Sesión #10 - Jueves 31 de agosto de 2017
Me llamo Nojoom, tengo diez años y quiero el divorcio
(Khadija Al-Salami, 2014)
Cada ocasión es distinta, no sólo porque se aborda un
tema distinto al anterior y a partir de una película diferente, sino porque
también son otros los participantes. Si bien ya integramos una comunidad
quienes asiduamente asistimos a cada sesión, en cada una de ellas conocemos
nuevos amigos y convivimos con otros ya no tan nuevos, pero en forma diferente,
en otro ámbito.
Esta vez nos acompañó Paloma Sierra Ruiz*, junto a ella reflexionamos principalmente
sobre dos ejes: la relación entre pobreza, ignorancia y violencia, y la
condición de la mujer dentro de la sociedad. Fue este último tema el que
capturó nuestra atención, no sin antes advertir que el filme en cuestión
presenta una visión bastante occidentalizada, es decir, que aun cuando muestra
una vivencia, una forma de vida en el mundo árabe, específicamente en Yemen, lo
hace a través de un tamiz ideológico occidental, sus valores y principios, sus
criterios para determinar lo que es aceptable y lo que no, lo que es justo y lo
que es indebido; situación que se percibe claramente en las últimas escenas, donde
puede verse a Nojoom rodeada de otras niñas, bailando y cantando una especie de
himno que desde nuestro punto de vista resulta totalmente ajeno al modo de vida
árabe.
En la misma tónica, crítica y de sospecha, nos
preguntamos cómo es que una niña de diez años que no estudia, no parece
convivir con alguien externo a su grupo social, sino que prácticamente vive absorta
en la dinámica del mismo, en sus usos y costumbres, de pronto se dirige a un
juzgado para exponer su caso y solicitar el divorcio. Además, cómo es que todo
el proceso jurídico se desarrolla con tal velocidad y fluidez, cómo es que concluye
tan fácilmente con laudo favorable a la niña y con la tranquila resignación del
jeque, autoridad y máxime representante de la tradición del grupo social a que
pertenece Nojoom.
Sin duda la narración acerca del matrimonio infantil, el
matrimonio de niñas con hombres adultos acordado por el padre de ellas, más todavía
cuando es mediante un pago, genera un gran debate, una discusión que
difícilmente termina con una conclusión tajante y unánime. Decíamos ya que como
espect-actores no nos limitamos a la recepción pasiva de los mensajes
contenidos en la película, antes bien la de-construimos, la analizamos y más
que respuestas construimos nuevas preguntas a reflexionar, preguntas que
cuestionen nuestras convicciones, que nos lleven a indagar en otras formas de
concebir un mismo suceso.
Así, al cierre de esta reflexión filosófica coincidimos en que no es posible pensar en purismos, no existe la pureza porque no es posible marcar un límite categórico e inamovible entre occidente y oriente, bueno y malo, masculinidad y feminidad, por lo contrario los seres humanos somos seres complejos, imbricados, tejidos por múltiples hilos y en constante movimiento, donde nada está dicho y todo está por decirse. Precisamente por ello, reitero, cada ocasión es distinta.
Así, al cierre de esta reflexión filosófica coincidimos en que no es posible pensar en purismos, no existe la pureza porque no es posible marcar un límite categórico e inamovible entre occidente y oriente, bueno y malo, masculinidad y feminidad, por lo contrario los seres humanos somos seres complejos, imbricados, tejidos por múltiples hilos y en constante movimiento, donde nada está dicho y todo está por decirse. Precisamente por ello, reitero, cada ocasión es distinta.
(*) Paloma Sierra Ruiz nació en Salamanca, Guanajuato hace 28 años y hace 11 es habitante de la capital guanajuatense. Estudió Filosofía en la Universidad de Guanajuato, pero siempre ha coqueteado con la literatura y la herbolaria. Se ha cruzado con muchos caminos que la han llevado a militar un feminismo lleno de contradicciones y dudas. Asimismo no está segura de casi nada, aunque esto la ayuda a intentar encontrar respuestas a sus preguntas en espacios colectivos. Actualmente es doctorante en filosofía, es maestra en la Universidad de Guanajuato y tallerista en el Colectivo Pitayas.