión de la libertad negativa y la libertad positiva en correlación y complementariedad, una defensa del pluralismo en una sola aspiración, la libertad política como condición primordial para el desarrollo de la libertad privada. A su vez, esta obra cuestiona aun veladamente la equívoca interpretación sobre el liberalismo en que es reducido a economía e indefectiblemente asociado al sistema económico capitalista. Sin duda, una lectura reflexiva de Dos conceptos de libertad resulta indispensable en la actualidad, hoy día que enfrentamos la transición a una nueva era que mediáticamente es nombrada “la nueva normalidad” y que evidentemente habrá de reportar una transformación radical en nuestra vivencia y concepto de libertad.

 


jueves, 5 de marzo de 2020

Lo que necesitamos para escribir, para que la pluma se suelte y no soltarla...


Lo que necesitamos para escribir, 

para que la pluma se suelte y no soltarla…


(leyendo "El libro vacío", por Josefina Vicens) 


San Jerónimo escribiendo, Caravaggio, 1605


La escritura es ante todo un proceso creativo. Estoy de acuerdo en que la creatividad crece y fluye solamente en un ambiente tranquilo, relajado, sin preocupación ni presión alguna del tipo: tiene que ser extenso y bello, profundo y simple a la vez…

Asimismo, detrás, delante, sobre y alrededor del acto de escribir está siempre, manifiesto o no, el acto de leer…

Igualmente escribir y vivir van de la mano, no se escribe sino lo que se vive, se siente y piensa; se habla, se escribe sobre la propia vida y todo lo que ello implica…

El acto de escribir puede llegar a ser tan complejo que requiere tener raíz, origen en una fuerte pasión, un interés y gusto que tendrá el impulso necesario, la fuerza indispensable para llegar hasta el final de la página y hasta la última de ellas, si ha nacido de la incomodidad y molestia, de la carencia o falta. Quizá sea este el lado obscuro de la escritura: nace de un sentimiento negativo.

En mi opinión, la escritura no es búsqueda por librarse de la estrechez de los límites de la vida, trascender la propia muerte, la escritura no es medio para evadir el vacío, por lo contrario, para mí la escritura es una forma de afrontar ese vacío que representa la inconsciencia, la incomprensión de un suceso, una vivencia o fenómeno. La escritura es sumergimiento y reflexión en el vacío de la vida, que no es la muerte sino la inconsciencia respecto a qué sucede y por qué, que estoy haciendo y para qué, esto delimitado dentro de un área o aspecto de la realidad, se trata de lo abstracto en lo concreto o viceversa, lo concreto en lo abstracto.

¿Cómo decirlo de manera que resulte claro y no ambiguo? De acuerdo con el prólogo escrito por Aline Pettersson en gran medida “El libro vacío” responde a una temática en auge durante su redacción, el existencialismo, a la vez que apunta a la obsesión por el acto de morir que manifestaba la autora, Josefina Vicens. Todo esto, en mi perspectiva, ejemplifica que una persona se siente movida a escribir en respuesta a la exigencia por llenar el vacío debido a la inconsciencia o incomprensión de un área particular de la realidad que interesa o gusta a nivel personal.

Así, la escritura es sin excepción alguna subjetiva e intersubjetiva; lo primero porque la escritura es siempre en el fondo un asunto personal, vital, la personalidad del autor, aún en el caso de textos académicos, se asoma siempre por los intersticios; lo segundo porque el escritor no escribe para sí, sino para los demás, probablemente es esto lo que complica tanto el acto de escribir, elegir las palabras exactas, justas y precisas, encontrar en uno la sensibilidad y agudeza necesarias para expresar lo personal en forma universal.

Además, constantemente rondarán en la mente del escritor, formuladas de una u otra forma, las preguntas: ¿cómo perciben los otros mi esfuerzo?, ¿se perciben los resultados, son susceptibles?, ¿puedo decir que he trabajado y justificar mi cansancio?... –Preguntas a las cuales agrego en este momento unas más: ¿será por esto que queremos, que buscamos ser publicados?, ¿para que vean que sí trabajo y lo hago bien?... Me pregunto cómo será escribir con la intención de ganar un concurso, ser reconocido con un premio o al menos una mención…–

Sin duda escribir exige libertad y ésta enfrenta barreras, algunas de ellas son la inexorable muerte y lo circunstancial, que la autora, Josefina Vicens parece afrontar en “El libro Vacío” y “Los años falsos”; afrontamiento que se da creativamente, la escritura como un ejercicio de consciencia, un intento por comprender que si bien no alcanza la victoria sobre la muerte ni las circunstancias, si da espacio a una liberación del propio sentir y pensar, con el que curiosamente se identificará el lector, porque la escritura tal vez sea entre otras cosas, un espacio en el que encuentro a la humanidad en mí y yo en ella, donde las propias maneras no son realmente propias, sino compartidas, universales e intemporales. Seguramente esto influye en la transformación de un libro en obra y por qué no, una obra maestra. 

Comenzar con un tienes que hacerlo es para mí, el peor inicio, mejor sería un quiero hacerlo rotundo y fuerte, aunque paciente a la vez porque las palabras no fluyen siempre en forma suave y continua, antes bien su fluir suele exigir descansos, pausas cortas y largas. Escribir es un proceso, se recolectan ideas, pensamientos y luego se ciernen, se depuran para cobrar forma paso a paso.

Otro aspecto más en el acto de escribir consiste en un cierto dejar de vivir en la cotidianidad y con los otros porque se tiene que cumplir, o se siente así, una tarea superior; dedicarse a la escritura implica ajenidad respecto al derredor e incluso consigo mismo, es por ello que por momentos y regularmente en forma abrupta quien escribe requiere una comprobación de la propia existencia física, es como si hubiera un desajuste entre lo que soy y lo que me representa, explica José García –personaje central en “El libro vacío”–.

¿Existe un sistema para escribir? ¿Qué podríamos hacer sino escribir de nuestra vida, de lo que es en realidad nuestra vida? No podríamos contar otra cosa. La grandeza que distingue a la obra maestra del simple y llano diario radica en la forma de la expresión y el juego sabio con que sutilmente se oculta el autor detrás de las palabras, las descripciones, las sentencias que al leerlas parecen ser mías, ser propiedad del lector y no del autor.

José García en esos dos cuadernos que representan para él agridulce martirio, cree haber plasmado sólo desvaríos sin valor alguno, en realidad, al relatar el paseo nocturno, la espontánea noche de fiesta que ha tenido con su esposa, cómo ha logrado cubrir la cuenta en el bar; al reconocer que en ocasiones se arrepiente de haberse casado; la forma en que describe su vida laboral, un día de oficina; cómo la incertidumbre y angustia aumentan conforme los hijos crecen; al recordar el que fue su primer amor, una relación envuelta en abrazos y rechazos con una mujer mayor que él; cuando se cuestiona de regreso a casa sobre la fraternidad, el amor a la humanidad; la manera en que verbaliza el sofocamiento debido a la rutina, cómo lo que unos llaman estabilidad y seguridad para él es cobardía y agonía; pero sobre todo cuando reflexiona sobre su soledad y muerte, cómo será cuando muera, si alguien lo notará, si su esquela se perderá entre las páginas del periódico y sólo será una más… En todas, en cada de una de estas narraciones que parecieran ser un diario, por lo que José García las ningunea y desprecia, sin darse cuenta ha escrito ya ese libro que tanto persigue, ¿o es el libro lo que lo persigue a él?

Pero nuestro autor, continuará su búsqueda preguntándose primero por el tema, cómo elegirlo para que interese a los demás, porque se requiere tener algo que decir, subraya, es necesario encontrar el qué contar y el cómo, qué se dirá y qué palabra lo refleja con nitidez y exactitud…

Tal vez algo cierto en torno a la escritura sea que en ella musa y oficio se entrelazan, que lo escrito siempre es un tejido de experiencia, conocimiento e imaginación.


"Reading woman on a couch", Isaac Israels








viernes, 14 de febrero de 2020

Escribir sobre amor...


Escribir sobre amor…



El beso, Edvard Munch, 1897


Escribir sobre amor al tiempo que corre en el aire la noticia de un nuevo feminicidio, al tiempo que observas a tu alrededor formas cada vez más paradójicas, ambivalentes, por no decir contradictorias de expresar amor y amistad… Quizá confundimos nuestro sentir, probablemente no hemos aprendido a distinguir entre necesidad, deseo y amor, tal vez no somos conscientes sobre cuándo y en quién encontramos una abundante fuente que puede saciar nuestra necesidad de compañía y fornicación, cuándo se trata de pasión y deseo ardientes que arrebatan de golpe y efímeramente, y cuándo hemos caído en el abrazo del sentimiento más humano, el amor, que resulta también el más complejo porque se teje de necesidad corporal, deseo erótico y anhelo espiritual. Aunque hay mucho más, es posible y necesario profundizar, comenzar por preguntar qué es el amor.

Así, en medio de mi cuestionamiento sobre el amor, llegó a mí un libro como caído del cielo, es decir, en el momento justo y preciso, en manos de alguien que aún quizá sin proponérselo abre con tal regalo un espacio de lucidez, lo cual se agradece con el corazón en la mano, con toda sinceridad, a la par que se convierte en algo similar a un deber fraternal por compartir lo descubierto, lo reflexionado y aprendido. De este modo, en los siguientes párrafos intento dar continuidad a tan valioso obsequio, esbozo algunas ideas contenidas en La llama doble, de Octavio Paz.

El amor es una manifestación de la vida, igual que el erotismo y el sexo, salvo diferencias: mientras éste último consiste en instinto sexual que comparte el individuo humano como rasgo animal conducente a la reproducción por acoplamiento; el erotismo es ceremonia, es sexualidad socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad en invención y variación constante que huye de la reproducción en búsqueda del placer; en tanto que el amor es un sentimiento propiamente humano que precisamente por su origen, una criatura efímera y cambiante, es una idea, una imagen que varía en el tiempo y en el espacio, de una época y un lugar a otros.

El sexo es naturaleza, es instinto insaciable que no responde a una regulación fisiológica y automática por lo que es canalizado mediante reglas, prohibiciones y tabúes que protejan a la sociedad de su desbordamiento, esto a través del erotismo, que como pararrayos del sexo entraña reglas que comparten dos principios: abstinencia y licencia, ninguna absoluta, sino siempre en diálogo contradictorio encarnado en dos figuras emblemáticas, el religioso solitario y el libertino. El erotismo como el amor, es cultural.

Dentro de una visión panorámica se observa una idea de amor en Occidente y una idea de amor en Oriente, si bien Paz señala como diferencia fundamental entre ambas su relación o no con la religión, además del papel que juegan en ellas libertad y destino, me limito a exponer someramente los cuatro grandes estadios en la idea de amor occidental que el mismo autor traza: Grecia Antigua, la prehistoria del amor en Alejandría y Roma, amor cortés que surge en el siglo XII y el amor en la Modernidad. Previo a lo cual conviene distinguir entre sentimiento amoroso, como atracción pasional hacia una persona entre muchas, sentimiento universal e inespacial que transforma al objeto erótico en un sujeto libre y único; y, amor, como reflexión sobre el sentimiento amoroso, como idea adoptada por una sociedad y una época, que incluso en ocasiones se convierte en ideología de una sociedad, mostrándose entonces como un modo de vida, un arte de vivir y morir.

El Banquete de Platón, Anselm Feuerbach, 1873

En la referencia a Grecia Antigua inmediatamente acude a nuestra mente Platón, sus diálogos, en este caso El Banquete, y particularmente la conversación que ahí sostienen Diotima y Sócrates, quienes juntos parecen concluir que el amor es una de las formas en que se manifiesta el deseo universal y consiste en la atracción por la belleza. El amor se muestra como un sentimiento complejo por mixto, porque se halla compuesto de varios elementos unidos y animados por el deseo: todos los hombres desean lo mejor (comenzando por lo que no tienen) y su felicidad estriba en alcanzar aquello que desean. De manera que el amor es el deseo de lo mejor y de tenerlo para siempre; el amor es deseo de perpetuación, de reproducción que puede ser corporal, unión de cuerpos para la reproducción, y del alma, cuando ésta engendra en otra alma ideas y sentimientos imperecederos, se trata de concebir con el pensamiento.

Así, en el transcurso de El Banquete y partiendo de la afirmación de que si lo que el hombre desea es la belleza amará más de un cuerpo, se amará a sí mismo y especialmente amará lo que hace hermosas a las formas, a los cuerpos, es decir que amará las ideas, las almas, Platón nos indica el camino ascendente a recorrer para alcanzar la plenitud del amor:


 

En otras palabras y de acuerdo con Platón, si el amor es atracción por la belleza acompañada por el deseo de inmortalidad, ¿qué otro modo de participar en ello sino por la contemplación de las formas eternas, las Ideas?

Tal vez lo más importante para nuestra indagación es que Platón no concibe el amor como una relación, sino como una aventura solitaria que termina en la contemplación de la idea, observa Paz. En el amor platónico ocurre una separación tajante entre cuerpo y alma, consecuentemente el placer físico queda condenado y el objeto (cuerpo o alma) de amor nunca se convierte en sujeto, en el contacto con el otro puede haber discurso, pero nunca diálogo ni conversación, se trata de un contacto entre dos o más individuos que en ningún momento se constituye como una relación auténtica. Lo cual difiere con la idea de amor en Alejandría y Roma, donde en el objeto de amor comienza a perfilarse su transformación en sujeto, dando oportunidad a la formación de una relación genuina (precisamente por ello Paz llama a este segundo estadio la prehistoria del amor).

“El amor nace en la gran ciudad.” (Paz, 2016: 51) La prehistoria de nuestra actual idea de amor surgió dentro de Alejandría y Roma, en el corazón de la sociedad helenística con base en un cambio social: la mujer fue más libre; el objeto erótico comenzó a transformarse en sujeto, sobre todo las mujeres adquirieron albedrío para aceptar o rechazar a sus amantes. Paulatinamente la mujer se hizo dueña de su cuerpo y su alma, fue entonces que el amor pudo ser ejercicio de libertad, una transgresión y desafío a la sociedad. Evidencia de esto se encuentra en los escritos del poeta Catulo, quien señala como los tres elementos del amor: la elección, la libertad de los amantes; el desafío, el amor es una transgresión; y, los celos, amor como pasión que se filtra en la conciencia hasta paralizar la voluntad. A diferencia de los filósofos griegos, los poetas alejandrinos exaltan el amor sin cerrar los ojos ante sus estragos; cambio que se debe, que responde a razones de orden histórico, social y espiritual: con el ocaso de las democracias y la aparición de monarquías poderosas los individuos se replegaron hacia la vida privada. “La libertad política cedió el sitio a la libertad interior.” (Paz, 2016: 72) y con ello se dio una evolución de ideas y costumbres en que fue decisiva la nueva situación de la mujer, las mujeres comenzaron a desempeñar oficios y funciones fuera de su casa

La emergencia del amor es inseparable de la emergencia de la mujer. “No hay amor sin libertad femenina.” (Paz, 2016: 73) Los deberes políticos exaltados por Platón y Aristóteles fueron desplazados por la búsqueda de la felicidad personal, la sabiduría o la serenidad al margen de la sociedad. Alejandría y Roma representan la prehistoria del amor por su exaltación de una pasión que la filosofía clásica había condenado como una servidumbre donde el amor nacía de una atracción involuntaria, ahora con la intervención del albedrío el amor se convirtió en unión voluntaria, lo que antes era servidumbre se transformó en libertad.

Fue en el siglo XII, en Francia que aparece el “amor cortés” sin un origen religioso ni filosófico, antes bien como creación de un grupo de poetas dentro de la nobleza feudal, producto de una fecundidad espiritual, el amor como forma de vida que no es amor “villano” (reducido a copulación y procreación), sino un sentimiento elevado, propio de cortes señoriales, “amor purificado, refinado” que no tiene por fin el placer carnal ni la reproducción, que es ascético y estético. El surgimiento del amor cortés se liga a la evolución de la condición femenina, influida por un lado y en cierta medida por el cristianismo que otorgó a la mujer una dignidad desconocida en el paganismo; y por otro, por la herencia germana, ya que las mujeres alemanas eran mucho más libres que las romanas.

Sin embargo, probablemente el mayor cambio al interior del amor cortés consistió en la inversión de papeles entre el amante y su amada dama, la alteración de la jerarquía de los sexos: ahora la mujer ocupaba la posición superior y el amante la de vasallo, la dama es la señora y su amante es su sirviente; sin que esta elevación de la mujer, de súbdita a señora, de su cuerpo y de su alma, se traduzca en deificación del sexo femenino, por lo contrario se trata de un reconocimiento, de un paso fundamental hacia la igualdad de los sexos. En este cambio Paz señala una influencia árabe en los poetas provenzales, a la vez que subraya la concepción del amor como exclusivamente humano, es decir, que el amor no conduce al Otro, no es vía para llegar a Dios, sino un accidente, una pasión, el amor es algo que pasa a los hombres. Y en todo ello, en esta transformación de nuestra idea de amor los poetas han desempeñado un papel determinante: una de las funciones de la literatura, escribe Paz, es la representación de las pasiones y entre ellas prepondera el amor, cabe mencionar que junto a la pasión del poder, la ambición política a la sed de bienes materiales. Así, la mayor parte de la literatura occidental tiene por asunto el amor; cada poeta y novelista tiene una visión propia del amor y ante tal variedad es posible concluir que la historia de la literatura occidental es la historia de la metamorfosis del amor, aunque el arquetipo creado en el siglo XII está intacto, permanece un conjunto de condiciones y cualidades antitéticas que distinguen al amor de otras pasiones: atracción-elección, libertad-sumisión, fidelidad-traición, alma-cuerpo. De una u otra forma se ha dado continuidad en la idea de amor que surgió en la Edad Media, en el siglo XII y que llegó a nosotros a través de Dante, Petrarca y sus sucesores, hasta los poetas surrealistas del siglo XX. Incluso, afirma Paz, la historia del “amor cortés”, sus cambios y transformaciones son la historia de nuestra sensibilidad, la historia de la civilización de Occidente.

Dante y su poema, Domenico di Michelino, (1465)


¿Cuál es entonces la idea o imagen de amor en la Modernidad? Si bien, como ha dicho Dante el amor es un accidente, algo que pasa a los hombres y mujeres, y estos son imprevisibles, no es viable ni prudente enunciar una esencia del amor, aunque sí es posible sostiene Paz enunciar algunos elementos constitutivos de la imagen del amor. “Al intentar poner un poco de orden en mis ideas, encontré que, aunque ciertas modalidades han desaparecido y otras han cambiado, algunas han resistido a la erosión de los siglos y las mutaciones históricas. Pueden reducirse a cinco y componen lo que me he atrevido a llamar los elementos constitutivos de nuestra imagen del amor.” (Paz, 2016: 117) Los cuales son: exclusividad; libertad; obstáculo y transgresión; dominio y sumisión; cuerpo y alma; y que a su vez pueden ser reducidos en: exclusividad, amor a una sola persona; atracción, fatalidad libremente asumida; y, la persona, que es cuerpo y alma.

Ahora, sin detallar en los anteriores elementos, es posible resaltar en la idea de amor moderna una liberación erótica que coincidió con la revolución artística plasmada particularmente en el surrealismo de Bretón, como continuador de Dante y Petrarca; en la intención por abolir la oposición entre filosofía cristiana y amor cortés tuvo lugar una rebelión de los sentidos y del pensamiento, mezcla de cuerpo y mente, libertad, con-en la sensualidad. Después de la Guerra Fría nació una moral erótica más libre caracterizada por la participación activa y pública de mujeres y homosexuales, así como una tonalidad política en las demandas de esos grupos; se trata del sexo como materia de debate político, igualdad y reconocimiento de la diferencia; la política absorbió al erotismo y lo transformó, dejó de ser una pasión para convertirse en un derecho. Ante lo cual es inminente preguntar ¿qué hemos hecho de la libertad erótica?

Hasta hoy nuestra libertad erótica parece estar confiscada por el dinero y la publicidad, al mismo tiempo que ha tenido lugar un paulatino crepúsculo de la imagen del amor en nuestra sociedad (incluso rezan por ahí, que “el amor apesta”). La confiscación del erotismo y del amor por los poderes del dinero es un aspecto del ocaso del amor, el otro es la evaporación de su piedra angular: la persona, unión y correlación de cuerpo y alma. Todo lo cual, debe decirse, abre paso a la barbarie tecnológica y en cierto sentido es fruto de la actitud crítica característica del pensamiento moderno que cuestiona y analiza cada rincón de la realidad humana, de suerte que por influencia de la ciencia y abandono de la filosofía, por lo general se niega actualmente la existencia, la presencia del alma. “El cuerpo ha dejado de ser algo sólido, visible y palpable: ya no es sino un complejo de funciones; y el alma se ha identificado con esas funciones.” (Paz, 2016: 167) Sin duda la relación cuerpo-alma es un tema complejo y abierto a discusión reflexiva, lo que atañe aquí es mencionar que Paz señala y propone retomar el diálogo entre ciencia, filosofía y poesía como preludio a la reconstitución de la unidad de la cultura y con ello la resurrección de la persona humana.

“Aunque el amor sigue siendo el tema de los poetas y novelistas del siglo XX, está herido en su centro: la noción de persona. La crisis de la idea del amor, la multiplicación de los campos de trabajo forzado y la amenaza ecológica son hechos concomitantes, estrechamente relacionados con el ocaso del alma. La idea del amor ha sido la levadura moral y espiritual de nuestras sociedades durante un milenio. Nació en un rincón de Europa y, como el pensamiento y la ciencia de Occidente, se universalizó. Hoy amenaza con disolverse; sus enemigos no son los antiguos, la Iglesia y la moral de la abstinencia, sino la promiscuidad, que lo transforma en pasatiempo, y el dinero, que lo convierte en servidumbre. Si nuestro mundo ha de recobrar la salud, la cura debe ser dual: la regeneración política incluye la resurrección del amor. Ambos, amor y política, dependen del renacimiento de la noción que ha sido el eje de nuestra civilización: la persona.” (Paz, 2016: 171)


Amantes, Nicoletta Tomas


Llegados a este punto es necesario contextualizar, recordar que La llama doble es una obra escrita en 1993, que seguramente el tiempo ha erosionado la idea de amor, que nuevas mutaciones han acaecido y con gran probabilidad nos parecerá discutible lo afirmado por nuestro poeta. No obstante dos afirmaciones y una previsión construidas a lo largo del texto me resultan innegables, totalmente vigentes; las afirmaciones son: la historia de la humanidad es la historia del amor y la historia del amor es la historia de la libertad femenina; y, amor es otredad, el amor se teje entre un yo y un otro, el amor es intersubjetividad y con ello política y libertad. En tanto que la previsión consiste en atender la crisis que atraviesa nuestra idea de persona, en que se ha omitido al alma, porque no sólo somos cuerpo, carne y sangre, hay en nosotros algo más que materia, si no ¿por qué nos horroriza y alarma la muerte, el asesinato? Ciertamente es condenable el despojo del aliento vital a un cuerpo, pero lo que hace de este hecho y la exposición de imágenes que lo constatan algo humillante, inhumano no es el truncamiento material de esa vida, sino su mutilación intangible, lo profundo de la indignación ante un feminicidio, ante el homicidio en general, radica en el truncamiento de pensamientos, sentimientos, sueños y anhelos, en el arrebato de esa vida, de esa presencia humana, corporal y espiritual, indescriptible en palabras.



Paz, Octavio (2016). La llama doble. Ed. Seix Barral. México.